Un cargo no es un velero, pero menos da una piedra

Desde que leí el libro “Les Enfants du Large” (Los Niños del Océano) y desde que supe que iba a ir a Patagonia, empecé a soñar con recorrer los fiordos patagónicos en velero, al igual que había hecho la familia del libro.

Les Enfants du Large cuenta la historia de la pareja Rochefoucauld y sus cinco hijos, que hicieron un viaje de un año en su velero Atao, de catorce metros, desde Francia hasta Sudamérica pasando por el estrecho de Magallanes y el canal de Panamá. La parte más apasionante del libro es el capítulo de Patagonia, donde cuentan cómo batallan contra tormentas, icebergs y ráfagas de viento salidas de la nada.

Ya me estaba imaginando tener una aventura como la que vivimos al cruzar desde Marsella hasta Córcega en velero, pero multiplicada por diez. Nos informamos un poco y la mejor forma de poder viajar por los canales patagónicos era enrolarnos como tripulación en un velero que hiciera el mismo trayecto que nosotros. Fred podría hacer de skiper y yo ya tenía las nociones básicas para soltar velas, amarrar velas, hacer comida con bamboleo y poner boyas. Un mes y medio antes de llegar a Puerto Montt, pusimos anuncios en esta página y esta y esta y mandamos mensajes a personas cuya travesía coincidía con la nuestra. Hubo algo que nos sorprendió y fue que casi todo el mundo hacía el recorrido desde el sur hacia el norte y no al contrario, pero eso tenía su explicación: el viento soplaba siempre de sur a norte.

No obtuvimos ninguna respuesta, una pena, por lo que tuvimos que utilizar el plan B: contratar dos billetes en el cargo Navimag  desde Puerto Montt hasta Puerto Natales. Compramos dos billetes en una cabina tipo CC para cuatro personas. Menos mal que los billetes más baratos se habían acabado, porque eran literas en los pasillos a la vista de todo el mundo.

Llegamos el día indicado a la hora indicada a la sala de embarque de Navimag y había mucho movimiento: abuelitos, moteros, mochileros, familias con niños, etc. El barco tenía capacidad para unas 250 personas y era una mezcla entre barco estilo crucero y un cargo. Poseía un comedor sin muchos lujos, un bar, bancos en el pontón y la zona de carga de mercancía.

El ritmo de vida en el barco era bastante tranquilo: desayuno entre entre las ocho y las nueve y cuarto, reunión a las nueve y media para conocer las actividades del día, comida a las doce y cuarto para el primer turno, comida a la una para el segundo turno ,vídeos y conferencias sobre fauna y flora patagónica en la sobremesa y cena a las siete y media para el primer turno y a las ocho y cuarto para el segundo turno. A Fred y a mí nos sirvió para descansar de tanto ajetreo, pero había otros pasajeros que estaban de los nervios con tanta paz y tranquilidad :).

Lo positivo es que teníamos tiempo para hablar con el resto de pasajeros y hacer amigos. Conocimos a Leyre e Isaac, una pareja de catalanes con la que compartíamos el camarote, Sandrine y Cyrille, una pareja de mochileros franceses que habían hecho el mismo recorrido que nosotros, Pascal, un cocinero francés en Bayona, y por último un italiano muy simpático. Daba tiempo a jugar al Uno, a echar partidas de ajedrez, a comentar el libro que estábamos leyendo, a hacer fotos y a charlar en general.

También había unos pasajeros muy especiales con los que tuve la suerte de hablar: un grupo que estaba grabando el documental “Última Esperanza”. Uno de los días desayuné al lado del director de fotografía y del narrador y me estuvieron contando toda su historia. Estaban haciendo un documental sobre los Kawéskar, que eran los indígenas de la Patagonia. Los indígenas siempre habían sufrido mucha represión en Chile y la raza de los Kawéskar estaba condenada a la extinción, porque en la actualidad sólo había diez personas de esta raza y sin posibilidad de procreación. Los Kawéskar siempre habían vivido muy aislados en la zona de Puerto Edén, pero sobre los años 30 el gobierno decidió unir Puerto Montt y Puerto Natales por avión y construyó una zona de aprovisionamiento de combustible en Puerto Edén. Las enfermedades y las masacres llegaron con el hombre blanco y la población indígena diezmó, sin posibilidad de recuperación. El grupo del documental quería hacer una película sobre ellos antes de su completa extinción. Bromeando, les pregunté que si los Kawéskar habían aceptado de buen agrado colaborar en el documental y la respuesta fue que no. Iban a ir a verlos con la esperanza de convencerlos, pero en caso de no conseguirlo mediante palabras, emplearían el método de los viejos conquistadores: alcohol, carne y dinero. Quizá algún día los vuelva a ver en el festival de Cannes :).

