El Sud Lipez, El Uturuncu y el salar de Uyuni. ¡¡Así, así !!

 

El esperado día llego por fin : ¡íbamos a visitar el salar de Uyuni ! ¡Qué nervios ! Estábamos emocionados como los niños pequeños antes de la noche de Reyes.

Lo primero fueron las presentaciones. Nuestro chófer se llamaba Diheter, nombre extraño para un boliviano, y la cocinera Mirsa. Con ellos venia también Danner, su hijo de cuatro años y treinta kilos, porque en realidad ambos eran pareja.

El coche de Diheter era un Toyota Cruiser que parecía muy nuevo, bueno, hasta que nos dimos cuenta de que había una pegatina de la ITV de 1999. De todas formas, el coche estaba muy bien cuidado y por suerte no tuvimos ninguna avería durante todo el trayecto, no como los otros coches a los que tuvimos que asistir por el camino.

Cargamos el coche con comida para cinco días, agua y otras bebidas, gasolina suficiente para todo el trayecto, mantas y las mochilas de todos. Cinco días nos esperaban en alojamientos que las agencias llamaban « básicos » ( eufemismo en toda regla), sin electricidad ni ducha.

Tuvimos la « suerte» de hacer el trayecto del primer día con la música de Diheter, porque nuestros mp3/ipods estaban en la mochilas colocadas en el techo del coche. Todo el día con canciones peruanas y bolivianas que se caracterizan por :

A) Las letras son deprimentes. Sólo versan sobre cuernos, mal de amores, enfermedades y problemas con la familia
B) La intérprete suele ser femenina, con voz de pito, cantando en falsete más de lo que debería
C) En todas las canciones hay un sintetizador (o instrumento no identificado) que hace que la música parezca midi
D) En todas las canciones hay que decir « Así, Así » y hay que mencionar países de Sudamérica, especialmente Perú, Bolivia, Argentina y Brasil.

Para que os hagáis una idea aquí va un hit de « La Tigresa de Oriente » :

Roger estaba feliz de la vida con estas canciones, supongo que porque no entendía toda la letra y porque le encantaba repetir « así, así ». También estaba encantado con el reggeaton, aprendiendo expresiones un tanto vulgares, porque decía que podrían serle muy útiles para la vida diaria (WTF!).

Inciso : A partir de este momento de la entrada sólo haré una descripción breve de los sitios por donde pasamos, porque lo que de verdad es interesante son las fotos con los paisajes.

El recorrido del primer día en el Sud Lipez empezó en El Sillar, luego paramos para comer, después pasamos por el desierto de Dalí y por último visitamos unas ruinas incas antes de llegar al alojamiento del primer día. En la ruinas incas pudimos ver a Diheter rellenando el depósito de gasolina con un método simple y eficaz, pero asqueroso : aspirar aire de una goma hasta que salga gasolina y luego poner la goma en el depósito. Para el alojamiento llegamos demasiado tarde y los mejores ya estaban ocupados. En el alojamiento en el que nos quedamos no había cama para todos y a Fred y mí tuvimos que compartir una cama un poco pequeña. Roger no corrió mejor suerte porque tuvo que dormir en el suelo, ya que habían arreglado su somier de una forma un tanto chapucera y nada más sentarse cedió a su peso. Mirsa y Diheter nos contaron, al día siguiente, que habían tenido que dormir en el suelo.


El segundo día hicimos la ascensión del volcán Uturuncu, cuya cima se podía ver desde nuestro alojamiento. Nos levantamos a las cinco de la mañana y desayunamos fuerte para tener fuerzas para el trekking y porque estaba previsto comer tarde. Nos pusimos en ruta, con nuestro guía, y una hora y media después estábamos a las faldas del volcán ¡a 5600 metros! El acceso a este volcán es muy práctico porque hace años había una mina de extracción de azufre y construyeron una carretera que aún hoy se conserva. Solo íbamos a hacer 400 metros de desnivel a pie, pero el trayecto era bastante exigente por la falta de oxígeno y porque había que caminar dos horas seguidas en ascensión continua.

