Santiago, la gran urbe de Chile

Un tercio de los chilenos viven en Santiago y la ciudad es muy moderna con sus centros comerciales, los edificios de cristal donde hay millones de oficinas y las grandes avenidas y boulevares. Quizá los sucesivos terremotos han ayudado a modernizar la ciudad, ya que en algunas ocasiones, algunos edificios quedaron completamente destruidos.

Santiago tiene algunas particularidades y la que más llamó nuestra atención fueron los cafés. Hay cuatro tipos de cafés en esta ciudad: el café donde puedes sentarte a tomar y comer algo, el café donde sólo se sirve en la barra y te lo tomas rapidito y, por último, el café con piernas y su variante que es el café con piernas con minuto feliz. ¿Qué es eso del café con piernas? Pues una estrategia de markéting que funciona a las mil maravillas.

Hace mucho, mucho tiempo, el café que se producía y se servía en Santiago no era muy bueno. Había unas cuantas cafeterías, pero no muy frecuentadas por la calidad pésima de su producto estrella. Algunos santiaguinos se estrujaron los sesos y pensaron que con una estrategia adecuada se podría atraer a muchos más clientes. La estrategia consistió en abrir cafés en la zona de negocios y hacer que unas guapas señoritas, ligeritas de ropa, sirvieran el café a los señores ejecutivos y sus clientes. Con este nuevo servicio, el cliente se olvidaba de lo malo que estaba el café y consumía mucho más. Estas mentes pensantes llevaron su idea un paso más allá: el minuto feliz. En algún momento del día, nunca se sabe cuándo, la cafetería cierra sus puertas y las camareras hacen un striptease durante un minuto para el deleite de los clientes.

Nosotros pasamos por delante de un café con piernas y, obviamente, desde fuera no se ve lo que pasa dentro, pero cuando un cliente abrió la puerta para salir vimos que el sitio estaba abarrotado y las camareras casi como Dios las trajo al mundo. ¿Quién dijo que se necesita un producto bueno para triunfar? Si no que se lo pregunten a Apple…

En Santiago también aprovechamos a hacer una visita guiada gratuita y el guía nos llevó por el centro histórico. Nos contó un poco sobre la historia de Chile y cómo Estados Unidos ayudó para sumir a Chile en una profunda crisis y así poder destituir a Salvador Allende. Nos contó que Allende es querido y odiado a partes iguales, por lo que hay algunas estatuas en la ciudad que generan bastante controversia.

Otra de las cosas curiosas que vi un día comprando en el supermercado fue que había un señor de casi setenta años trabajando como reponedor. La imagen ñe dejó muy impactada, ya que se veía que era un señor bastante mayor, de los que han empezado a perder peso y el pantalón les queda colgando por mucho que se apriete el cinturón. ¿Cómo era posible encontrar a alguien de la tercera edad en un trabajo tan precario? En el hostal me dieron la respuesta. Chile tiene una economía muy liberal, por lo que el Estado no paga pensiones y, si lo hace, son completamente simbólicas. Casi todo el mundo tiene que cotizar a fondos de pensión privados y cuando llega la hora de la jubilación, estas empresas hacen una estimación sobre cuánto tiempo de vida te queda. Dividen la cantidad que te corresponden entre el número de años que han estimado, y ahí está tu sueldo anual, que normalmente no es mucho. Es por eso que mucha gente tiene que seguir trabajando aunque sean mayores. Además, estas empesas son demasiado “listas”: si te mueres antes de lo que han estimado, el remanente de dinero no se entrega a los herederos, si no que es la propia empresa la que se lo queda. Un negocio redondo, ¿no? Pregunté que por qué la gente no se limitaba a tener una cuenta de ahorro en vez de cotizar en este tipo de empresas y la respuesta fue que el Estado y la mayoría de las empresas te obligan a utilizar este sistema. ¿Será que gente influyente en el gobierno tiene acciones en este tipo de empresas? En todas partes cuecen habas…

El hostal que escogimos esta vez se llamaba La Ventana Sur. Su dueño, Iván, era de lo más simpático. Un chileno sin pelos en la lengua  con un aspecto de clásico y macarra al mismo tiempo: llevaba pantalones chinos y camisa con cinturon y pulseras de motero 🙂 En el hostal había un huésped muy especial, un americano de San Francisco que creía que el hemisferio norte iba a ser devastado completamente por las radiaciones de Fukushima. Para evitar perecer, se había venido a Santiago y nos encomió a avisar a toda nuestra familia y a hacerlos venir a un lugar seguro. Incluso tenía sus teorías “científicas” y se las mandaba por email a otros huéspedes. Además, siempre llevaba sombrero y mangas largas para evitar las radiaciones. El típico tarado de las películas que piensas que nunca puede existir alguien así en la realidad, pues ¡ahí estaba!