El barco navegaba día y noche a un promedio de once nudos y el paisaje era espectacular. Aguas negras y frías en los canales, desde donde se podía ver bosques inalterados, montañas con sus picos nevados y silencio, mucho silencio. Hubo ballenas también, pero como siempre, no llegué a verlas.

La travesía transcurría tranquilamente hasta que llegamos al golfo de Penas. Ya nos habían advertido que esa era la parte “divertida” del recorrido, porque durante doce horas estaríamos en mar abierto, con el movimiento que eso conlleva. Ese día, muchos pasajeros se quedaron en sus camarotes, intentado evitar los mareos. Fred y yo casi nunca nos mareamos y estamos acostumbrados al vaivén de las olas en los veleros. Ese día yo estuve leyendo en el bar y Fred se bajó al comedor con el ordenador para escribir algunos posts. Como a media mañana, Fred estaba mareado y vomitó por la cubierta del barco, cual película de Hollywood. Yo me lo perdí, porque seguía en el bar, pero hubo otro pasajero que le dio una pastilla antimareo y se fue a dormir. ¡Menudo capitán de barco que se marea!

El bamboleo se acabó sobre las dos de la mañana y el día siguiente amaneció con la paz y tranquilidad de costumbre. Ese día pudimos ver el Leónidas, un barco que “naufragó”. Nos contó el animador del Navimag que el barco pertenecía a una compañía griega que se dedicaba a la exportación de azúcar desde Brasil. En una de las travesías, el capitán tuvo una idea magnífica: en vez de llevar la carga a Chile vendió la mercancía en Paraguay y luego simuló un naufragio para cobrar el dinero del seguro y así tener doble ganancia. Lo malo es que le salió el tiro por la culata, porque el barco no se hundió y, por su puesto, la aseguradora pudo demostrar que no había sido un accidente fortuito debido a las condiciones climatológicas extremas de los canales patagónicos.

Después de ver el Leónidas, el capitán se desvió para poder observar el glaciar “Campo de Hielo Sur”. Era la primera vez que veía un glaciar y me quedé extasiada con la gama de azules que se podían observar en el hielo. El capitán hizo aullar la bocina del barco para provocar un desprendimiento y, tras varios intentos, lo consiguió, aunque yo me lo perdí. En la cubierta del barco hacía un frío glacial y la llovizna no ayudaba mucho, pero todo el mundo estaba como loco haciendo fotos.

Por la tarde llegamos a Puerto Edén y la tripulación del Navimag había organizado una actividad: un trekking de una hora alrededor del pueblo. Por la mañana nos explicaron que el coste de la actividad era de 5000CLP (7.50EUR) por persona, porque los pescadores del pueblo venían con sus barcas a recoger a los pasajeros del cargo. Fred y yo lo hablamos y decidimos que no merecía la pena gastar ese dinero en una caminata de sólo una hora con otras doscientas personas. Sorprendentemente, no todo el mundo pensaba igual que nosotros, y casi todo el pasaje bajó del barco y nos quedamos cuatro gatos viendo cómo una marea de chalecos naranjas caminaba en los bosques de al lado de Puerto Edén. Aprovechamos para enseñar a Leyre y a Isaac los principios del slackline sin que nadie nos molestara 🙂

Después de un día de “intensas emociones” con la visita del glaciar, la excursión y el avistaje del Leónidas, la noche también prometía. La tripulación del Navimag había organizado¡una noche de bingo! Uuuuuhhhhh…Antes del bingo, subastaron la bandera del barco para recaudar fondos para el Teletón. El Teletón es una gala a favor de niños discapacitados, ya que la política liberal de Chile no puede permitirse gastar dinero en hospitales para este tipo de ciudadanos. El animador del Navimag, Marcelo, no paró de decirnos que hubo un año en el que recaudaron 1260000CLP (1,890.00EUR) (2100EUR) y que se habían sentido muy orgullosos colaborando en esa buena obra. En esta ocasión, un señor portugués ganó la bandera donando 180000CLP (270.00EUR), el equivalente a 300EUR. Marcelo quedó un poco decepcionado.

