Aldea Luna, un reconfortante universo paralelo

 

Pernoctamos una noche en San Salvador de Jujuy a la espera de que Martín viniera a buscarnos al día siguiente para llevarnos a Aldea Luna en 4×4 y así realizar un voluntariado de una semana en una granja orgánica. En el hostal nos encontramos con una chica holandesa que había estado la semana anterior y sólo nos contó bondades sobre su experiencia. Nos pidió llevarle una carta a los habitantes de Aldea Luna y nosotros aceptamos de buen agrado :).

Aldea Luna estaba a unas dos horas de Jujuy en autobús colectivo y a una hora y cuarto en 4×4. Sólo había un colectivo por la mañana para llegar a Aldea Luna y otro por la tarde para ir hasta Jujuy. El colectivo paraba en la carretera de tierra principal y luego había que subir a pie durante una hora y cuarto unos cuatro kilómetros.

El concepto en Aldea Luna era simple: buscar el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Aldea Luna fue fundada hace siete años por Martín y Elisabeth, una pareja argentino-uruguaya. Ambos emprendieron su aventura hace mucho tiempo y emigraron de Buenos Aires a Ecuador, donde construyeron un hostal en la montaña. Trabajaron muy duro para levantarlo y mantenerlo, tuvieron a su hijo Matías, pero al cabo de un tiempo se dieron cuenta de que necesitaban cambiar de modo de vida. Vendieron el hostal en Ecuador y decidieron trasladarse a Argentina, donde compraron un terreno de 900 hectáreas. Pudieron comprar tanto terreno porque, para empezar, era muy abrupto y, para seguir, no era tan fértil como en las pampas.

La idea era recuperar los ecosistemas dañados y convertir la mayor parte de las 900 hectáreas en una reserva natural. El bosque de las fincas vecinas estaba desapareciendo porque sus dueños estaban cortando los árboles para vender la madera, así que la idea parecía más que buena. Además de la reserva, habría una pequeña parte para la agricultura, para los animales y también para sus viviendas y la de los voluntarios.

Empezaron desde cero completamente y el primer paso fue construir ellos mismos las cabañas para el comedor-cocina común, su casa y la de los voluntarios. El material que se utilizó fue cantos rodados, que consiguieron en el río cercano, y madera, aunque algunas piezas tuvieron que comprarlas. Estas cabañas estaban ubicadas en los únicos sitios que estaban más o menos planos y cerca de la entrada de la reserva. El agua que abastecía las cabañas para las duchas y otros usos generales, provenía de la lluvia almacenada en un bidón de 1000 litros. El agua de consumo provenía de un manantial y estaba filtrada y clorada. Dado que la cantidad de agua era limitada, las duchas estaban racionadas a dos por semana.

 

En la zona habitada había cuatro huertos. Dos de los huertos se construyeron mediante terrazas y los otros dos estaban inclinados. En ellos se había plantado todo tipo de verduras : lechugas, calabacines (o zapallos italianos como los llaman en Argentina), remolachas, zanahorias, cebollas, plantas aromáticas, sésamo, etc. No había demasiados arboles frutales porque, por lo visto, no es una zona muy fría y, según nos explicó Elisabeth, todos los frutales necesitan ciertas horas de frío para que den frutos.

También había un gallinero con una raza de gallinas especial : eran cluecas y ponedoras. Había unas siete-ocho gallinas por cada gallo y, en especial, había un gallo un tanto agresivo y vistoso que no dudaba en atacar a los humanos: El Uruguayo. Las gallinas solían poner unos 24 huevos al día y parte de la recolecta se vendía en Jujuy. En los días que estuvimos aprendimos mucho sobre las gallinas y, lo que más sorprendió, es que son unos animales muy delicados. Son muy sensibles a los cambios de temperatura y el calor excesivo les produce diarrea. Un método preventivo es darle agua con vinagre. También son muy sensibles a los ácaros y, durante nuestra estancia, Martín tuvo que limpiar el gallinero y ponerle unos polvos a todas la gallinas y gallos. Fue muy divertido escuchar a Martín como « se cagaba en la remierda de las gallinas », porque algunas no se dejaban atrapar :).

Además de las gallinas, también había cinco perros de lo más simpáticos, en especial Hugo, y un caballo, Moro, que servía para llevar la carga en época de lluvia cuando el 4×4 no podía cruzar el río.

La alimentación en Aldea Luna era vegetariana y la única fuente de proteínas eran los huevos. Aldea Luna era autosuficiente todo el año de verduras, pero había algunos productos, como la harina, el arroz, la pasta, el vinagre, la fruta, etc que se conseguían en el exterior.

