Cochabamba y los dinosaurios de Torotoro

 

Después de pasar unos días estupendos en La Paz decidimos ir a Cochabamba. Lo primero que tuvimos que hacer fue elegir una compañía de autobús que nos llevara hasta allí, tarea complicada cuando la guía Lonely Planet no recomienda nada y hay autobuses que dan mucho miedo. Decidimos que lo mejor era no fiarse del aspecto externo del bus, sino mirar el estado de las ruedas : es más caro el mantenimiento general de un bus que hacerle chapa y pintura para que parezca más nuevo. Y allí estábamos como dos tontos, con un cartón en mano, midiendo la profundidad del dibujo de las ruedas. Seguro que más de un chófer debió pensar : ¿qué están haciendo estos gringos que parecen medio locos ? La conclusión de nuestro experimento fue que había un par de compañías que tenían los neumáticos en buen estado (Transcopacabana y Bolívar), otra que los tenía bastante pasables (El Dorado), otra con los neumáticos casi lisos (Cosmos) y del resto mejor no hablar. En Bolivia no hay ninguna compañía de lujo como en Perú y esto es debido a que el gobierno ha limitado el precio máximo del billete por trayecto. Las mejores compañías venden al precio máximo casi siempre, excepto en el último momento para completar el autobús. Al final nos decantamos por Bolívar, con asiento semicama y 45 bolivianos por persona.

Lo divertido y novedoso de este trayecto es que en el autobús de montaron vendedores de periódicos, vendedores de bocadillos y refrescos, mendigos, vendedores de crucigramas, cantantes y músicos, vendedores de gelatina y patatas fritas, en definitiva, una fauna y flora digna de verse. En particular, hubo un mendigo un tanto pesado, que se acabó enfadando porque nadie le quería comprar unas agendas del 2012 carísimas. Este mendigo echó un sermón a todo el autobús, con pasaje de la biblia incluído. También hubo una pareja de chicos que cantaban y tocaban la flauta tradicional boliviana. El chico de la flauta lo hacía bien, pero es que cantaba era horrible, así que la gente les dio dinero para que se fueran pronto. ¡Buena táctica la suya!

Siete horas más tarde, con el culo un poco dormido y con bastante más calorcito, llegamos a Cochabamba. Nos fuimos directos al hostal Gina’s, muy céntrico y limpio, aunque un poco caro (140 bolivianos la habitación con baño compartido). Al lado del hostal estaba la plaza Colón, con sus bugambillas inmensas (no como la mía) y sus jardines coloridos recordándonos que la primavera ya estaba llegando.

Esa noche Fred cenó una de las especialidades gastronómicas de Cochabamba, el lomo borracho. Es lomo con patatas fritas, cebolla, tomate y un huevo frito, todo ello sumergido en una salsa un poco picante hecha con vino. Yo preferí sólo un consomé ligero para compensar los excesos de La Paz y ¡menos mal que tomé esta decisión!, porque el despertar del día siguiente de Fred fue un tanto accidentado. Por culpa lomo, Fred estuvo malo durante siete días, haciéndole perder 7 kilos. Tras viajar un poco por Bolivia, nos hemos dado cuenta de que es mejor evitar la carne y el pescado, porque no siguen las normas de la cadena de frío. De hecho, Bolivia y diarrea son un dúo indisociable e inevitable. Da igual a quién preguntes, porque todos los turistas han pasado por ahí sin excepción. Mi teoría es que yo soy un poco más resistente que Fred a los gérmenes y bacterias por el simple hecho de que me muerdo las uñas : pongo las manos en cualquier sitio y luego me las llevo a la boca. ¿Quién decía que morderse las uñas está mal?

Una diarrea no es un motivo por el que quedarse en casa, así que al día siguiente nos fuimos a visitar la estatua del Cristo que protege la ciudad. Mide 33 metros y 33 centímetros, 33 centrímetros mas que el Cristo de Río de Janerio, y esto es porque los Cochabambinos dicen que Cristo vivió 33 años y un poquito. Para subir al Cristo tomamos el teleférico, porque por lo visto subir a pie es un poco peligroso ya que te pueden asaltar.

Dando un vuelta por la ciudad hubo algo que nos llamó mucho la atención : había una gran cantidad de negocios cerrados con una pegatina enorme en la puerta. Nos acercamos para ver de qué se trataba y estaban cerrados porque Hacienda los había denunciado por no emitir facturas o por no dar el ticket de compra o por no pagar los impuestos locales. Era una primera advertencia y, de media, Hacienda les cerraba el negocio durante cuatro o cinco días. Una medida de presión como otra cualquiera, pero al menos era visible en toda la ciudad que los funcionarios hacían su trabajo.

