Viviendo como Moglie en el Libro de la Selva : Taman Negara

Si hay algo único y especial en Malasia, desde luego, que es el parque nacional Taman Negara, donde se encuentra la selva más antigua de la Tierra. “Sólo” tiene 130 millones de años. Este título no lo ostenta ninguna otra jungla del mundo, ya que sólo Taman Negara resistió a las distintas glaciaciones que se produjeron en la Tierra, dado que se encuentra en latitudes muy cálidas.

Monito. Este no estaba de muy mala leche

Como no nos íbamos a perder un sitio así de especial, contratamos un paquete de transporte con Han Travel desde Kuala Lumpur hasta Taman Negara. Este paquete combinaba minibús entre Kuala Lumpur y Kuala Templing y un barco entre Kuala Templing y Taman negara por 75 MYR (18.00EUR) por persona. El barco fue toda una sorpresa, ya que esperábamos algo tipo ferry, pero resultó ser una piragua “tuneada” de madera con motor. La piragua tenía un techo para protegernos del sol y había cojines en el suelo y un respaldo para estar cómodos. Al menos, cabían unas veinte personas. La navegación por el río fue muy agradable, ya que podíamos ver los bosques y la selva desde una situación privilegiada. No quita, que en tres horas de barco nos dio tiempo a echarnos alguna siestecita que otra 🙂

Aguas color chocolate

Las canoas tuneadas

Marta completamente sopa

Tomando calles secundarias

Jugando en las orillas del rio

Llegamos a Kuala Tahan, el pueblo que está en la orilla opuesta al parque nacional, y empezamos a buscar alojamiento. Bueno, mejor dicho, yo me quedé con las mochilas y Fred echó un vistazo en todo y cada uno de los hostales del pueblo. Los hostales eran caros y las prestaciones no muy buenas, así que decidimos que para tener algo malo, mejor pagar poco. Así fue como nos instalamos en Rippi Hostel, cuyo lema era “No contamos mentiras a los viajeros” (No bullshit). El dormitorio costaba 10MYR (2.40EUR) por persona, así que no había mucho lujo ni limpieza. Lo “más divertido” del sitio eran las cañerías, que estaban suspendidas en el aire y atadas con cuerdas que terminaban en el techo. Lo segundo “más divertido” es que, como en el resto de países asiáticos, había que descalzarse al entrar para no ensuciar el interior, ¡pero había tanta mierda dentro como fuera!

Terracita del Rippi 

La limpieza brillaba por su ausencia

Aunque el hostal era un desastre total, la personalidad del dueño hacía que te olvidaras del resto. Rippi había empezado trabajando como agente de viajes en un agencia. Como el trabajo de oficina no le acababa de llenar, decidió que lo mejor era convertirse en guía y desempeñó ese trabajo durante veinte años en la jungla. A los cuarenta y pico años había parado con el guiado, ya que decía que estaba muy viejo para un trabajo que requería mucha fortaleza física. Así que se había reconvertido otra vez y había abierto un hostal al lado de su parque querido, donde podía darse paseos de vez en cuando para quitarse el gusanillo. Nos contó mil y una batallitas. Desde turistas frustados que habían intentado entrar en el ejército y no lo habían conseguido y pedían entrar en la selva en plan comando durante la época de lluvias, hasta el día que se econtraron de frente con un tigre y tuvieron que estar mirándole fijamente a los ojos sin moverse hasta que se marchó. Le preguntamos que si había tigres todavía y nos dijo que unos pocos, no muchos. En veinte años de profesión, sólo había oído de avistamiento de tigres en seis ocasiones (contado la suya), pero nos contaba que el avistamiento de panteras y elefantes era algo mayor. Prefería mil veces más encontrarse con un tigre que con una pantera, ya que decía que esas eran las peligrosas de verdad, muy traicioneras.

La gente dejaba ropa atestiguando su trekking en la selva

Fred aprovecho para dejar su banador preferido, que tras ocho meses estaba asi. La gente le miraba raro cuando aparecia en la playa con esta prenda unica…

Rippi nos preguntó que qué planes teníamos para nuestra estancia y le contamos que queríamos dormir en uno de los refugios del parque para poder comprobar lo que habíamos oído de la selva por la noche, recorriendo uno de los caminos balizados sin guías. No nos tachó de locos, como habría hecho un agente de viajes que intenta venderte un tour, sólo se limitó a darnos un consejo: tres litros de agua por persona y por día.

A la mañana siguiente yo me levanté regular, la otitis seguía dando guerra y aunque me encontraba mejor gracias a los medicamentos que me dio el médico de Kuala Lumpur, no estaba bien del todo. A pesar de ello, decidimos seguir con el plan de hacer un trekking y dormir en uno de los refugios. Fred había echado un vistazo al mapa del parque y había elegido un refugio que se encontraba a 11 kilómetros, Bumbun Treggan, un paseo sin mucho desnivel con llegada a una zona donde no había asentamientos humanos.

