Llegamos a El Chaltén en un soleado atardecer. Nos dirigimos directamente al hostal que Pascal y Cyrille nos habían recomendado y regateamos el precio de la habitación hasta conseguir 50ARS (7.00EUR) en dormitorio compartido. Habíamos viajado bien cargados, con la compra hecha para los próximos días, porque Pascal y Cyrille nos habían advertido que los precios en el pueblo estaban por las nubes. Así que sólo nos quedaba informarnos un poco sobre dónde había que dirigirse para empezar los trekkings que queríamos hacer: La laguna de los tres y la Laguna Torre.
El Chalten es pequeñito y está lleno de restaurantes y galerías de arte. Hay detalles en todos los rincones y le dan cierto carácter al pueblo, aunque todas las construcciones son bastante nuevas. En una de las tiendas, donde Fred se compró un mate, pudimos comprobar cómo la fama de los argentinos no es infudada: están todos de loquero. La dependienta y otra amiga suya estaban hablando de un reportaje sobre la educación que una de ellas había visto y la conversación era de lo más delirante. Psicoanalizaban hasta el más mínimo detalle del reportaje, poniendo cada punto en tela de juicio, para al final no concluir en nada. ¡De locos!
Decidimos que la primera caminata que queríamos hacer era la Laguna de los Tres, por ser la más exigente. Sabíamos que duraba unas ocho horas, unos veinticinco kilómetros y que era una “rompe-rodillas”, porque había que subir bastante desnivel por piedras. Nos habían comentado que el camino estaba bastante bien balizado y que no tendríamos problemas.
Nos levantamos bastante pronto y preparamos todo lo que necesitábamos para el día. Cuando salimos del hostal, ya nos dimos cuenta de que había mucho más viento que el día anterior, pero decidimos ponernos en marcha. El día estaba soleado, pero detrás del Fitz Roy ya se veían nubarrones. Nada de todo esto nos desanimó y empezamos a caminar.
A los cinco kilómetros empezó a llover y el viento soplaba a rachas. El Fitz Roy estaba completamente cubierto y ni si quiera se veía el glaciar. Nos cruzamos con bastante gente dando la media vuelta, pero aún así nosotros decidimos seguir. Sobre los diez kilómetros era imposible continuar, las rachas de viento casi no nos dejaban caminar y se puso a granizar. Era una cosa de locos, porque tan pronto salía un tímido sol como caía una lluvia torrencial, eran cambios que se producían en minutos. Ya nos habían advertido sobre el tiempo en Patagonia, pero hasta ese momento, no lo habíamos vivido en nuestras propias carnes. Recordamos cómo nos habían contado que dos autobuses habían volcado en las Torres del Paine, justo después de irnos nosotros, por ráfagas de viento de doscientos kilómetros por hora. Lo que nos había parecido bastante inverosímil empezaba a parecernos posible viendo lo que estábamos viendo. En un alarde de buen juicio, decidimos darnos la vuelta y volver al Chalten. Podríamos volver al día siguiente.
Nos pasamos la tarde ganduleando y sobre las ocho vimos cómo el Fitz Roy estaba completamente despejado. ¿Se estaba riendo de nosotros este pico? Comprobamos el tiempo para el día siguiente y según la previsión no habría mucho viento. Quizá el clima inclemente de Patagonia nos daría un respiro.
Segundo asalto, con las pilas puestas y más temprano que el día anterior. Empezamos a subir y todo parecía ir a la perfección. Buen tiempo, el Fitz Roy visible y atrayéndonos cual imán atrae el metal, bastante gente por el camino y caminando deprisa por las partes ya conocidas. Los primeros once kilómetros eran semiplanos, pero en el último había que subir trescientos metros de desnivel por camino de piedras. Lo bueno, es que las Torres del Paine nos habían servido como entrenamiento y en este trekking íbamos adelantando a bastante gente, cuando normalmente es lo contrario. Parecía que estábamos en forma y no tuvimos ninguna dificultad en superar el desnivel.
Lo malo llegó en la cima. El viento se había ido levantando poco a poco y en lo más alto ya casi ni me podía mantener en pie. Cuando llegaban las ráfagas me tenía que sentar y ponerme de espaldas al viento porque la arenilla se clavaba como alfileres en la cara. Conseguimos refugiarnos detrás de una piedra, casi en la base del Fitz Roy, pero faltaba subir por una pequeña cuesta para poder ver la laguna. Ese terraplén estaba muy expuesto al viento y aguardamos para analizar las dificultades de la gente que ya estaba subiendo. Por un momento pensé en no subir, pero me daba muchísima rabia, porque era como quedarse con la miel en los labios. Tras un cuarto de hora, decidimos que subiríamos. Caminaríamos los dos agarrados de las manos utilizando nuestros bastones y nos sentaríamos antes de que llegaran las ráfagas de viento. Esta estrategia nos dio estabilidad y al final pudimos subir seguramente.
Tanto esfuerzo obtuvo su recompensa y pudimos ver la Laguna de los Tres. No sé qué tiene el Fitz Roy, pero es la única montaña que ha conseguido atraerme. Es como si entonara un canto de sirena y sabes que irremediablemente tienes que acercarte a él.
El descenso fue sin mayor problema. El viento se había calmado y había sol. Como previsto, tardamos unas ocho horas: ¡por una vez estábamos en la media! 🙂
Esa noche tenía las piernas muy cansadas, así que me apliqué la crema que mi amigo Enrique me aconsejó para piernas cansadas. Parecer ser que la crema surtió efecto, porque al día siguiente estaba como nueva para el trekking de la Laguna Torre. Fred , que había sido muy escéptico con respecto a la eficacia de la crema, ¡se la aplicó la noche siguiente!
El trekking de la Laguna Torre fue mucho más tranquilo y menos exigente. La Laguna Torre está situada en la otra cara del Fitz Roy y para llegar a ella hay que recorrer una pradera enorme. La caminata fue bonita, pero no tanto como la de la Laguna de los Tres.
Al día siguiente pusimos rumbo a El Calafate de nuevo, para enlazar con un autobús que nos llevaría a Puerto Madryn.