El vegetarianismo era por convicción de sus fundadores, pero también por necesidad ya que no había frigorífico. La electricidad se proveía mediante cuatro placas solares y sólo generaban lo suficiente para alumbrar por las noches, tener la radio/mp3 encendida 24 horas y para recargar baterías mediante un cargador de coche. Cuando se necesitaba utilizar algún electrodoméstico o poner la música con altavoces para alguna fiesta, entonces, había que encender el generador.

Aldea Luna era autosuficiente en cuanto a comida, electricidad y agua, pero Martín y Elisabeth necesitaban cooperación económica del exterior para poder mantener esta forma de vida. Como cualquier familia, tenían gastos de la vida corriente : mantener un coche, pagar las clases de francés de su hijo, pagar impuestos locales por su finca, etc. Idearon la forma de conseguir dinero y transmitir su ideal de vida al mundo : aceptar turistas y voluntarios en su reserva natural. Hay tres formas de visitar Aldea Luna :

  • Como turista normal donde se paga el alojamiento y la comida.

  • Como voluntario donde sólo se trabaja medio día y la tarde es libre. En ese caso, te ganas la comida « con el sudor de tu frente » y sólo hay que pagar el alojamiento.

  • Como WWOOFER donde trabajas todo el día y Martin y Elisabeth proveen comida y alojamiento.

Ellos prefieren la segunda o tercera opción, porque permite impregnarse mejor del ambiente en Aldea Luna y mostrar a la gente su forma de hacer las cosas.

El primer día llegamos a la hora de la comida y la mesa ya estaba puesta : pastel de verduras con ensalada de lechuga, tomates y zanahorias. Encantados de la vida estábamos por comer verduras crudas, uno de mis mayores anhelos después de dos meses en Perú y Bolivia :). Durante la comida conocimos a los otros integrantes de Aldea Luna : Gerardo, un amigo de infancia de Martín que había dejado su trabajo de oficinista en Buenos Aires y se había unido a la aventura de la reserva natural, Nickolas, un alemán que con el paso de los días se volvió más hablador y que iba a hacer una estancia de cuatro meses, y Ghazzy, una estadounidense muy alegre y creadora de joyas que ya había estado de voluntaria en la granja hacía dos años.

La primera tarde nos fuimos de paseo, ya que la reserva tenía senderos que permitían visitar distintas partes. Hugo y Ovidio, dos de los perros, hicieron el honor de acompañarnos y guiarnos durante todo el camino. El bosque era impresionante y a mí me parecía que estaba en un cuento. Había lianas envueltas en musgo, árboles centenarios, riachuelos que cruzaban el camino, … ¡No me hubiera extrañado encontrar un príncipe a lomos de un caballo blanco !

Al día siguiente empezó el trabajo de verdad. Normalmente los chicos trabajaban con Martín y Gerardo en tareas mas físicas y las chicas con Elisabeth en el huerto y la cocina, de ocho a doce. Martín y Elisabeth son muy diferentes en carácter y en el trabajo, pero se notaba que Elisabeth tenía un título universitario de pedagogía porque le gustaba explicar el por qué de las cosas y cómo hacerlas de la mejor manera : era una verdadera maestra.

Elisabeth no era sólo una buena transmisora de conocimientos, si no que era también muy buena conversadora. Durante el trabajo daba tiempo a hablar de todo y de nada, de la vida en general, de nuestras experiencias, de lo que esperábamos del futuro, etc. Lo que más me gustaba del trabajo es que nadie me interrumpía, podía trabajar durante una hora concentrada en la misma tarea. ¡Era tan distinto de mi trabajo normal ! donde cada cinco minutos sonaba el teléfono, alguien venía a verme o llegaba un email, lo que hacía que me fuera imposible concentrarme por mas de diez minutos en la misma cosa.

La estancia en Aldea Luna fue muy productiva. Aprendimos a hacer un muro de piedra, a hacer mermelada, a hacer compost, a preparar el terreno para luego poder sembrar, a hacer tofu, pan y hamburguesas vegetarianas, a cubrir las plantas para que las gallinas no destrozaran el huerto, a plantar las variedades que iban bien juntas, etc. Elisabeth también me dio algunos consejos bastante útiles, entre ellos, que cuando plantara lechugas en mis cajones en el balcón que no arrancara la lechuga entera, sino que cada día arrancara las hojas más exteriores de cada lechuga para hacer mi ensalada. Así las lechugas seguirían echando hojas y tendría para más ensaladas. ¡Muy astuta !