En el hostal también conocimos a Alejandro, un jovencito ingeniero civil español que había tenido que emigrar por la falta de trabajo en España. Tenía una infinita tristeza en los ojos, por haber tenido que dejar atrás todo lo que quería y amaba. Se  le podría llamar “aventurero”, como los califica nuestra impresentable ministra de empleo, Fátima Báñez, a la que me hubiera gustado ver viviendo en un hostal y en la misma situación que Alejandro: trabajando 12 horas al día y el poco tiempo libre que tenía colgado del Skype para poder hablar con su novia y familia. Ahí fue cuando me di cuenta que su experiencia como inmigrante había sido completamente distinta a la mía: yo lo había elegido como una opción personal, él por necesidad. Intenté animarle y darle muchos consejos, contándole cómo lo había hecho yo en Francia. Le conté que al principio es difícil, pero que al final una experiencia así aporta más que resta, que sólo había que tener paciencia, que todo llegaría.

Visitamos algunos lugares más de Santiago como Bellavista, Cerro San Cristóbal o los jardines de Santa Lucía. Tras dos días de turismo tranquilo y haber aprovechado la piscina del hostal, nos dirigimos hacia Puerto Montt, donde nos esperaba un cargo que nos llevaría por los fiordos patagónicos hasta el extremo sur de Chile.

Santiago, retour au métro

Nous réservons deux nuits à Santiago. Mauvaise idée, car, après avoir échoué à trouver un voilier cherchant des équipiers pour naviguer parmi les canaux de Patagonie, nous avons décidé de faire cette navigation sur le cargo de Navimag. Or, il n’y a qu’un départ par semaine et c’est le vendredi, nous sommes à Santiago jusqu’au jeudi matin, nous n’aurons donc pas le temps de visiter les montagnes et les rapides de Pucon ni les îles de Chiloé.

Mais nous avons tout notre temps pour visiter Santiago et profiter de la piscine de l’hôtel, qui est en fait une villa. Ici, le tissu urbain n’est pas très dense : à 2 arrêts de métro de l’hyper-centre, pas de buildings, ni même d’immeubles, mais un quartier pavillonnaire dans lequel se situe notre hôtel. Nous y rencontrons un ingénieur de travaux publics espagnol, expatrié au Chili pour des raisons économiques, un américain, voyageant en Amérique du Sud afin d’apprendre l’espagnol, qui se ballade toujours avec sa guitare, et un californien de Los Angeles, au look de chanteur de jazz, installé à Santiago le temps que passe par dessus l’hémisphère nord le nuage nucléaire de Fukushima. Il croit vraiment à la fin de toute vie dans l’hémisphère nord et nous invite à faire venir notre famille à Santiago avec nous.

Nous faisons la visite « free walking tour » de Santiago. Le principe est le même qu’à Valparaiso : le guide est payé uniquement par pourboire. C’est nettement plus commercial, mais sans être outrancier. La visite est toutefois intéressante, même si Santiago n’a pas la personnalité de Valparaiso.

Nous assistons aux poses café du quartier d’affaire dans les « café avec jambes » : les cafés sont servi par des serveuses en petite tenue. C’est un concept inventé il y a quelques dizaines d’année pour compenser la piètre qualité du café chilien.

De l’autre côté de la rivière, se trouve le quartier étudiant où les universités, toutes privées au Chili, rivalisent de campagnes de publicité pour attirer les étudiants qui s’endettent de nombreuses années pour payer leurs études. Il faut choisir entre l’université catholique au slogan prometteur : « Croire, créer, entreprendre » et l’université du Chili : « où l’on touche à tous les savoirs ».

Nous montons au sommet de la colline San Cristóbal d’où nous pouvons admirer toute la ville. La montée se fait sous une chaleur écrasante, et au sommet je commande la boissons locale : le « moté con huesillo », une boisson rafraichissante où l’on a à boire et à manger en même temps : blé cuit dans de l’eau sucrée et de la cannelle, servi très frais avec une pèche.

Après Santiago, nous partons pour 12h de bus en direction de Puerto Montt, dernier port avant la Patagonie.

Valparaiso, théâtre portuaire

Premier contact avec le Chili: en sortant du bus un panneau interdisant les crieurs et vendeurs ambulants de billets de bus. Nous exultons de joie de voir qu’en conséquence, personne ne crie « Santiago, Santiago » dans le hall. Décidément, ce pays est à part dans l’Amérique du Sud. Cependant, il y a quand même des vendeurs ambulants d’hôtels et d’excursions, mais bien moins soûlants que leurs collègues péruviens, habillés de bleu portant l’inscription « Tourisme », pouvant donner l’impression à un touriste non aguerri d’être envoyés par l’office du tourisme.

