Hsipaw es un mini pueblo perdido de la manode Dios en mitad del campo al norte de Mandalay. ¿Qué pintábamos nosotros allí? Vale que el campo nos gusta más que las ciudades grandes, vale que nos gusta meternos en sitios improbables, vale que somos un poco masoquistas, pero por una vez ¡había una razón de peso! Entre Hsipaw y Pyin Oo Lwin había el tren más típico y alto de todo Myanmar y no estábamos dispuestos a perdernos este acontecimiento.
Tomamos un autobús desde Mandalay hasta Hsipaw y, aunque la pareja de irlandeses que habíamos encontrado en el lago Inlé habían apostado que vomitaríamos en este trayecto, la cosa fue mucho mejor de lo que esperábamos. En parte, gracias a la lluvia, que hizo que el conductor tuviera que ir despacio y, por otro lado, porque tuvimos al mejor conductor de autobús de todo Myanmar. La carretera tenía cien mil curvas y se pasaba de un valle a otro casi sin tener tiempo de suspirar. Tardamos siete horas en llegar, con el pasajero de detrás de nosotros echando hasta la primera papilla, pero por el camino comí LA sopa, estaba taaan buena que casi quise ir a preguntar al cocinero qué especias había utilizado, pero lo dejé estar porque probablemente el cocinero no hablaría ni una palabra de inglés.
Me gustaría hacer un inciso para hablar de los autobuses de Myanmar, donde hay varias cosas bastante características:
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Los rezos antes de empezar el viaje.
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El karaoke a todo volumen en la televisión del autobús. Ponen videoclips con la letra de la canción en birmano. Nadie canta y aunque nosotros queríamos, no sabíamos como leer los malditos caracteres en sánscrito.
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Los culebrones con trama tan simple, que hasta los extranjeros pueden enterarse de lo que está pasando. Lo más divertido es que los actores sobreactúan una barbaridad y da la risa viendo sus caras
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Los autobues tienen dos filas con dos asientos, peeeeero cabe la posiblidad de ampliar el número de viajeros utilizando unas banquetitas en el pasillo. Así puedes tener un momento de intimidad con tu compañero del pasillo mientras que le das un codazo quitándote el jersey o si él se duerme plácidamente sobre tu hombro.
Bueno, el caso es que llegamos a Hsipaw a las diez y cuarto de la noche, lo que era tardísimo (como si en Francia llegásemos a la una de la mañana a un sitio). Acabamos el hostal Nam Khae Mao , donde el recepcionista era de lo más simpático, pero con unas habitaciones que se caían a cachos. Pasamos allí la noche y al día siguiente fuimos a buscar otro sitio. Cogimos una habitación doble en el hostal Yee Shin, que estaba completamente nuevo y cuyo precio era el mismo que en el otro hostal (13 USD (10.01EUR)). Cuando volvimos al primer hostal nos preguntaron que a dónde íbamos y el precio, pero les bastó como razón de peso decir que en el segundo hostal tenían “western toilets”, lo que viene a ser un wáter normal y corriente y no de tipo turco. Yo creo que a los turistas nos ven como unos remilgados que no pueden hacer sus necesidades a pulso :).
Hsipaw no tenía mucho que ver, pero la gente era muy simpática. Hicimos uno de los paseos en los alrededores del pueblo y un búfalo casi nos hizo abortar nuestra misión porque estaba al lado de un puentecito y no nos quería dejar pasar. Tenía cara de muy mala leche y por algún extraño motivo no le gustábamos nada. ¿Quizá sería la camiseta roja de Fred o que llevábamos paraguas? Aprovechamos que una chica del campo pasaba por allí para cruzar disimuladamente como quien no quiere la cosa. Si ella no hubiera estado allí, habríamos tenido que dar la media vuelta, porque el bicho era mucho más grande que nosotros.
Lo más guay de Hsipaw es lo que llaman “El pequeño Bagan”. Aunque en Bagan saturamos un poco de templos, este sitio merecía la pena porque era muy poético. Los templos se mezclan con la naturaleza y hay árboles saliendo de la cúspide de los mismos, partes rotas por las raíces o la maleza y están en un estado de deterioro muy fotogénico.
