Pasamos las Navidades en casa y con la llegada del año nuevo pusimos rumbo a Nueva Zelanda. Efectivamente, estas islas están en las antípodas, porque el viaje duró algo más de un día. Salimos de París, hicimos unas horas de escala en Kuala Lumpur y retomamos el viaje hacia Auckland, la ciudad más grande de la tierra de los Kiwis.
El recibimiento en el aeropuerto de Auckland no sé muy bien cómo describirlo, más que nada porque llevábamos un empanamiento impresionante después de un vuelo de más de veinticuatro horas. Para empezar pasamos un arco donde se estaba recitando, en modo bucle infinito, una plegaria en maorí para dar la bienvenida a los viajeros y desearle un viaje seguro, y para seguir, había alusiones al Señor de los Anillos por todas partes. También había carteles muy amenazadores, que decían que si te pillaban con alimentos en la aduana eras poco más que un terrorista.
El jetlag fue brutal, doce horas de diferencia horaria, y para ser sinceros, llegamos al hostal como unos zombies. No sabíamos si era de día o de noche o la hora de comer o de cenar, nuestro biorritmo estaba completamente confundido. Decidimos que lo mejor era dormir un par de horas y luego salir a visitar la ciudad para empezar a hacer horarios normales.
Las dos horas de siesta se convirtieron en casi cinco y la visita de la ciudad fue un poco corta aunque intensa: cada dos minutos me asustaba porque veía a un “conductor” mirando hacia atrás en un cruce y, claro, es que conducen por la izquierda. Además, dado que el inglés de los Neozelandeses es casi incomprensible y que nuestro cerebro no estaba muy en forma, acabamos comprando la cena en un supermercado chino donde no entendíamos nada en las etiquetas de los productos. Fuimos a lo seguro comprando unos noodles y decidimos que mejor irse a dormir, porque el día ya había tenido suficientes emociones.
Auckland es una ciudad impoluta, no hay una colilla o chicle o papel en el suelo y hasta el más mínimo detalle está señalizado. Tan perfecta, que resulta aburrida. No pudimos evitar hacer comparaciones con Buenos Aires, la antítesis de Auckland, donde todo era un desastre, pero la ciudad estaba llena de vida. Auckland es muy vertical, con rascacielos impresioantes y calles relativamente estrechas. El centro no es muy grande, pero el puerto es muy bonito.
En cuanto a la población, hay muchos neozelandés descendientes de europeos, neozelandeses maoríes y asiáticos. Lo curioso es que todos los maoríes están gordos sin excepción y fundamentalmente se concentran en la zona de Auckaland y alrededores. Pudimos conocer parte de la cultura maorí en el museo de Auckland, donde se cuenta la historia de Nueva Zelanda tanto en el plano social como en el natural.
Los maoríes fueron los primeros pobladores de Nueva Zelanda. Los maoríes y polinesios eran un pueblo de pescadores que hace unos seis mil años emigraron desde el sudeste asiático hacia Indonesia y Nueva Guinea. Poco a poco y miles de años después, emigraron más y más lejos y fue así cómo llegaron a Nueva Zelanda. La cultura polinesia y maorí tiene muchos puntos en común en zonas geográficas muy alejadas, como Hawai o la Isla de Pascua, pero esto es porque todos tienen ancestros en común. Eran unos marineros excelentes, buenos conocedores del mar y la interpretación de las estrellas. En el museo había expuestas barcas y sigo sin entender cómo pudieron navegar por océanos con esos cascarones.
En el museo había todo tipo de objetos maoríes: totems,flechas, bastones, collares, escudos, objetos musicales, etc. Lo que más me impresionó fue lo bien que sabían tallar la madera, ya que había verdaderas obras de arte en todos y cada uno de los objetos.
Asistimos a un espectáculo de canto maorí y fue increíblemente bonito. Cantaban a capella uniendo voces, en un idioma completamente incomprensible para nosotros, pero con mucha armonía y elegancia. Interpretaron canciones sobre la vida cotidiana y temas relacionados con la recolección, la pesca o las estaciones. También pudimos escuchar y ver el baile del famoso Haka, la danza de la guerra que interpreta el equipo nacional de rugby en encuentros internacionales. Se me pusieron los pelos como escarpias, porque la canción fue subiendo de intensidad hasta parecer que todos los integrantes del grupo estaban poseídos.
En cuanto a la historia “moderna” de Nueva Zelanda, el primer europeo en llegar fue el holandés Abel Tasman por el 1650. Fue de casualidad que llegó allí, pero no se quedó mucho tiempo porque su misión era cartografiar el nuevo mundo. El siguiente en llegar fue el inglés James Cook, unos cien años después de Tasman, y decidió que ese territorio sería colonia británica. Nueva Zelanda se independizó de Inglaterra sobre el 1900.
Hubo algo que nos llamó mucho la atención y fue que en las monedas neozelandesas aparecía la esfige de Isabel II. ¿Por qué tienen a la reina de Inglaterra en sus monedas si ya no son colonia británica? Pues porque Nueva Zelanda forma parte de la Commonwealth, cuyo máximo representante es la reina Isabel II, y por tanto es su soberana. ¿Qué necesidad tendrán estos kiwis de tener una reina?¡Incomprensible!
Pasamos un par de días tranquilos en Auckland, aclimatándonos, y por fin fuimos a recoger la furgoneta que habíamos alquilado para empezar a recorrer la isla norte.
PD.- Las fotos no son muy buenas…. la culpa del jetlag. Mil disculpas
Familia os debo una. A que horas contesto. He visitado vuestro Blog et putain c’est la classe. Tengo tanto que aprender.
No sabes la envidia que me dais con lo de Nueva Zelanda. Ahora que mi viaje esta a punto de acabar puedo decir que en conjunto el mejor lugar.
Volvere. Un besito enorme y seguimos en contacto
Alex el pesado de las zapatillas del Torre del Paine.
Chiqui, nos metiste los perros en danza y aqui nos tienes mirando como conseguir el punyetero visado para Birmania. Estoy echando un ojo a tu blog 😉