Valparaiso comporte de 42 collines, pas ou peu desservies par les transports en commun, contrairement au bord de mer équipé d’un train vicinal et de trolley-buses. Le quartier culturel et touristique se trouve à cheval sur les collines de Bellavista, Allegre et Conception. Nous prenons donc un bus qui nous dépose au pied de la colline où nous avons réservé notre hôtel, puis un taxi pour faire le dernier kilomètre dans le labyrinthe de rues abruptes de Valparaiso.

Notre hôtel Jacaranda, tenu par un couple d’homosexuels, qui au Chili peuvent vivre sereinement, est charmant. C’est une maison d’adobe recouverte de tôle ondulé peinte de couleur vive, avec un petit jardin, tout à fait dans le style porténien (c’est ainsi qu’on désigne les habitants de Valparaiso). Nous partons nous promener dans les rues de la ville, qui, malgré les nuages ce jour-ci, est un véritable terrain de jeu pour photographes : maisons de couleurs juxtaposées, vallées fleuries entre deux quartiers, grandes fresques peintes sur les murs par les « artistes de rue », sans oublier une foule de petit détails qu’on ne remarque des fois qu’au deuxième ou troisième passage dans une rue. Et la topologie de collines entourant une grande baie donne un côté scénique cette ville en 3 dimensions. Le soir je croise Antonio Parra Labarca, acteur et écrivain local, qui me raconte sa vie pendant que je me demande, avec la méfiance acquise après 3 mois de tourisme, ce qu’il veut me vendre. Apparemment, il est juste ravi de pouvoir parler avec le premier venu.

Le lendemain, à 10h, nous nous rendons place Sotomayour pour le « tour for tips », visite guidée en anglais de Valparaiso, où le guide est payé uniquement par pourboire. Nous croisons l’animation de ce samedi, une course amateur de vélo. Le temps est bien plus ensoleillé que la veille, et comme souvent sous ces latitudes, la température monte d’un coup.

Notre guide, natif de Valparaiso, est un étudiant qui se destine à devenir prof d’anglais. Sa visite est vivante, intéressante, et surtout ne ressemble en rien à la visite gratuite de Cuzco qui consistait uniquement à indiquer les bars, boutiques et restaurant pour lesquels le guide était commissionné. Il a relégué tout le côte commercial à la toute fin de la visite, qui se fini dans un bar où il indique sur une carte les « bonnes adresses », qui ne sont pas uniquement des adresses pour lesquelles il touche une commission, mais aussi des lieux qu’il a sélectionné. Et au moment des pourboires, il pose son sac entrouvert comme une boite aux lettres, et va dans la pièce à côté. Le seul côté pénible de la visite, furent trois chiens de rue, fréquents au Chili et en Argentine car les gens se refusent à appeler les services vétérinaires qui souvent doivent les euthanasier, qui malgré nous, nous ont escorté le groupe en aboyant sur toutes les voitures et motos qui passaient à proximité.

Pendant la visite nous apprenons l’histoire de Valparaiso, qui tient en deux temps. Avant c’était une ville prospère et plutôt austère, étape importante entre l’Atlantique et le Pacifique. A cette époque elle comportait plus d’une centaine de funiculaires, tous détenus par des capitaux privés. Puis lorsque le canal de Panama a été ouvert, le port a rapidement dépéri, pour devenir la ville la plus pauvre du Chili. En guise d’exemple, il nous montre un hôtel, construit quelques années avant l’ouverture du canal, qui désormais tombe en ruine. Les funiculaires ont cessé d’être rentables et ont tous été abandonné, obligeant les habitants à s’user les genoux sur des interminables escaliers. Maintenant, la mairie a ré-ouvert, et continue à ré-ouvrir, quelques funiculaires subventionnés, que nous emprunterons durant la visite. Mais dans de nombreux cas les escaliers n’ont pas d’alternative, et c’est sûrement pour cela que nous ne croisons aucune personne ventripotente dans les collines de Valparaiso.

Dans les années 90 sont apparus les graffitis. N’ayant pas le budget pour lutter contre eux, la mairie a eu une idée formidable : elle a encouragé « l’art de rue » : les belles fresques sont respectées par les graffeurs et tagueurs, et jouent en outre un rôle émulateur. Le tout, marié aux maisons de couleurs vives bien entretenus, aux maisons en ruines, et aux fleurs et plantes laissées dans un état semi-sauvage, donne un ensemble baroque époustouflant.

La ville est devenue patrimoine mondial de l’humanité grâce à un bâtiment: l’actuel siège social de la CSAV (Compañía Sudamericana de Vapores). Cette compagnie, après avoir fait l’acquisition d’un bâtiment historique à demandé l’autorisation de faire “quelques travaux de modernisation”, menaçant de déménager si l’autorisation était refusée. Le résultat se passe de commentaire, le mieux c’est encore de regarder la photo. Se disant “plus jamais ça”, la municipalité à fait appel à l’UNESCO, qui a classé la ville “patrimoine mondial de l’humanité”.