Lo más duro y menos gratificante, sin duda, era quitar las malas hierbas. Era una batalla perdida de mano contra la naturaleza. Lo peor era la maldita grama, que estaba por todas partes y se enraizaba con mucha facilidad. La grama hacía de la tierra un bloque compacto y no dejaba que las plantas crecieran y se desarrollaran, así que había que quitarla constantemente. Fue en ese momento cuando entendimos por qué es tan cara la comida orgánica. En definitiva, sólo hay tres métodos para luchar contra las malas hierbas :

  • agricultura orgánica sin máquinas : no hay inversión que hacer, pero requiere mucho trabajo y mano de obra

  • agricultura orgánica con máquinas : el trabajo es menor, pero hay que realizar una inversión y, por tanto, hay que cultivar una superficie mayor

  • agricultura con herbicida, abono sintético y semillas OGM : productividad casi del 100%, verduras y frutos grandes, pero hay que comprar las semillas cada año porque son estériles y es nocivo para la naturaleza, el suelo y las aguas subterráneas.

La segunda tarea más dura, por el esfuerzo físico, era el compostaje. Elisabeth nos explicó el método a seguir. Había que hacer un montículo con capas alternas de tierra, estiércol e hierba. Esta mezcla tenía que estar húmeda constantemente, lo que permitiría que las bacterias y otros microorganismos se desarrollaran. El montículo iría cogiendo temperatura poco a poco por la acción de las bacterias. Cuando la mezcla estuviera a unos 70°C, había que trasladar el montículo de lugar para que la mezcla se airease. Este proceso había que repetirlo tres veces, para asegurarse de que las semillas y otros seres vivos que contuviera la mezcla estuvieran muertos. Luego se podía utilizar como abono natural para las plantas.

Las tardes las dedicábamos a pasear por la reserva o a jugar al ajedrez o a leer. ¡Por fin pude terminarme el tercer libro de Juego de Tronos! Las noches eran para jugar a un juego canadiense llamado el Toc. Unos voluntarios franceses habían construido un tablero, allá por febrero, y les habían enseñado a jugar. Desde entonces, se jugaba todas las noches. El Toc era una especie de Parchís con cartas, en vez de con dados. Era mucho más interesante que el Parchís porque, aunque tenía una parte de azar, también se podía idear estrategias y se tenía que jugar con un compañero. Formamos dos grupos, Fred y Nickolas por un lado y Ghazzy y yo por el otro. La tensión subía de noche en noche porque el nivel iba en aumento y, sobre todo, porque a Nickolas no le gustaba perder ¡ni a las chapas ! Martín utilizaba tácticas para distraer a los chicos, como tirar burbujitas de jabón o ponerse a cantar, pero nos ganaron todas las noches. Menos mal que la última ganamos nosotras, porque si no me hubiera ido con un trauma 🙁

La estadía en Aldea Luna también fue interesante porque nos permitió conocer algunos secretillos de la cultura Argentina. Por ejemplo, debatimos sobre el polémico tema de la socialización del mate. Los argentinos nunca toman mate solos, porque consideran que es una costumbre social. Elisabeth nos preguntó que si nos gustaba el mate y se echó a reír. Le dijimos que lo habíamos probado, pero que a mí no me gustaba el sabor, aunque a Fred sí. De pasada le comenté que me parecía un poco guarrería que todo el mundo compartiera la misma boquilla para beber el mate y nos dijo que justamente de eso nos quería hablar. Nos aconsejó que nunca nunca volviésemos a repetir eso delante de desconocidos, porque entonces nos tomarían por pijos y snobs. Elisabeth nos dijo que sólo hablaba de este tema con conocidos, por miedo a causar una primera mala impresión.Yo le pregunté a Elisabeth que si la gente no era consciente de que la boquilla (o bombilla, como ellos lo llaman) era un vector transmisor de enfermedades. Me dijo que la gente no lo veía así y que era un tema un poco tabú : mejor decir que no te gustaba el mate a decir que no querías compartir la bombilla con un desconocido. Ghazzy nos contó que los argentinos están moralmente obligados a compartir el mate y que ella se había encontrado en situaciones donde, en un autobús público, su vecino de asiento le había ofrecido de su mate. Ahora, Fred mira dos veces alrededor suyo cuando prepara mate ¡para no tener que compartirlo con nadie!

El último día pudimos conocer a Matías, el hijo de Martín y Elisabeth. Matias era un adolescente fuera de lo común :). Cuando sus padres decieron lanzarse en la aventura de Aldea Luna, tuvieron que negociar durante tres meses con el gobierno sobre cómo iba a ser la escolarización de Matías. Fue una batalla dura, porque la única opción que les daban era que Matías viviera en Jujuy. Obviamente, esta solución no les convenía mucho y tras mucha negociación consiguieron que Matías pudiera inscribirse a un programa de educación a distancia, aunque desde el gobierno hicieron una excepción porque ese programa sólo podía ser cursado por mayores de edad. Matías estudiaba por su cuenta el programa y una vez a la semana iba a Jujuy para ver a un profesor que le resolviera dudas y para hacer exámenes.