El primer efecto de la altura fue comprobar cómo el aire de nuestra vejiga se expandía, haciendo que todos necesitásemos aliviarnos de inmediato. Luego, que el aire que respirábamos estaba enrarecido, pero esto era por los escapes de azufre del mismo volcán : olía a huevos podridos allí donde había una humareda saliendo de la tierra. También era muy impresionante poder sentir la inestabilidad del suelo debido a el magma del volcán. Si alguien saltaba a tres metros de mí, yo podía sentir la propagación de la energía en el suelo.

Había unos cinco coches 4×4, incluyendo el nuestro, y unas 20-25 personas escalando el volcán. Hubo gente que se tuvo que dar la vuelta porque no estaban bien aclimatados y nosotros estuvimos masticando hoja de coca constantemente. Había un frío gélido y en algunos tramos de la ascensión había nieve, aunque bastante dura. Nosotros íbamos bien abrigados con guantes, gorros y cortavientos, pero nuestro guía iba con una simple sudadera, las manos en los bolsillos y unas zapatillas de paseo. Nos decía que ya estaba acostumbrado, pero es una locura que alguien que trabaja en la montaña no tenga material adaptado por falta de dinero :(.

En la cima Roger nos preparó un mate, nuestros guías hicieron una ofrenda a la Pachamama para atraer el turismo e hicimos fotos panorámicas porque el paisaje era espectacular. No nos quedamos mucho tiempo porque el viento soplaba mucho y era muy frío. El guía propuso descender por la cara sur del volcán porque era mucho más rápido, aunque la pendiente era mucho mayor. Me aseguró que en veinte minutos estaríamos en el coche, pero me dijo nada sobre lo resbaladizo del terreno y que el viento soplaba con mucha más fuerza en esa cara. ¡Pensé que me moría de congelación ! Hubo un momento en que no sentía más mis dedos y las manos me dolían mucho al sacudirlas para que circulara la sangre por ellas. Tenía las piernas medio dormidas y tenía que bajar de culo porque la pendiente era muy grande. Los veinte minutos iniciales se convirtieron ¡en una hora de suplicio ! Menos mal que Roger era una « estufa humana » y pude meter mis manos dentro de su polar para poder recuperar la sensibilidad. Terminamos el descenso como si estuviéramos esquiando, pero en vez de nieve eran piedras.

En la vuelta, los efectos de la altura y el esfuerzo empezaron a tener constancia : Danner y Mirsa (que se quedaron en el coche esperando) tenían náuseas y dolor de cabeza, Roger y Fred también se quejaban de dolor de cabeza y Diheter y yo nos salvamos de todo malestar.

Ese día comimos a las tres de la tarde y Roger se fue a dormir sin comer nada. Tuvo suerte, porque a Fred y a mi nos sentó mal la comida de ese día. Fred volvía a tener los mismos síntomas que en Cochabamba y yo empecé con vómitos. Fred se tomó las mismas pastillas que en Cochabamba y todo fue bien, pero yo pase una noche de perros y el día siguiente no fue mucho mejor. Probablemente fue la carne, que llevaba dos días viajando con nosotros en el techo del coche sin ningún tipo de refrigeración. Mirsa nos decía que no podía ser la carne porque ellos no estaban enfermos, que probablemente fuera el esfuerzo del subir al volcán. Yo, por si acaso, no volví a probar nada de carne en el resto del viaje.
El tercer día pudimos contemplar lagunas impresionantes, los flamencos rosas, vicuñas, vizcachas (mezcla entre conejo y ardilla) y geyseres. Nos cruzamos con los chicos americanos que habíamos conocido en Potosí, los que estaban recorriendo Bolivia en moto. El Salar de Uyuni y el Sud Lipez era su prueba de fuego y parece que las motos chinas que habían comprado en La Paz, por mil dólares, no estaban dando demasiados problemas. También había chicos y chicas en bicicleta, algunos en sentido del viento y otros contra el viento. Se me caían las lágrimas de pensar en el esfuerzo sobrehumano que estaban realizando esa gente para poder visitar sin contaminar esa zona tan inhóspita y salvaje, pero al mismo tiempo tan hermosa.

