Nosotros no teníamos que estar en Myanmar sino en India, pero por cosas del destino acabamos en la antigua Birmania. Muchos viajeros con los cuales habíamos charlado largo y tendido durante nuestro periplo, nos habían contado con deleite su estancia birmana, hablándonos sólo para bien de sus gentes. Eso, y que los indios eran un poco cansinos (por decirlo educadamente) para expedir un visado fuera de tu país de nacionalidad, hicieron que nos decantásemos por este país asiático que había abierto sus puertas completamente al turismo en 2010. En realidad, la única referencia que teníamos de Myanmar era la película The Lady, que contaba la historia de la vida de la disidente Aung San Suu Kyi, que había hecho frente a la dictadura de Ne Win y había vivido bajo arresto domiciliario durante 15 años.
En el aeropuerto conocimos a Guillaume, un chico francés que estaba de vacaciones en Myanmar, pero que en breve iba a instalarse en Vietnam y abrir una panadería con un socio. ¡Otro que había petado un cable! Pasaba de ser analista financiero a asociado de un panadero; Conocemos a más de uno así… El caso es que Guillaume se iba a alojar en nuestro hotel también, el Ocean Pearl II, y allí estábamos los tres esperando a que vinieran a recogernos para llevarnos al hotel.
El primer “susto” fue que en Myanmar se conducía a la derecha, pero el volante estaba también a la derecha. Como podeis imaginar, esta configuración no es nada “práctica” para poder adelantar. Es más, los autobuses llevan un copiloto para indicar cuándo se puede adelantar y cuándo no. Esto es probablemente porque Myanmar fue una colonia inglesa y cuando consiguieron la independencia decieron cambiar el lado de conducción para chinchar a los ingleses. Lo malo es que todos los países alrededor de Myanmar conducen a la izquierda y, obviamente, tienen el volante a la derecha, por lo que los coches que Myanmar importa tienen el volante en el lado malo. Sólo conozco el caso de Suecia, que hace muchos años conducía a la derecha con el volante a la derecha, porque decían que era mejor para avistar rápidamente animales que salían de los bosques. En el año 1967 Suecia empezó a conducir a la derecha y la tasa de accidentes descendió drásticamente.
El segundo shock fue ver por la ventanilla de la furgoneta cómo dos hombres iban agarrados del hombro. ¿Tan liberales son en Myanmar con los homosexuales? Algo no me cuadraba cuando vi más y más hombres rodeándose con el brazo. Fue entonces cuando me vino a la mente un libro que había leído sobre Nepal, donde era una costumbre normal que dos hombres caminaran agarrados sin denotar homosexualidad, sólo amistad. Al fin y al cabo no estábamos tan lejos de Nepal, probablemente sería esta la explicación. Unas horas después confirmaron mi hipótesis.
Llegamos al hotel Ocean Pearl II y allí nos esperaba una habitación doble con baño y aire acondicionado por 25 USD (19.25EUR). La habitación no estaba mal y estaba bastante limpia, pero después de haber viajado por todo el sudeste asiático, el precio nos parecía un robo. En realidad, los precios de los hoteles para turistas suben cada poco, porque la demanda es mayor que la oferta en temporada alta. Como los turistas no están autorizados más que a alojarse en los hoteles designados por el gobierno, los dueños de los hoteles se aprovechan, haciendo que los turistas sean la gallina de los huevos de oro. Como podreis suponer, ya sabreis las afinidades políticas de los dueños de los hostales…
Empezamos a visitar Yangoon con cuarenta grados a la sombra. Como siempre dice mi madre “allá a donde fueres haz lo que vieres”, decidimos comprarnos unos paraguas para utilizarlos a modo de sombrilla como los locales. Lo raro era que los paraguas plegables, esos que se rompen en cuanto los miras, eran más caros que los paraguas de una pieza, esos que son muy sólidos. Debe ser que los plegables los importan de Japón y los otros se fabrican en Myanamar. Obviamente, optamos por la opción de paraguas sólidos y bonitos 🙂
En el centro de Yangoon aún quedan edificios coloniales muy bien conservados. Estuvimos dando una vuelta, pero antes paramos en un restaurante a comer. Era un restaurante de barrio, pero al menos tenían la carta en inglés y no tuvimos que descrifar las letras gorditas y redonditas birmanas. Lo raro es que era un restaurante llevado por niños y adolescentes. No había ningún adulto y los niños hacían de camareros, cocineros y cajeros. Nos chocó muchísimo, pero tras pasar algún tiempo en Myanmar, nos hemos dado cuenta de que los niños trabajan en todas partes, tanto en el campo como en los negocios de sus padres. Nos pasó también que en el menú había una sopa y cada vez que la acabábamos un camarero se llevaba nuestro tazón y aparecía con más. Así hasta tres veces. No sabíamos cómo decirles que pararan y tampoco queríamos dejar comida en el plato, por lo que vivimos una situación surrealista hasta hacerlos entender que no queríamos más. Parece ser que es lo normal también y que puedes repetir tantas veces como gustes.