Culinairement, si on reste dans un petit budget, la cuisine chilienne est plutôt grasse. Nous goûterons la Chorillana : frites, saucisses de Strasbourg, œufs, fromage fondu, et le Completo Italiano, qui n’a d’italien que les couleurs : hot-dog garni de purée d’avocats, de tomates, et recouvert de mayonnaise.

Le lendemain, nous visitons une des maisons de Pablo Neruda, le communiste le plus riche du Chili. Malgré l’admiration dont il est sujet de la part de la plupart des chiliens, j’ai trouvé le personnage plutôt pédant et plein de contradictions : communiste mais possédant trois maisons, passionné par la navigation mais n’ayant jamais pris la mer et ne sachant pas nager.

Niveau hôtels durant notre séjour nous avons eu de quoi faire : 3 nuits dans 3 hôtels différents, car nous avons l’habitude de ne réserver que pour une nuit afin de limiter la commission de hostelworld.com et hostelbookers.com qui se prennent 10% : après Jacaranda, nous sommes allés à “Hostal Angel”, tenu par un informaticien qui avait élégamment enveloppé les matelas dans du film plastique, et à Pata-pata, à la déco toute porténoise.

Nous quittons cette ville pleine de caractère pour Santiago, la capitale tranquille du Chili.

Le Chili vu par les enfants: à gauche le désert d’Atacama au milieu Valparaiso et à droite la Patagonie avec ses pinguins

 

Valparaíso, un museo a cielo abierto

Cruzamos de Mendoza a Valparaíso por el paso fronterizo de Los Libertadores, a 2700 metros, atravesando los Andes de lado a lado. El espectáculo no podía ser más impresionante, con montañas nevadas a ambos lados de la carretera y curvas de 180 grados durante más de diez kilómetros. Pudimos comprobar cómo los Andes actuaban de barrera natural con las nubes, ya que Mendoza era muy seca, pero la vegetación cambiaba bruscamente al cruzar esa gran barrera de montañas.

La frontera chilena fue un poco estresante y nada agradable. Al tener fronteras naturales muy definidas (el desierto al norte, el hielo al sur, los Andes al este y el Pacífico al oeste), Chile controla de forma obsesiva toda entrada de alimentos y de productos animales en su territorio. Esto es porque un 30% de la economía chilena está basada en la exportación hortícola y quieren evitar a toda costa que sus frutas y verduras se infecten con cualquier enfermedad externa. Son muy meticulosos y una simple manzana puede hacer que todo el proceso de cambio de frontera se demore durante más de una hora. Es por eso que es habitual encontrar filas de coches de más de cuatro kilómetros en época estival. Por suerte, los autobuses tienen su fila propia y tienen preferencia con respecto a los turismos.

La policía de aduanas nos colocó a todos en dos filas y nos hicieron depositar nuestra bolsa de mano en la mesita que cada uno tenía delante, mientras que el resto del equipaje pasaba por un scanner. Un agente de sanidad fue comprobando nuestra declaración jurada y mirando en el interior de nuestras pertenencias. El ambiente en la sala era bastante pesado, ya que nadie hablaba y los policías no parecían muy amables, por lo que todos teníamos el sentimiento de que nos estaban tratando como a delincuentes en una rueda de reconocimiento. Pidieron facturas a personas que habían comprado bolsos de cuero y otras cosas que no tenían ningún sentido. Por suerte, acabamos en veinte minutos y pudimos irnos. Desde luego, no es la mejor imagen que puede proyectar un país para alguien recién llegado.

Pasamos con el autobús por Viña del Mar antes de llegar a Valparaíso. En realidad, las dos ciudades están unidas y, a diferencia de otros sitios, se puede ver a simple vista qué es Valparaíso y qué es Viña del Mar. Viña del Mar es una ciudad-balneario con edificios nuevos y hoteles de varias plantas, un poco como Marbella. Valparíso es lo opuesto.

El alojamiento en Valparaíso fue un poco ”complicado”. Habíamos previsto estar dos noches, pero al final fueron tres y ¡en tres hostales distintos! Al estar clasificada Valparíso como patrimonio de la humanidad, el flujo de turistas es importante y los alojamientos se llenan con facilidad. Al menos, esto nos dio la oportunidad de visitar tres hostales, a cada cual con más encanto. El Jacaranda era íntimo y con arquitectura tradicional porteña y sus propietarios cuidaban hasta el más mínimo detalle. El Ángel estaba regentado por un informático y era más estilo mochilero, pero con unos mosaicos en los baños que quitaban el hipo. El último, Patapata, con detalles divertidos y objetos insólitos en cada rincón.