También nos encontramos por toda la ciudad unos grafittis haciendo referencia a la carretera de los Tipnis. Por lo visto, hay partidarios de construir una carretera que atraviese el parque nacional de Tipnis en mitad de la selva (Isiboro-Sécure Indigenous Territory and National Park), pero también muchísimos detractores. No hace mucho, hubo una marcha de protesta de 500 kilómetros hasta La Paz, que acabó con pelotazos y gases lacrimógenos.

Después de visitar un poco toda la cuidad, nos decidimos a ir al parque nacional de Torotoro. No es muy turístico y además estábamos en temporada baja, por lo que no pudimos encontrar a nadie para formar grupo. Contratamos la excursión de dos días con la agencia Bolivia Cultura por 950 bolivianos por persona.

Al día siguiente llegamos a las ocho de la mañana delante de la agencia y nuestro guía, Javier, ya nos estaba esperando. Para llegar a Torotoro tuvimos que hacer un viaje de cinco horas por una carretera un poco extraña : no era de asfalto ni tampoco de tierra, si no que la habían construido con piedras. Es un poco mas cómoda que la carretera de tierra porque hay menos polvo, pero uno no se libra del traqueteo del 4×4. Por el camino paramos en nuestra primera « gasolinera » de gas y rellenamos la bombona del 4×4.

En Torotoro no había restaurantes y tampoco muchos hosteles. De hecho, Javier nos explicó que en el pueblo son como el perro del hortelano : ni comen ni dejan comer. En el pueblo no quieren que gente del exterior (Cochabamba) se lleve los beneficios del turismo, pero al mismo tiempo, la gente del pueblo no es capaz de organizarse para proveer un servicio de calidad. Las agencias de Cochabamba están atadas de pies y manos, porque tienen que llevarse bien con los del pueblo, pero al mismo tiempo les gustaría tener sus propios alojamientos y restaurantes para poder dar un servicio en condiciones al cliente.

El ayuntamiento construyó un comedor social con ocho cocinas a modo de restaurante. En cada turno trabajaban cocineras diferentes, para distribuir equitativamente los beneficios, pero lo malo de esto es que no se esfuerzan mucho en el servicio y tampoco se esmeran a la hora de cocinar para atraer más clientes a su stands. Una vez más, se demuestra aquí que el socialismo puro no es lo ideal y no hace que la gente progrese. 

Las vistas desde Torotoro son impresionantes y se podría considerar el paraíso de los geólogos : en cada montaña se pueden ver los pliegues de las placas tectónicas y la formación de las mismas por niveles.

La tarde del primer día la disfrutamos con la compañía de Julieta, nuestra guía local, y visitamos la caverna de  Umajalanta con formaciones de estalagmitas y estalagtitas. Fue muy divertido y en los 132 metros que descendimos tuvimos que reptar, arrastarse, saltar, resbalar y hacer todo tipo de monerías. No pudimos ver los peces ciegos, porque el agua del lago estaba muy turbia por las lluvias del día anterior, pero fue bonito de todas formas.

 Al día siguiente visitamos con Julieta lo más importante de Torotoro : las huellas petrificadas de los dinosaurios. Se podían ver perfectamente las huellas de los velociráptor, de cuadrúpedos como los diplodocus o dinosaurios con alas. Durante la explicación de Julieta me sentía como una niña a la que le están contando un cuento 🙂

Después de las huellas fuimos a visitar el cañón de Torotoro, que es bastante impresionante por su verticalidad. La gente del pueblo ha trabajado mucho para atraer el turismo y, entre otras cosas, construyeron entre todos una escalinata de piedra para poder hacer « cómodamente » los quinientos metros de desnivel que unen la cima del cañón con El Vergel. En El Vergel, uno se puede bañar e incluso darse masajes con los chorros de agua naturales que caen de la cascada.

Después de El Vergel, seguimos caminando por el cauce del río y visitamos unas pinturas rupestres, que representaban la luna, el sol y las montañas de alrededor del río. Por último, tomamos la comida en el comedor de Torotoro y pusimos rumbo a Cochabamba de nuevo.

Al día siguiente, dado que Fred tenía todavía diarrea, fuimos de visita al hospital privado que Javier nos había recomendado, el Hospital Belga. Nos tocó esperar un poco, pero la doctora fue muy competente. Después de un chequeo y de hacer las preguntas de rutina, nos mandó al laboratorio para hacer un análisis parasitario que estuvo listo en una hora. La conclusión es que no había parásitos, pero que la carne debía contener algo que había arrasado la flora intestinal de Fred. Nos dio unas recetas y nos fuimos a la farmacia. 