Mapa con los caminos del parque

Preparamos todo el avituallamiento, consiguiendo comida para llevar en los restaurantes del pueblo a falta de un supermercado, y nos dirigimos a las oficinas del parque para avisar que íbamos a pasar la noche en el refugio (es obligatorio). Abonamos la tasa de entrada del parque y la utilización de cámara fotográfica, 7 MYR (1.68EUR) por los dos, la tasa para dormir en el refugio, 10MYR (2.40EUR) por los dos, y la entrada al Canopy Walk, 10 MYR (2.40EUR) por los dos. Los guardas anotaron nuestros nombres y el refugio donde íbamos a pernoctar. Nos dieron un mapa fotocopiado con los caminos y ¡ya estábamos listos para salir!

Cruzamos el río en barca y desembarcamos en el pontón del resort Mutlara Taman Negara, un mega hotel y complejo turístico de lujo a las puertas del parque. El sitio pintaba bien, pero no quisimos saber cuánto costaba la nohe allí :S

Empezamos a caminar y el principio fue muy fácil. Había plataformas de madera, elevadas a unos treinta centímetros del suelo, que nos permitían avanzar a buen ritmo. El paisaje no distaba mucho de un bosque normal, pero la gran diferencia era la densidad de árboles y el tamaño.En Taman Negara los árboles son altísimos y muy delgados. Es la selección natural que se produce cuando la vegetación es densa y los árboles tienen que crecer para buscar la luz del sol. Al ser tan altos, las raíces eran muy particulaes. Es como si las raíces fueran los contrafuertes que mantienen erguido el árbol, apuntalándolo en la base. También estaban las lianas, que eran gigantes, pero no fue muy buena idea hacer el cafre con las lianas que no tocaban el suelo, ya que estaban muertas y se rompían con facilidad a pesar de ser gorditas.

Siguiendo el camino

Fred posando al lado del arbol

En cuanto a animales, no encontramos nada exótico como tigres o leopardos, pero vimos alguno que otro. Con lo animales pasaba lo mismo que con los árboles, su tamaño era gigante para nuestros estándares europeos. Nos encontramos con un cerdo-jabalí que comía tranquilamente sin importarle nuestra presencia, un lagarto del tamaño de la mitad de mi brazo, hormigas rojas del tamaño de medio dedo con su consiguiente hormiguero gigante, algún mono y otro animal que no conseguimos identificar porque el follaje era demasiado denso y sólo pudimos escuchar el ruido que hacía al alejarse de nosotros, quizá un guepardo 😛

Cochino? Jabali?

Lagarto grandecito

Hormiguero apto para la las lluvias. Al menos tiene 50 cm de alto.

Hormiga gigante

Una vez se acabaron las plataformas de madera y la mañana se iba echando encima, caminar se convirtió en una actividad muy pesada. El calor, la humedad y las raíces de los árboles no estaban haciendo nuestro paseo nada fácil y avanzábamos muy despacio. Ya nos había dicho Rippi que en la selva es el mental que cuenta, pero pensábamos que exageraba hasta vernos allí. Nos habíamos bebido un litro de agua entre los dos en menos de una hora y comprendimos por qué Rippi nos había dicho que lleváramos tres litros por día y por persona: el calor en la selva es agobiante y se pierde mucha agua sudando, por lo que hay que hidratrarse de contínuo. Yo no me sentía muy bien, en parte por la otitis y en parte por el calor, yo creo que hasta tenía fiebre o quizá sólo era la temperatura ambiente. En cualquier caso, le dije a Fred que no me veía haciendo un paseo de once kilómetros a ese ritmo y en esas condiones, por lo que convenimos que mejor ponerse mala en la ciudad que en mitad de la selva.

Vistas desde uno de los refugios

Dimos la media vuelta y para compensar hicimos el Canopy Walk, que no es más que una serie de pasarelas suspendidas en los árboles para facilitar la observación de la selva. La pasarela más alta estaba a 35 metros del suelo, pero no daba la sensación de vértigo porque no veíamos el suelo y porque había una malla protectora en la pasarela. El Canopy Walk suele estar cerrado los días posteriores a la lluvia, ya que las raíces de los árboles suelen ceder un poco porque el terreno está menos compacto y consideran que puede ser un poco peligroso. Nosotros tuvimos suerte 🙂

Con tanto arbol no da vertigo

Pantalones por dentro de los calcetines para evitar las sanguijuelas.

Por último, aprovechamos para ir a darnos un baño a las negras aguas del río Lubok Simon y volver al pueblo. Rippi no se sorprendió al vernos de vuelta 🙂

Fred miraba de reojo el agua mientras nadaba. Qué mal rollo!

 Al día siguiente nos fuimos hacia Cameron Highlands, porque no había mucha opción sanitaria en el Taman Negara y los medicamentos que me habían dado no estaban hacendo efecto al 100%. Nos dio mucha pena no haber podido disfrutar más del parque y haber escuchado el sonido de la jungla de noche, pero ¡la salud es lo primero! Tomamos la piragua e hicimos el recorrido inverso en el río, pero esta vez sólo tardamos dos horas porque íbamos en el sentido de la corriente.

Nubes diciendo adios…

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