La primera tarde la pasamos paseando por las distintas colinas. ¡No podíamos dar ni dos pasos sin hacer una foto! ¡Toooodo era tan bonito! Y todo porque Valparíso era la capital mundial de arte callejero. Durante los años 90 empezaron a aparecer “tags” (grafittis, pero sólo firmas) en los muros de las casas. El ayuntamiento y los particulares no tenían dinero para combatir ese tipo de polución visual, pero se dieron cuenta de que los vándalos respetaban las casa que tenían algún tipo de decoración. A partir de entonces, se contrataron a artistas para que decoraran las casas y este fue el resultado:

Al día siguiente fuimos al tour gratuito que el dueño del Jacaranda nos había recomendado. Como ya habíamos tenido una experiencia nefasta en Cuzco con un tour gratuito, estábamos un poco expectantes. Por suerte, Tours4Tips era justamente lo contrario del tour de Cuzco: el guía era local, nos explicaron la historia de la ciudad, un poco de la historia de Chile y no se limitaron sólo a consejos sobre dónde comprar o dónde comer o dónde salir de fiesta. El tour era gratuito y si querías, al final dabas la propina que estimases considerada.

La cita era a las 10 de la mañana en la plaza Sotomayor. Llegamos y había bastante barullo en la plaza porque tenía lugar una carrera en bici.Había un escenario y animadores, que al son de la música, iban haciendo movimientos para ayudar a los competidores a calentar. Tras hacer un poco el ganso con ellos, fuimos al encuentro del guía de Tours4Tips.

Nuestro guía era Francisco o Pancho, como se los llama en Chile. Era estudiante de inglés y economía y había nacido en Valparaíso. Llevaba una camiseta estilo “Wally” y había hecho de guía durante casi dos años para poder costearse los gastos de su carrera. El grupo de esa mañana estaba compuesto por brasileños, holandeses, americanos, ingleses, etc. Un grupo de gringos bastante ecléctico, por lo que el tour fue en inglés.

Francisco nos explicó que la historia de Valparaíso podía escribirse en tres etapas, como relataré a continuación.

Empezamos la visita en el puerto de Valparaíso. Fue en ese lugar donde la ciudad nació realmente. Valparaíso recibió inmigración española, italiana, alema e inglesa mayoritariamente y empezó a prosperar porque era una parada estratégica entre el Atlántico y el Pacífico en las exportaciones. La ciudad empezó a desarrollarse y se llenó de inversores. Por ejemplo, en aquella época había más de cien funiculares en la ciudad y había familias que compraban edificios enteros. En 1914 Estados Unidos inaguró el canal de Panamá y la decadencia de Valparaíso no hizo más que empezar, hasta convertirse actualmente en la ciudad más pobre de Chile. La actividad del puerto empezó a mermar, la población disminuyó drásticamente y muchas de las familias que habían hecho inversiones en la ciudad se arruinaron completamente. En 2003, la ciudad volvió a recobrar algo de notoriedad a raíz de su nominación como ”Patrimonio de la Humanidad” por parte de la Unesco. Hoy día, la ciudad vuelve a reactivar su economía gracias al turismo.

Una de las cosas curiosas fue cómo el centro de Valparaíso fue nombrado Patrimonio de la Humanidad. La culpa de todo la tuvo este edificio:

En este edificio estaban las oficinas de la compañía sudamericana de vapores y allá por los años 1990 decidieron que querían construir un edificio nuevo para proyectar una imagen moderna. Pidieron permiso al ayuntamiento de Valparaíso para derribar el edificio clásico y en el ayuntamiento se lo denegaron. La compañía sudamericana de vapores amenazó con llevarse todos los empleos a una ciudad a cien kilómetros de Valparaíso y, como Valparaíso estaba ya en decadencia, en el ayuntamiento decidieron que era mejor negociar. De las negociaciones salió ese engendro de edificio, mitad clásico mitad moderno. Los ciudadanos no estuvieron muy contentos con el resultado y pensaron que esta empresa sentaba un precedente muy peligroso, dando lugar a otras posibles atrocidades. Fue aquí cuando se les ocurrió la idea de hacer la petición para formar parte de patrimoinio de la humanida y !parece que funcionó!

Francisco también nos mostró uno de los edicios más emblemáticos del centro de Valparaíso, donde vivió un diplomático cuyo nombre no recuerdo, conocido por ser el que hizo que Estados Unidos y Chile pasaran de ser enemigos a aliados. Fue este diplomático quien puso fin a la tensión bélica producida por una reyerta en una cantina de Valparaíso donde murieron dos marines de USA. Para más información pinchar aquí.

Hay varias teorías sobre los colores de la bandera de Chile. Una dice que los colores se tomaron de la bandera francesa surgida después de la revolución, por el simbolismo de la misma, y la estrella de cinco puntas significa la unión de todo Chile. La segunda teoría dice que el azul es por el cielo, el blanco por los nevados andinos y el rojo por la sangre que se derramó en la lucha contra España. Yo creo que ambas teorías son válidas y que podrían ser complementarias 🙂

Continuamos el paseo con Francisco por los barrios de Cerro Concepción y Cerro Alegre. Valparaíso es una ciudad llena de cerros y cada uno tiene su nombre, además, los porteños están muy apegados a su barrio y, dada la orografía del terreno, la mayoría hace mucha vida en su barrio para evitar subidas y bajadas en las pronunciadas cuestas de Valparaíso. Cada cerro es como si fuera una mini-ciudad.