Otra de las particularidades de los restaurantes es cómo se llama la atención a los camareros. En europa levantamos la mano o decimos “perdona”. En Myanmar eso no funciona. Tienen un método un poco particular, que consiste en hacer un ruido con la boca para llamar su atención. Este ruido es una mezcla entre lanzar besitos al aire y el ruido que hacemos frunciendo los labios cuando queremos llamar la atención de un perro. Lo divertido es que Fred no conseguía hacerlo, por lo que mandaba besitos al aire y los camareros no se enteraban :).
En el centro visitamos la pagoda Sule, que oficia de rotonda, centro comercial y templo budista. ¡Un todo en uno! Lo malo es que para visitar la pagoda había que descalzarse (y pagar 5USD (3.85EUR) por cabeza) y, aunque eran las cinco de la tarde, el suelo de terrazo seguía quemando. El sol había estado calentando todo el día el suelo y caminar sin zapatos era casi un suplicio. Dimos un par de vueltas rápidas, hicimos las fotos de rigor y nos fuimos a tomar el fresco al parque de en frente.
Allí estábamos haciendo nada cuando llegó el guarda del parque a eso de las seis y media para echarnos a todos y cerrar. Nos estábamos levantando cuando se acercó un chico a hablarnos. Nos preguntó que de dónde éramos y ahí se nos encendió el piloto. Estábamos cansados de gente deshonesta que intentaba timarte y que empezaba siempre a entablar conversación con el típico “Where are you from?”. Aunque desconfiábamos, le dimos al chiquito el beneficio de la duda y nos explicó que trabajaba con chico de la limpieza en el hotel Ocena Pearl 1, del mismo dueño que el hotel donde nosotros nos alojábamos. Lo único que quería era practicar inglés para poder introducirse en el sector del turismo, así que nos invitó a ir con él al lado del río. Según nos dijo, había ambientillo al atardecer. ¡Y allí nos fuimos con él!Razón no le faltaba: había gente por todas partes cruzando el río, vendiendo cosas, asistiendo a la “fiesta” pro régimen, …
Al día siguiente tuve la oportunidad de echar un vistazo al periódico Myanmar Times, pro-régimen y escrito en inglés. Había algunas cosas curiosas. Por ejemplo, las tres primeras páginas eran una lista de acciones pendientes que el gobierno había clasificado por ministerios y responsables. Había de todo, como mejorar las infraestucturas de carreteras, pasando por objetivos médicos hasta cosas de educación. Lo curioso fue ver las tareas del ministerio de religión: “Entablar comunicación con colegios que enseñan extremismo religioso para promover el entendimiento mutuo”. Esta nota estaba relacionada con lo que estaba pasando dentro del país que no era más que un genocidio de personas musulmanas. Había ciudades cerca de la frontera con Bangladesh donde había habído conflictos, manifestaciones y muertos. Los monjes budistas estaban liderando movimientos en contra de los musulmanes. Unos días antes de nuestra llegada, había habido un altercado que había comenzado entre una señora musulmana y un monje. La cosa había acabado con varias casas de personas musulmanas completamente calcinadas. No todo el mundo está libre de culpa, ya que hace unos meses los musulmanes habían hecho estallar dos bombas en Yangón. Nosotros hemos escuchado dos versiones de la historia. La primera es que dicen que los musulmanes están intentando imponer su religión y que por eso los monjes budistas se han levantado contra ellos. La segunda, es que hay un problema económico: hay ciudades donde todo el comercio lo controla la población musulmana y quieren acabar con eso. Sea como fuere, deberían establecer un diálogo porque el ambiente se está crispando y eso no puede ser bueno para nadie.