El día antes de nuestra partida pasamos por la estación de tren para reservar los billetes y nos dijeron que viniéramos al día siguiente a las ocho y media para tener los billetes y hacer todo el papeleo. No lo he dicho antes, pero en Myanmar, en cuanto algo está relacionado con el gobierno, hay que hacer papeleo hasta para ir al baño. Nos pareció un poco raro que nos pidiera ir a las ocho y media, cuando la salida del tren estaba prevista para las diez menos veinte y sabíamos de buena fuente que el tren solía llevar retraso. Bueno, pues habría que estar allí a la hora que nos habán dicho.
Aprovechamos el resto del día para visitar el parque, el mercado y hacer algunas compras, como un par de chanclas para mí y otro paraguas baratísimo para mi colección (ya iban tres en Myanmar). Comimos en Mr Food comida china y fuimos a un cyber café para poner al día nuestros emails.
A las ocho y meda clavadas estábamos en la estación y allí había otros siete turistas. Nos dijeron que el tren tenía dos horas de retraso y que probablemente saldríamos a las doce del medio día. ¡Nos habíamos levantado muy temprano para nada! (aunque ya lo sabíamos). Hablamos con el señor que despachaba los billetes para saber a qué hora llegaríamos a Mandalay y nos dijo que a media noche. No eran noticias muy halagüeñas, porque la mayoría de los hostales cerraban sus puertas a las once. Empezamos a ver posibilidades y sólo había dos:
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Tomar un billete de tren hasta Pyin Oo Lwin y hacer allí noche
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Tomar un billete de tren hasta Pyin Oo Lwin y continuar por carretera hasta Mandalay.
El caso es que había que pararse en Pyin Oo Lwin sí o sí, así que una vez allí, veríamos con los otros turistas y tendríamos tiempo de decidir qué queríamos hacer.
Como quedaban tres horas y media hasta la llegada del tren nos fuimos a dar una vuelta por Hsipaw, pero ya lo habíamos visto todo. Deambulamos un poco por el pueblo, intentamos ir a una colina (pero estaba demasiado lejos), tomamos un refrigerio y volvimos a la estación de trenes a eso de las once menos cuarto.
Nos sentamos en los bancos y vinieron a decirnos que teníamos que comprar YA los billetes porque el tren venía con “adelanto”. ¡Ja! Las once y cuarto lo llamaban adelanto… A mí se me escapaba la risa a puñados. El resto de turistas no estaban allí todavía, porque nos habían dicho que volviésemos a las once. ¿Iban a perder el tren después de haber esperado media mañana? Bueno, pues el truco está en que el tren llegó a las once y veinte, pero hasta las doce no salimos.
Compramos dos billetes a 6USD (4.62EUR) en la primera clase, porque como ya tenemos tablas en esto de viajar, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Todos los turistas compraron también en primera clase excepto una chica alemana que compró en ordinario. Nosotros sabíamos que la primera clase no iba a ser tal, probablemente iba a ser igual de cutre que la ordinaria, pero la diferencia iba a estar en que no estaríamos hacinados. Y no nos confundimos. El viaje en la primera clase ya iba a ser suficientemente típico de por sí, como para añadirle más cuerpos sudorosos alrededor nuestro.