Uno de los días, le pregunté a Elisabeth que si Matías no echaba de menos vivir en la ciudad y estar con chicos de su edad, ya que él había vivido en Aldea Luna desde los siete años. Me dijo que ella le había hecho la misma pregunta mil veces, pero la respuesta habia sido siempre la misma : no. Me contó que al estar siempre con adultos y rodeado de voluntarios extranjeros había madurado antes de lo normal y que le había cogido el gustillo a los idiomas, historia y culturas extrajeras, por lo que no conseguía congeniar mucho con los chicos de su edad.

El último dia hicimos una foto de grupo, sin Martín porque estaba en Jujuy con su madre, y Elisabeth nos hizo un mapa indicándonos cómo llegar a pie hasta la parada del colectivo. Seis kilómetros a pie con mochilas de 15 kilos sirvieron para que las cervicales me dieran lata durante los tres días siguientes 🙁

Nos fuimos con pena, porque aunque al principio fue difícil adaptarse a un ritmo de vida completamente distinto, al final nos acostumbramos sin problemas a las dos duchas semanales, a la agujetas en el antebrazo por trabajar con la pala, a cocinar de forma simple y sabrosa, a sobrevir sin internet, etc. Hubiéramos tenido que quedarnos un poco más de tiempo. Además, la familia Aldea Luna era genial y era un lugar magnífico para poder pensar y darse cuenta de lo que de verdad era importante. Si este rinconcito del planeta era muy especial , fue gracias a la generosidad de Martín y Elisabeth, abriendo su casa y su familia a todo aquel que quisiera compartir un ideal de vida.

Posdata 1 : Fred y el kit de extracción de veneno

Perdí una apuesta con Fred. Fred había comprado en Francia un kit para extraer veneno en caso de picadura de serpiente (pensando en Australia). El kit consistía en una jeringa con boquillas adaptables para hacer el vacío alrededor de la picadura y así extraer el veneno hacia la superficie. Yo vaticiné que iba a ser una compra estúpida porque no serviría para nada, pero me equivoqué. Una de las noches, un escorpión picó en el pie a Ghazzy y Fred sacó todo orgulloso su kit. Sacaron el veneno y parece ser que el artefacto funcionó bien. Desde aquí pido mil disculpas a mi querido compañero de viaje por mi incomprensión e incredulidad.

Posdata 2 : Cómo hacer mermelada de naranja.

1.- Comprar las naranjas evitando las que son grandes y brillantes, porque a estas les han puesto cera. Si es posible, comprar naranjas de categoría 2, porque no han sido tan tratadas y son más baratas.

2.- Separar unas cuantas naranjas con la piel sin muchas imperfecciones y el resto pelarlas quitando la cáscara y la parte blanca.

3.- Rallar las naranjas peladas en un cuenco y quitar los pipos del zumo/puré

4.- Aplicar un pelador de patatas a las naranjas « bonitas » y extraer trocitos finos de cáscara. Cortar estos trozos en trocitos más pequeños. Al resto de la naranja se le puede aplicar los pasos 2 y 3.

5.- Pelar una manzana, rallarla y añadirla al zumo/puré de naranjas. La manzana contiene peptina y va a ayudar en la solidificación de la mermelada.

6.- Exprimir un limón y añadirlo al zumo/puré de naranjas. Uno de los mayores problemas de las conservas es la botulina, pero añadiendo limón hacemos que la acidez de la mezcla suba (PH más bajo) y así evitamos que el botulismo aparezca en nuestra mermelada.

7.- Añadir al zumo/puré los trocitos de cáscara de naranja

8.- Pesar el zumo/puré de naranjas y añadir 600 gramos de azúcar por cada kilo de fruta.

9.- Poner la mezcla a cocer a fuego medio hasta que eche a hervir y luego solidifique. Este paso suele tardar unas tres horas

10.- Esterilizar los frascos y las tapas que se van a utilizar para conservar la mermelada. Poner los botes y las tapas en agua hirviendo durante al menos 20-30 minutos y secarlos en el horno q temperatura alta.

11.- Rellenar los botes esterilizados con la mermelada, pero no hasta el borde. Hay que dejar un poco de espacio para poder hacer el vacío.

12.-Cerrar los botes y dejar una pequeña apertura, que es por donde va a salir el aire. Poner los botes en agua hirviendo, con cuidado de que no entre agua dentro del frasco, y dejarlo ahí durante otros 20 minutos.

13.- Sacar los botes y ponerlos boca abajo. Comprobar luego que el vacío se ha hecho dentro del frasco (la tapadera tiene que estar ligeramente hacia el exterior en el medio)

14.- La mermelada está lista y se conserva durante unos seis meses 🙂

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