La visita del día fue la pagoda más famosa de todo Myanmar: Shwe Dagon. Por supuesto, fuimos por la tarde, ya que sabíamos que en la pagoda había que estar descalzo y mejor ir cuando el suelo no quemara. Decidimos que queríamos ir en autobús, así que preguntamos en el hostal. Nos dijeron que teníamos que coger el autobús 402 y el recepcionista nos hizo una lista donde traducía número árabe a número en sánscrito. El 402 era una especie de “j” más una “c” al revés más una especie de “g” rara. Así que allí estábamos, en la parada del autobús con nuestra lista de números esperando. Cuando llegó el primer autobús nos hicimos un lío. ¿Qué eran números y qué eran letras? ¡No lo sabíamos! Además, cada autobús era distinto y no todos tenían el mismo tipo de letreros. Menos mal que al cabo de diez minutos vimos aparecer un autobús con lo que parecía ser un 402. Montamos y le dijimos al chico de los billetes que íbamos a Shwe Dagon Pagoda. No dijo que sí con la cabeza, así que ya sólo había que esperar. Lo raro es que al poco, el chico de los billetes empezó a hablarnos y a hacernos señas para que bajásemos, pero ¡estábamos casi al lado de la pagoda Sule! Le dijimos en inglés que no era la pagoda Sule si no la Shwe Dagon. El chico hablándonos en birmano y nosotros contestando en inglés que no era Sule si no Shwe Dagon. Menos mal, que hubo un viajero que hablaba inglés y nos tradujo lo que el chico nos estaba intentando decir. Resulta que en el hostal no nos habían indicado bien o se habían olvidado de decirnos que teníamos que coger el 402, pero que había que cambiar de autobús en la pagoda Sule. ¡ Por eso quería el chico que bajásemos a toda costa! El señor que había oficiado de traductor se ofreció a llevarnos hasta el otro autobús e incluso habló con el chico de los billetes para que nos indicara donde bajarnos. ¡Muy amables estos birmanos! 🙂
Conseguimos llegar a la pagoda Shwe Dagon y tuvimos que entrar por donde los turistas y pagar los 5USD (3.85EUR) por cabeza. Da un poco de rabia tener que pagar por algo que para el resto es gratis, pero en fin… Lo curioso del asunto es que pudimos darnos cuenta de que había “cuatro” turistas en el sitio turístico por excelencia, ya que sólo había una veintena de pares de zapatos en esa entrada. Tomamos el ascensor que subía a la pagoda con un montón de locales y entre el primer y el tercer piso le dio tiempo al encargado del ascensor a echar unos rezos por nosotros.
El ambiente en la pagoda Shwe Dagon era particular. Había muchísima actividad allí dentro y cada uno hacía lo que le venía en gana: unos se hacían fotos con la familia, otros hacían ofrendas, monjes meditando, chiquillos corriendo. Quedarse quieto y mirar alrededor era como estar viendo una película.
Como queríamos alguna explicación sobre la pagoda, contratamos los servicios de un guía. Este nos explicó que las pagodas había que recorrerlos en el sentido de las agujas del reloj y que en casi todas había distintas representaciones de Buda representando un día de la semana. Cada persona tenía que hacer una ofrenda al Buda del día de la semana en que había nacido. Nuestro guía sacó su calendario y vimos que yo había nacido un martes y Fred un domingo. Así que mi Buda era el del tigre y el de Fred era el del elefante. El guía nos preguntó que si queríamos hacer una ofrenda a nuestro Buda y yo decliné muy amablemente diciendo que para hacer ofrendas había que creer.
Seguimos con la visita y nos explicó que había un Buda en el templo con los ojos de rubí. Ese Buda estaba en una habitación donde nadie tenía acceso, pero que para que la gente pudiera verlo y adorarle, habían instalado un circuito de cámaras y el Buda se podía ver en unas televesiones. Pero los ojos de ese Buda no eran las únicas piedras preciosas que había en la pagoda. En todo lo alto de la pagoda había rubíes, esmeraldas y diamantes, que cambiaban de color según incidían los rayos del sol. La mitad de la pagoda estaba forrada con láminas de oro, así que se puede considerar que era un monumento bastante ostentoso.