Me pasó una cosa rara esperando la llegada del tren. Tenía que ir al baño y la señora belga me dijo que ella había ido al baño de la estación, que era un “western toilet” y que sólo los turistas podían utilizarlo. Me guardé mi perorata de que no entiendo este tipo de racismo porque realmente necesitaba ir al baño. La señora belga me indicó la dirección y allá que fui. Estaba mirando por la ventana de las oficinas cuando un policía me preguntó en inglés que qué estaba mirando. Le dije que estaba buscando el baño y de muy malos modos me dijo que allí no había baño que me fuera. Era un poco raro, porque justo cuando me estaba hablando vi un cartel colgado de una puerta que decía “toilet”. No entendía nada. Alguien de dentro de la oficina le dijo algo en birmano al policía de los malos modos. El policía me dijo en tono muy seco que podía entrar al baño. Raro, raro…
Cuando volví del baño le conté a Fred y a los belgas lo que me había pasado y les comenté que había sido una situación muy extraña. El señor belga me dijo que alguien le había dicho que en un camión que había cerca de las oficinas había presos (probablemente políticos) que iban a ser trasladados y que por eso no querían a ningún turista por allí merodeando para que no viera nada. La realidad de un país todavía en dictadura me arreó un guantazo en toda la cara 🙁
El tren llegó por fin y todos nos pusimos muy contentos, pero la cara de la gente fue un poema al ver la primera clase. Fred y yo nos moríamos de la risa porque ya nos esperábamos algo así. El tren era del año de la polca, estaba sucísimo, los asientos completamente destartalados y, al menos, había unos ventiladores para mover un poco el aire.¡Aquello pintaba como una experiencia única! Además teníamos un par de polizones inesperados, dos ratoncillos que de vez en cuando hacían una aparición estelar para animar al personal.
El tren se puso en marcha y, por algún extraño motivo, se bamboleaba de un lado a otro. ¿Cómo era posible que un tren, que va en línea recta por las vías, se moviera de esa manera? No fuimos capaces de encontrar una explicación, así que el misterio perdura. La velocidad del tren estaba entre veinte y treinta kilómetros por hora, así que nos daba tiempo a hacer fotos, ver a la gente del campito, mirar el paisaje, pararnos durante un ratito en las estaciones, etc. Lo mejor de todo fue cruzar el viaducto de 700 metros de altura, porque las vistas eran espectaculares y cuando miraba por la ventanilla hacia abajo, el estómago me hacía cosquillas. Hubo algunos que no tuvieron suficiente con mirar por las ventanillas y se fueron a las puertas del tren, que siempre estaban abiertas, para hacer fotos y vídeos en modo kamikaze.
Sobre las siete de la tarde llegamos a Pyin Oo Lwin, tras siete horas de trayecto, donde había tenido tiempo de ver cómo la señora delante de mí masticaba unos insectos rojos y los labios y los dientes se le teñían de carmín. Por supuesto también asistí al espectáculo de ver escupir dichos insectos por la ventanillas y en un vaso. Todo muy “típico”, como diría Fred.
En Pyin Oo Lwin hablamos con el resto de viajeros sobre nuestras opciones. La pareja de jovencitos decidió pasar la noche allí, la pareja de belgas tenía que volver obligatoriamente a Mandalay y el resto estábamos sin saber qué hacer. Los belgas nos dijeron que ellos habían tomado ya un taxi compartido y que tardaba dos horas hasta Mandaly, así que nos pareció una buena opción y nos apuntamos a su plan.
Pero no contábamos con que a esas horas ya no habría taxis. Sólo nos daban como opción un pick-up, que no es más que una camioneta con asientos en los laterales donde se puede llevar personas y mercancías. Es la forma de transporte más insegura y más incómoda que conozco, porque hay mercancía pesada suelta, nada de cinturones, los bancos están muy duros, sólo cabe medio culo, nada de aire acondicionado y se va muy apretado para que quepa el máximo de gente. Bueno, pues de perdidos al río. Dos horas de pick-up, 2000MMK (1.58EUR) por persona y estaríamos en Mandalay.
El trayecto en el pick-up fue casi que más surrealista que el tren. El chófer iba a toda pastilla. La señora belga, de un metro ochenta y unos cincuenta y cinco años, tuvo que sentarse en el suelo porque si se sentaba en la banqueta tocaba con la cabeza en el techo y en los baches se golpeaba. Paramos para recoger a más locales, pero aún habiendo sitio dentro de la camioneta, prefirieron montarse en el techo (de locos). Paramos en mitad de la carretera y nos hicieron cambiar de pick-up y acabamos en uno que tenía una moto dentro. Casi le dio un ataque de ansiedad a la señora belga porque pensaba que iba a morir allí mismo. Y bueno, lo normal en estos casos….. Pero llegamos a Mandalay.
Tras un día larguísimo, conseguimos una habitación doble en ET hotel, nos fuimos a ingerir algo de comida rápidamente y dimos a nuestro cuerpo traqueteado por el viaje un poco de descanso por fin.