Punta Arenas y la isla de los pingüinos

 

Nos tomamos un día de descanso en Puerto Natales después del trekking de las Torres del Paine. La verdad es que nos lo teníamos bien merecido, porque la paliza había sido contundente. Como no me apetecía más montaña, de momento, y estaba en modo caprichoso, me empeñé en ir a ver las colonias de pingüinos en Punta Arenas. Fred estaba un poco reticente, porque pensaba que iba a ser una actividad muy turística, y tuve que utilizar todas mis armas para convencerle. La idea era hacer una ida/vuelta rápida desde Puerto Natales hasta Punta Arenas en un día o día y medio y luego continuar hacia el Chaltén.

Llegamos a Punta Arenas tras tres horas de viaje y nos recibió un frío glacial. ¡Cómo se notaba que la Antártida estaba cerca! Es por eso que en el paseo marítimo no había absolutamente nadie. Dimos una vuelta rápida por la ciudad y una de las cosas que nos divirtió mucho fue ver los escaparates de las tiendas con ropa de verano.¡Están locos o qué! La mayoría de la gente llevaba puesto un anorak, y eso que estábamos en verano, así que ¿en qué calita pensaban utilizar esos pareos?

En Punta Arenas hay dos formas de visitar las colonias de pingüinos:

  • La primera opción es Seno Otaway. Es una colonia con 5000 pingüinos y el coste de la visita es 12000 pesos por persona más la entrada al parque

  • La segunda opción es Isla Magdalena. Es una colonia con 120000 pingüinos, en una isla a dos hora de travesía en ferry desde Punta Arenas y el coste de la visita es de 28000 pesos por persona

Estábamos dudando entre las dos opciones, porque la segunda nos parecía realmente cara, hasta que echamos un vistazo en Tripadvisor. Todo el mundo hablaba maravillosamente bien de Isla Magdalena, pero de Seno Otaway las opiniones eran variadas. Así que la decisión estaba clara: Isla Magdalena.

Fuimos al centro de Punta Arenas para comprar un par de billetes en la agencia de Transbordadora Austral. Llegamos sobre las cuatro de la tarde, porque la salida era a las cinco, cuando nos dijeron que el embarque era ¡en la otra punta de la ciudad! Tomamos un taxi colectivo a toda prisa y por suerte nos dio tiempo de sobra a llegar. Incluso tuvimos tiempo de comer un sandwich caliente y tomar una bebida en la cafetería de la sala de embarque. Entablamos conversación con la camarera de la cafetería y tuvimos una conversación un tanto surrealista con ella. Resulta que Berlusconi salió en las noticias y la señora nos dijo que ojalá todos los hombres fueran como él, así de bien conservados. Yo abrí los ojos como platos y le dije que Berlusconi estaba operado y requeteoperado, que no tenía ningún mérito, y que además Berlusconi era un mujeriego de cuidado. De ahí derivamos en una discusión en la que ella me decía que todos los hombres eran iguales y que al final siempre se iban con una más joven. Yo le dije que en algún sitio tendría que haber alguna excepción y me dijo que yo era aún demasiado joven e inocente. Luego miró a Fred y le dijo: No te lo tomes como algo personal. No sabía si reírme o llorar, pero por suerte llamaron para embarcar y ahí quedó todo.

La travesía de dos horas transcurría por el Estrecho de Magallanes. Aguas turbulentas, muy negras y un viento glacial, no quiero pensar cómo fue para el pobre portugués Magallanes con un cascarón y una vela. La guía presentó a la tripulación y a sí misma. Nos explicó algunas curiosidades de los pingüinos y nos contó cómo se desarrollaría la excursión. Sólo podíamos estar una hora en la isla y sólo podíamos recorrer el sendero señalizado entre la playa y el faro, que se encontraba en lo alto de la isla. Por supuesto, no podíamos tocar a los pingüinos ni darlos de comer.

Los pingüinos emigran cada año a Isla Magdalena para incubar sus huevos. Hacen un viaje muy largo, desde las playas de Brasil hasta la punta sur de Patagonia. Una vez llegados a la isla, buscan a su pareja, ya que los pingüinos son monógamos. Escarban en la tierra agujeros, como las madrigueras de los conejos, y depositan unos dos huevos por pareja. Incuban los huevos durante 25-45 días y el macho y la hembra se alternan para que ambos puedan salir a cazar y comer.

El ferry nos depositó en la play y el espectáculo era impresionante. Había pingüinos por todas partes. Algunos en el agua, otros incubando huevos, otros en línea atravesando el sendero, otros tomando el sol. Además era muy divertido verlos caminar, porque son taaaan torpes. En cuanto había un poco de desnivel en el suelo o cogían un poco de velocidad, acababan cayéndose sobre su propia barriga. Eso sí, en el agua era otro tema, auténticos torpedos.

Nos volvimos locos haciendo fotos (hicimos casi 20 por minuto) y teníamos una sonrisa bobalicona en la cara viendo estos animalitos. ¿Qué tendrán los pingüinos que consiguen enternecer el corazón de los más duros y malotes? Uno se acercó tanto a Fred, que se le metió entre los pies y pudo acariciarle (sin que le viera el guardaparques, por supuesto). Definitivamente, estos pingüinos no tenían miedo a los humanos.

 Recorrimos el sendero y nos refugiamos un poco del frío viendo el faro/museo en lo alto de la isla. Nos parecía que no había pasado ni cinco minutos, cuando la guía nos indicó que ya nos teníamos que marchar. ¡El tiempo había pasado tan rápido! Volvimos a embarcar y sobre las diez de la noche llegamos a Punta Arenas. Fred me confesó que le había gustado mucho la visita y que no había sido tan turística como él esperaba, porque sólo había unas cincuenta personas en el ferry.

24 horas de visita relámpago y bus de vuelta a Puerto Natales, para proseguir con nuestro camino por la alucinante Patagonia Argentina.



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