A continuación, empezamos a jugar al bingo. Habíamos comprado un cartón por 1000CLP (1.50EUR), que daba la oportunidad de jugar unas seis partidas. Los premios consistían en souvenirs del Navimag o botellas de vino. Como el bingo es bastante aburrido de por sí, Marcelo puso algunas reglas:

  • Regla número uno: si él oía decir la palabra “bingo”, la persona que la había pronunciado tenía que salir a bailar.

  • Regla número dos: no bastaba con tener el cartón ganador, si no que para obtener el regalo, también había que bailar.

Estas dos reglas animaron mucho el ambiente y dieron mucho juego. Por ejemplo, Marcelo dijo al primer chico que había ganado el cartón que tenía que escoger una pareja de baile. Como era de esperar, le eligió a él. La cara de Marcelo era épica, así que para intentar salir del paso le dijo que si le escogía a él, elegiría salsa como tipo de música. El alemán, ni corto ni perezoso, le dijo que no había ningún problema, así que los dos se marcaron ¡una bachata! Otra de las situaciones divertidas es que había gente que tenía un cartón ganador, pero por vergüenza no lo decían. Después del bingo pusieron música y estuvimos bebiendo vino y bailando hasta bien entrada la noche.

Se suponía que el último día íbamos a tomar el desayuno antes de lo habitual y que sobre la una de la tarde estaríamos desembarcando en Puerto Natales. El día amaneció con ráfagas de viento muy fuertes y desde megafonía pidieron que ningún pasajero saliera a cubierta, ya que era peligroso. A media mañana el viento seguía aumentando y además lo acompañaba el granizo. Cuando llegamos a Puerto Natales, el cargo empezó a trazar círculos en la bahía. Veinte minutos después, el capitán anunció que la capitanía de Puerto Natales no nos permitía atracar dadas las condiciones meteorológicas. El capitán tuvo que dar media vuelta y llevó el cargo a una bahía más resguardada. El ancla no bastaba para equilibrar el vaivén y el capitán tenía que corregir la posición con los motores constantemente para que el pasaje no se marease. El equipo de cocina tuvo que improvisar rápidamente una comida para doscientas personas y el servicio estuvo muy bien para el poco tiempo que tuvieron.

A media tarde navegamos de nuevo a la bahía de Puerto Natales porque las previsiones meteorológicas mejoraban, según el sistema de navegación del barco, aunque no había nada seguro. El pasaje estaba muy nervioso y bastante desorientado y el animador del barco no hizo muy bien su trabajo. La gente estaba preocupada por la situación, completamente desconocida para ellos, y no sabían si anular las reservas de hoteles, comprar comida o qué hacer, porque el animador sólo tenía una respuesta: no depende de nosotros, depende de la capitanía de Puerto Natales. Además la comunicación no fue muy buena, ya que pasaban hasta tres horas sin obtener información sobre la situación. Sobre las siete de la tarde, el capitán anunció que íbamos a cenar en el barco, que íbamos a pernoctar allí una noche más y que estarían toda la noche dando vueltas en la bahía a la espera de que las condiciones mejoraran para poder atracar. Al final consiguieron el permiso de la capitanía a las dos de la mañana y después del desayuno del día siguiente pudimos desembarcar. Nosotros estábamos de lo más contento, porque así nos ahorramos una noche de hotel, pero había personas que estaban de los nervios porque venían con los días justos.

Puerto Natales nos recibió con un sol tímido y un paisaje espectacular: lagos y de fondo montañas nevadas :).

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One Response to “Un cargo no es un velero, pero menos da una piedra”

  1. Paloma says:

    Que viaje mas chulo chicos.
    Relajante a la par que emocionante
    😉

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