En Cerro Concepción Francisco nos habló del humor de Valpo y en Cerro Alegre nos enseñó cada uno de los pequeños detalles que estaban escondidos. Montamos en uno de los famosos ascensores de Valparaíso y acabamos la visita en un bar bebiendo pisco sours y dándonos consejos útiles sobre donde ir a tomar algo, salir de fiesta o a comer.

El momento de la propina no fue nada embarazoso, como otras veces, ya que Francisco dejó su mochila abierta y se fue a otra sala con alguna excusa. Así cada uno pudo poner lo que quiso de forma nada violenta.

Fred y yo nos quedamos charlando un rato más con el guía y luego nos fuimos a comer con él. Comimos el típico “completo italiano”, que no tiene nada de italiano excepto los colores: verde por el aguacate, rojo por el ketchup y blanco por la mayonesa. Un hot dog que era una bomba de relojería.

 

Durante la comida charlamos de todo y de nada y Pancho nos hizo millones de preguntas: que qué concepto teníamos de Chile antes de venir, que qué nos había parecido lo que habíamos visto hasta el momento, que si había mucha diferencia con sus países vecinos, etc. Es algo común en todos los chilenos que hemos encontrado, todos quieren saber qué te parece Chile ¡aunque sólo lleves dos días allí! Es normal, porque están muy aislados físicamente del mundo y por eso no tienen tanto contacto con el exterior.

Francisco también confirmó algunas de mis sospechas: los chilenos no destacan en ningún deporte, ni en música, ni en cine. Es muy extraño, porque yo tuve la impresión de que había mucha gente con alma de artista, pero debe ser que eso se queda dentro del país y no hay figuras de renombre en la escena internacional, contrariamente a Argentina, que tiene a Maradona, Gardel o Darín, por poner un ejemplo.

Francisco nos estuvo contando sobre las últimas protestas estudiantiles, ya que el sistema universitario es privado y la mayoría de estudiantes tienen que endeudarse para poder cursar estudios superiores. Lo malo es que no es un sistema como el de Suecia, donde el gobierno concede préstamos a interés cero y los estudiantes sólo tienen que empezar a devolverlo tras cinco años de experiencia profesional. En Chile, el interés de estos préstamos son casi del 6% y eso es usura en el sentido más amplio de la palabra. Los estudiantes se habían movilizado por la subidas de tasas, pero sólo consiguieron una victoria parcial, donde los intereses se bajaron al 4%. Creo que fue en el transcurso de esta conversación cuando me di cuenta de lo que significa “economía liberal”: si no tienes pasta estás jodido, pero bien. Además, el crecimiento de Chile se había basado en endeudarse (¿os suena esa historia?), pero aquí eran los particulares, y no el estado, quienes estaban hasta el cuello.

Al día siguiente visitamos la casa de Pablo Neruda, embajador, poeta y político. La casa de Pablo Neruda en Valparaíso se llamaba La Sebastina, en homenaje al constructor, de nombre Sebastián Collado. Hoy día, la casa es un museo y está abierta a todo el público.

Neruda fue un hombre lleno de contradicciones  comunista con tres casas al que le gustaba derrochar en fiestas, o enamorado del mar y de los barcos sin saber nadar. A Fred y a mí nos resulto un tanto pedante y snob y su poesía no nos tocó la fibra sensible, pero hemos de reconocer que era un coleccionista de objetos empedernido y que algunos objetos de la casa eran muy curiosos.

En La Sebastiana no dejaban hacer fotos y aunque Fred intentó hacer alguna a escondidas, le pillaron y no pudimos llevarnos más recuerdo gráfico que la casa por fuera.

Nos fuimos de Valparaíso con pena, rumbo a Santiago, pero el buen sabor de boca que nos dejó la ciudad en donde cada imperfección se transformaba en arte no era comparable a nada. Valparaíso, ciudad donde los adultos siguen siendo niños 🙂

Algunas fotos más (ya sé que me he pasado):

 

Mendoza, sur la route des vins

Nous logeons à l’« Hostel Suites Mendoza », un immense hôtel conçu pour les routards (“backpackers”) américains : climatisation dans les chambres, activités d’« aventure » hors de prix, cuisine minuscule, et 100% du personnel parle anglais. C’est un peu impersonnel en comparaison à ce dont nous avons l’habitude, mais d’un bon rapport qualité-prix.