Durante la comida de ese día tuve bronca con Danner, el niño de cuatro años, por tirar los papeles al suelo. Su madre ya le había dicho en varias ocasiones que los papeles no se tiraban al suelo, pero el niño la ignoraba completamente. Estábamos paseando y tiró una servilleta, por lo que le dije que la recogiera y que la tirara a la basura. Intentó torearme y, en estas, la servilleta se voló un poco más lejos. Danner hizo el amago de ir a recoger la servilleta sin muchas ganas y vi como su padre nos estaba observando y riéndose. Me prometí a mí misma que iba a hacer que el niño tirara la servilleta a la basura para dar una lección al padre. Tuve que utilizar toda mi persuasión y psicología durante diez minutos y, al final, lo que funcionó fue la amenaza : si no tiraba la servilleta a la basura ya no jugaría más con él a piedra/papel/tijera, ni a peleas de pulgares ni a dar masajes de cabeza ni le enseñaría a hacer fotos. Parece que la amenaza surtió efecto y el papel acabó en la basura. Fue un pequeño triunfo personal, porque después de esto, Danner me preguntaba siempre dónde había una papelera para tirar los papeles :). Sobre todo, lo que me dio rabia de esta anécdota fue la actitud del padre, ya que los hombres en Bolivia nunca participan en la educación de sus hijos. Todo lo relacionado con el niño está asignado a la madre por defecto, lo que me parece muy injusto, porque hay veces que las madres también necesitan descansar de sus hijos y tener un poco de tiempo libre.

Tras la pausa de la comida, el coche se negó a arrancar y Diheter se tuvo que poner en modo mecánico. Hubo que limpiar el filtro del carburante, porque se había obstruido con tanto polvo. Después de este pequeño incidente pudimos seguir y pernoctamos el tercer día en un hotel de sal, muy cercano a la entrada del salar de Uyuni. Todo estaba construido con sal : las paredes, las mesas, las sillas, los somieres, …. La mejor parte no fue la estética, si no que los bloques de sal constituían un buen aislante y fue la primera noche que dormimos sin frío :).

El quinto día nos levantamos a las 4.30 de la mañana para poder ver la salida del sol en el salar, que era a las 6.00. La visión del Salar de Uyuni era espectacular con kilómetros y kilómetros de superficie blanca constituida por pequeños cristales de sal. Los colores del amanecer fueron sorprendentes.

Tomamos fotos y luego fuimos a la Isla del Pescado. Mirsa preparó el desayuno mientras nosotros recorríamos la isla de cactus gigantes. Algunos medían doce metros de altura y eran centenarios. Nos comentaron que los que se secaban servían para hacer unos muebles muy bonitos y cotizados.

Después del desayuno fuimos a hacer fotos típicas en el medio del salar y Diheter y Roger nos sorprendieron mucho con su imaginación 🙂

Ese día comimos muy pronto y luego Mirsa y Diheter nos depositaron en Uyuni. Nos despedimos de ellos, porque continuaban hasta Tupiza, y Fred, Roger y yo nos pusimos a buscar la forma de llegar a San Pedro y Potosí. Roger no tuvo ningún problema para conseguir un pasaje hacia Potosí, pero nosotros lo tuvimos un poco más complicado : dos de las cuatro agencias de Uyuni tenían los transfers hasta San Pedro de Atacama completos. Por suerte, había dos plazas libres en Atacama Mystic y encima el trayecto costaba 280 bolivianos, más barato que los 350 bolivianos que pedían el resto de agencias.

Partimos de Uyuni a las 4 de la tarde y llegamos a la frontera boliviana al día siguiente a las 12 del mediodía (la noche en mitad del trayecto estaba incluida en el precio del transfer). Pagamos una tasa de salida de 18 bolivanos en el puesto fronterizo de Bolivia (raro, raro…) y tomamos un bus colectivo hasta San Pedro. El cambio de frontera no pudo ser más radical : pasamos de viajar por los caminos de tierra en Bolivia a una carretera asfaltada con señalización cada veinte metros y salidas de seguridad en todas partes. ¡Cómo exageran estos chilenos y cómo les gusta presumir delante de los bolivianos !

La entrada a Chile fue un poco estresante porque fueron muy restrictivos en la aduana. No dejaban entrar en el país fruta, charcutería y otros tipos de comida en general, souvenirs de madera, productos hechos con materia vegetal o animal, semillas, etc. Como teníamos varios productos de la lista, declaramos mi collar y pulsera de semillas, las cucharas de madera que nos regalaron en Vicos y los gorros de alpaca. En la frontera de San Pedro poco más que se rieron de nosotros, pero más vale prevenir ¡a que te pongan una multa !

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