Seguimos caminando y llegamos a un pilón donde había agua bendita. El guía nos dijo que había que derramar agua tres veces utilizando la flor de loto, así tendríamos suerte y no tendríamos ningún tipo de accidente en cualquier medio de transporte. Ya os podeis imaginar nuestra cara, pensando que precisamente el agua bendita iba a protegernos de que condujeran de cualquier manera, pero el guía, que no estaba dispuesto a que nos fuéramos sin estar bendecidos, aprovechó un descuido nuestro y allí mismo nos roció con el agua. ¡Vamos hombre! No iba a ser por él que nosotros no íbamos a salir protegidos de allí, encima que no habíamos hecho ni una ofrenda al Buda de nuestro día de la semana…
El guía nos explicó también el significado de algunos de los frescos que adornaban las paredes del templo, que no eran más que pasajes de la vida de Buda. Para aquellos que no tienen ni idea sobre su historia, la resumiré de manera rápida. Siddartha era un príncipe que vivía en una caja dorada en su palacio. Cierto día decidió renunciar a todo y se unió a un grupo de monjes que meditaban. Estos monjes era muy estrictos con la meditación y con las privaciones al cuerpo. Buda se quedó en un estado lamentable, esquelético, deshidratado y más muerto que vivo. Decidió dejar ese grupo y decidió vivir de otra forma. También meditaba, pero de forma más moderada, y fue así cómo le llegó la iluminación. El hombre, para alcanzar el Nirvana, tenía que vivir de forma moderada, sin cometer excesos. Y así fue pregonando su forma de vida. Como podeis imaginar, del mensaje que intentó transmitir Buda en su día ya no queda nada y el budismo, según se practica en el sudeste asiático, no es más que una caricatura de sus ideas. Pagodas con rubíes, personas comprando láminas de oro para forrar con ellas la imagen de Buda, gente haciendo negocios dentro de las pagodas, mujeres que no pueden entrar en ciertas partes del templo porque no estamos limpias por tener la menstruación, etc, etc. Nada nuevo que no podamos comparar con el cristianismo…
Estuvimos un buen rato por la pagoda haciendo fotos y observando a la gente. Aprendimos que las campanas hay que golpearlas tres o siete veces, dependiendo de por quién quieras pedir y leímos la historia de una campana, la única que se salvó de acabar fundida para servir de munición en la segunda guerra mundial.
Al día siguiente fuimos a visitar al mercado de la ciudad. Cuando íbamos para allá, un jovencito se acercó a hablarnos y nos preguntó que si nos importaba darle conversación para que practicara inglés y le dijimos que no. Resultó que el mercado estaba cerrado, por el fiesta del trabajo del día uno de mayo, así que a las puertas del mercado estábamos los tres sin saber muy bien qué hacer. Me acordé que la torre Sakura no estaba muy lejos y que nos habían dicho que las vistas desde su cafetería eran excelentes. Así que allí que fuimos los tres y cuando llegamos a la puerta, el chico que venía con nosotros no sabía muy bien cómo reaccionar. Sabíamos que la cafetería de la torre Sakura era muy cara y que, obviamente, los locales no podían permitirse ir allí. Fred y yo lo hablamos rápidamente y decidimos que podíamos invitarle a subir con nosotros y pagar su consumición. El chico nos decía que no al principio, pero al final le pudo la curiosidad y aceptó subir con nosotros. Le explicamos que no éramos ricos, pero que de vez en cuando podíamos permitirnos un capricho y pagar 3USD (2.31EUR) por una cocacola.
Subimos a la planta 20 y entramos en el restaurante/cafetería. La cara del chico que venía con nosotros, que tenía un nombre difícil de recordar, lo flipaba en colorines. Probablemente no había estado en un sitio tan elegante en su vida, y eso que era un lugar tirando a normalillo. Hacía comentarios sobre los uniformes de las camareras y que qué guapas eran y nosotros nos moríamos de la risa. Por supuesto, le encantó la vista que había, donde se veía toda la majestuosidad de la pagoda Shwe Dagon. Cuando vio los precios de la carta se cohibió muchísimo, pero al final pidió una cocacola. Miraba los posavasos con cara de no haber visto algo así en su vida.
Nos fue contando poco a poco su historia. Venía de una familia del campo, cerca de Bagan, y había vivido dos años en Singapur (probablemente de ilegal) y era allí donde había aprendido un poco de inglés. Había vuelto de Singapur porque su madre se agobiaba con él estando tan lejos, ya que se había divorciado no hacía mucho. Tenía una hermana que vivía en otra ciudad y en Yangón sólo tenía un primo. Trabajaba como recepcionista de noche en un hostal y cobraba 40000MMK (31.59EUR) al mes, con sólo dos días de descanso. Al menos la comida y el alojamiento se los proporcionaba el mismo hostal. Su seño era trabajar en el hotel más caro de todo Yangon y por eso necesitaba practicar inglés. Nos llevó a las oficinas donde trabajaba su primo para que le conociéramos y todo, pero este no hablaba ni palabra de inglés, así que la comunicación fue bastante limitada. Al final nos despedimos de él y le regalamos uno de los posavasos de la cafetería, que habíamos cogido como souvenir.
Esa noche cenamos en un sitio que parecía muy muy cutre, pero la sopa de coco con noodles era excelente. Además, enfrente había un chico preparando churros, así que el postre estaba asegurado 🙂
Al día siguiente pudimos ir al mercado por fin, pero en realidad no merecía mucho la pena. Estuvimos buscando telas y tejidos para llevárselos como regalo a mi madre, pero al final no compramos nada porque los colores y estampados no se ajustaban mucho a la estética europea.
A media tarde tomamos un autobús con destino a Kalaw, ciudad a unos ochenta kilómetros del Lago Inlé.