Nous commençons par nous renseigner sur le rafting, un peu plus cher qu’en France, mais la température caniculaire nous donne envie de nous mouiller. Nous faisons le tour des agences du Lonely Planet, qui apparemment n’est pas à jour car dans une des agence nous avons le dialogue surréaliste suivant :
« – nous venons nous renseigner sur l’activité de rafting.
Raft-quoi ? »

Mendoza est une ville qui s’apprécie le matin, quand il ne fait pas encore trop chaud, et le soir, après la sieste. Nous tentons de nous adapter au rythme local.

Le lendemain, nous faisons le grand classique de la région : la route des vins de Maipu. Il s’agit de louer une bicyclette, et de faire le tour des caves à vin du coin. Ça sera pour moi l’occasion d’essayer le système Hollandais où au lieu d’avoir des freins au guidon, on freine en pédalant en marche arrière. Une excellente idée, surtout après quelques verres de vin.

Notre première visite est la cave Rutini. L’entrée coûte 50ARS (7.00EUR) par personne, mais donne lieu à un bon d’achat du même prix. C’est donc équivalent à un achat minimum d’environ une bouteille par personne. Nous achèterons une bouteille, pas exceptionnelle à 30ARS (4.20EUR), et une autre à 70ARS (9.80EUR), Trumpeter millésime 2011, et cépage Cabernet-Sauvignon, qui s’avérera excellente. Le musée comporte de nombreuses pièces anciennes : presse à piétinement et jarres de l’époque créole, outils de confection de barriques, …

La guide nous raconte l’histoire des vins argentins et chiliens. Les premiers colons ont apporté des graines, qui ont donné le raisin dit « créole », qui ressemble au raisin de table européen : de gros grains, idéaux pour manger en tant que fruit, mais qui ne vaut rien pour faire un bon vin. Vers le XIXème siècle, les migrants italiens et français ont emmené avec eux des boutures de cépages européens : Cabernet-Sauvignon, Merlot, Syrah, … Seulement des boutures, car les graines de raisins ne sont pas génétiquement stables. Ils ont également importé leurs méthodes de culture (vignes en pergola et à la française) et de vinification, et ce fut le début d’une nouvelle ère dans le vin sud-américain. Cependant après 200 ans de maturation, je trouve qu’ils restent très liés aux standards européens : par exemple, afin de faire des vendanges tardives, le temps étant trop sec durant l’automne Mendozain, ils enveloppent chaque grappe d’un sac plastique et y injectent de l’eau. Je ne suis pas expert vinicole, mais il me semble qu’ils devraient essayer de trouver leur propre voie plutôt que copier à tout prix les produits français et italiens.

La cave est entourée d’une petite partie de leurs vignes, et ils ont planté des rosiers devant chaque rangée, comme ça se faisait autrefois, le rosier, qui est plus fragile que la vigne, servant d’alarme lors de l’arrivée de maladies ou parasites. Maintenant, ça sert plutôt à éviter que les visiteurs étourdis se prennent les pieds dans les câbles qui tendent les tuteurs. En effet, ils sont légèrement obsédés par les histoires de responsabilité civile.

Nous allons ensuite manger à la cave-restaurant « Di Tomasso » pour lequel nous avons, soit-disant un bon de réduction qui en fait ne s’applique que sur la dégustation de vins, et le menu du jour (qui d’ailleurs est plus cher que la plupart des plats à la carte). Je commande des cannellonis épinards-riccota avec sauce roquefort, aussi bons que ceux que je cuisine à Nice. Nous faisons notre deuxième dégustation de la journée. Ici ce n’est pas comme en France où on nous sert juste la quantité qu’il faut pour apprécier le goût du vin : chaque verre est bien rempli, je suppose que c’est pour justifier le prix de la dégustation et pour vendre un peu plus, l’alcool ne rendant pas les gens économes en général.

Sur le point de partir, nous rencontrons 2 françaises et 1 espagnol, pic-niquant à proximité des vignes avec qui nous discuterons pendant deux bonnes heures. Ils nous apprennent que eux ont fait du rafting a Baliloche et que ça bougeait bien, mais que une personne de leur hôtel l’avait fait à Mendoza et qu’elle avait trouvé ça un peu mou. Nous décidons que nous irons voir de nous même la rivière. En effet dans les agences si nous disons « on a un peu peur, est-ce que ça bouge vraiment ? » on nous répond que non et lorsque nous disons « on en a déjà fait et on cherche quelque chose de sportif » on nous répond que ça bouge bien. Ils nous donnent également quelques conseils sur l’Inde, le Népal, l’Indonésie et la Nouvelle-Zélande qu’ils ont déjà visité. Et ils ont loué un vélo tandem. C’est dommage que nous n’en ayons pas vu en location, car ça nous aurait bien dit.