En la farmacia tuvimos dos sorpresas. La primera fue que los medicamentos eran casi tan caros como la consulta médica. Si comparábamos su precio con un sueldo medio boliviano, se podía decir que eran muy caros. Esto es, quizá, porque los medicamentos valen lo mismo en todo el mundo. La segunda es que los bolivianos son mas inteligentes que los europeos con respecto a los abusos de la industria farmacéutica. Como la posología del medicamento indicaba que había que hacer dos tomas durante tres días, seis píldoras, y que la caja era de cinco píldoras, la farmacéutica abrió una segunda caja y cortó sólo el envase de una pastilla. Encantados de la vida nos quedamos pensando que no íbamos a tener que tirar medicamentos carísimos a la basura, sólo porque a los señores de la industria farmacéutica les compensa económicamente 🙂 

Los medicamentos hicieron su efecto rápidamente, pero como Fred estaba todavía un poco debilucho, nos quedamos un día mas en Cochabamba y visitamos el Palacio Portales. Esta casa fue construída por un megalómano bolivano, Simón I. Patino, que se hizo rico con las minas y la venta de mercurio. Vivió durante mucho tiempo en Europa, por lo que la casa es una mezcla de arquitectura italiana, francesa y árabe. Lo malo es que no se podían tomar fotos dentro de la casa, pero al menos, de las afueras y de los jardines sí. Había frescos con angelitos como en las iglesias florentinas, mesas barrocas talladas en Francia, una habitación con mosaicos en azulejos y una fuente.  Fue un poco raro estar en Bolivia, viendo una casa que vista desde el exterior podría haber estado perfectamente en Niza.

Con Fred ya medio recuperado, decidimos que ya era hora de viajar a Sucre, la capital constitucional de Bolivia. El viaje de Cochabamba a Sucre casi termina mal por haber vivido la situación más surrealista del mundo entero. Resulta que cogimos los billetes de autobús con la compañía Transcopacabana con salida a las 20h30. Sobre las 20h00 estábamos delante del autobús con nuestras maletas esperando para que alguien las marcara, las metiera en el maletero y partir para Sucre. Pasaron cinco minutos, diez, quince , veinte…. Ya empezamos a mosquearnos, sobre todo porque veíamos a gente subiendo al autobús con sus maletas. Todo era un caos porque no había nadie de la compañía que controlase y había gente que subía y que bajaba porque se habían confundido de autobús. Le dije a Fred que iba a subir al autobús a comprobar que nadie cogía nuestros asientos, porque habían vendido billetes de demás y habían puesto un segundo autobús con asientos no reclinables y que no quería encontrarme en un asiento normal habiendo pagado uno semicama. Yo subí al autobús y él se quedó con las dos mochilas para meterlas en el maletero del autobús. Mientras que yo estaba dentro del autobús esperando, pasó una señora pasando lista de los pasajeros y yo le dije que faltaba Fred, que estaba esperando para meter las maletas. Me dijo que vale y el autobús arrancó y echó a andar. Yo le dije a la señora que faltaba un pasajero y me dijo que no me preocupara, que en un momento volvíamos a recogerle. Yo miraba por la ventana y veía a Fred corriendo detrás del autobús con las dos mochilas de casi treinta kilos y no entendía nada. Fred me explicó luego que le dijeron que tenía que pesar las mochilas, pero que había un caos total donde las básculas y que el autobús no le esperó, por lo que tuvo que salir corriendo. De hecho, no era el único que corría detrás del autobús. Yo, toda mosqueada, me levanté y fui hasta donde estaba el chófer para decirle que faltaba un pasajero. El conductor que no paraba el bus y me decía que era ya muy tarde y que no era su culpa si la gente no estaba a la hora. Me puse a chillarle como una loca diciéndole de todo, porque llevábamos esperando casi cuarenta y cinco minutos para que alguien de la compañía metiera las maletas. El chófer paró al final, Fred pudo subir y el conductor sólo decía : «  Que alguien haga callar a esta loca ». Lo surrealista de la situación, es que el conductor no quería parar el autobús por Fred porque era ya muy tarde, pero se paró en mitad de la carretera porque una señora le hizo seña para montar un paquete. La cosa no terminó ahí, porque en la primera parada, le dijeron a Fred que teníamos que pagar por las maletas. Como nos hicimos los locos, el tío empezó a hablar en inglés como los indios, y seguimos pasando de él porque sabíamos que ese dinero iba a ir directamente a su bolsillo. En definitiva, « nunca mais » con Transcopacabana.

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