Le temps passe tellement vite que nous n’avons pas le temps de visiter d’autre cave et devons aller rendre les bicyclettes et rentrer en bus à Mendoza. Ça nous dérange pas plus que ça, au moins ça limitera les dépenses et nous avons déjà eu notre dose de vin. Au passage nous croisons un « tour des vignes en vélo tout compris », pour lequel les gens ont payé le double pour faire à peu près la même chose que nous.

Le lendemain, nous visitons la ville de Mendoza, charmante malgré une chaleur écrasante. Je croise des slackliners chiliens et argentins, avec qui nous passerons un bon moment. Ils n’ont pas tout à fait le même profil que les slackliners niçois : ce ne sont pas des CSP+ fans de sports outdoor cherchant le prochain trip qui leur procurera leur dose d’adrénaline, mais plutôt des baba-cools ayant trouvé là un moyen de s’amuser tout en gagnant un peu d’argent. En effet, ils ont mis un chapeau avec un carton « pourboire accepté ».

Pour notre dernier jour à Mendoza, comme prévu nous nous rendons à Potrerillos village où ont lieu toutes les ballades en rafting. Finalement nous ne verrons pas la rivière, mais nous voyons que le niveau d’eau du barrage est très bas, et le gars de l’office du tourisme nous dit que le niveau d’eau dans la rivière est bas en ce moment. En attendant le bus de retour qui passe en milieu d’après-midi, nous faisons une ballade jusqu’au village de « El Salto ». Pas passionnant, nous traversons une zone résidentielle où l’« association des voisins » interdit tout : les quads, les motos tout-terrain, le bruit, les chiens sans laisse. Le fameux rocher de « El Salto » est en fait un spot d’escalade équipé. Mais avec juste la sangle de la slackline on ne peut pas faire grand chose d’autre qu’un peu de corde de tarzan. Un chien abandonné, comme on en trouve des milliers en Argentine nous suit toute la journée, nous faisant un peu de peine lorsque nous devons reprendre le bus, mais comme je dit à Marta : ce n’est pas nous qui l’avons abandonné.

Le soir, nous ne le savons pas encore, mais va se dérouler le meilleur moment de notre séjour en Argentine (après Aldéa Luna). Nous allons à la boucherie, et nous demandons un morceau de viande « pour faire un barbecue ». Le boucher nous dit « un kilogramme donc ». Nous finissons par arriver à négocier de n’avoir que 750g, ce qui représente déjà une quantité énorme. Le tout pour 52ARS (7.28EUR) soit 7€. Le morceau étant d’un seul bloc et bien épais, Marta lui demande « de faire des tranches ». Le boucher pose d’un coup son couteau et nous lance un regard haineux. Autant demander dans un restaurant français s’il peut nous mettre un peu de coca-cola dans le vin. Nous achetons également des petites bûchettes, ici personne n’utilise de charbon.

Nous n’avions pas regardé le programme de l’hôtel, mais nous tombons sur le jour des chorizo gratis. Ici le chorizo est une sorte de chipolata mais avec une forme d’andouillette. Du coup un membre du personnel de l’hôtel est déjà en train d’allumer le barbecue. En Argentine, vous l’aurez compris, le barbecue (appélé « Asado » ou « Parrillada ») est une religion. Et le barbecue est high-tech : d’un côté un panier surélevé dans lequel on met le bois de chauffe, afin que les braises tombent et forment un petit tas qu’on éparpille ensuite sous les grilles montées que l’ont peut monter et descendre à l’aide de manivelles. L’employé en charge du barbecue est un vrai argentin et m’aide du coup à cuire notre viande. Ça commence par le salage. Il ne faut pas se contenter d’une pincée de sel, mais plutôt de l’équivalent d’une pleine cuillère à café. Ensuite, tout au long de la cuisson, il faut inciser la viande, ce qui permet de voir l’avancement de la cuisson et également de permettre au centre de la viande de cuire. Et le plus important: utiliser la manivelle pour mettre la viande à bonne distance des braises. L’important, c’est qu’elle ne cuise pas trop vite, et c’est ce qui lui donne sa tendresse. Ici la viande se mange plus cuite qu’en France, le sang n’apparaît pas. Pourtant, grâce à la cuisson lente, la viande reste très tendre même bien cuite.
Après une vingtaine de minutes, nous pouvons déguster la viande : c’est au largement au dessus de toutes les viandes que nous avons déjà pu goûter jusqu’à présent. Pas besoin d’aucune sauce, de pain, ni d’aucun accompagnement si ce n’est quelques poivrons, et une bouteille de vin, elle se suffit à elle-même.

Le lendemain matin, nous prenons le bus pour Valparaiso, au Chili. Nous reconnaissons un décors familier : c’est Potrerillos et la route se situe le long de la rivière Mendoza, là où devait avoir lieu le rafting. Nous ne regrettons rien, c’est de la classe III un peu poussive, c’est à dire que ça aurai pu être intéressant en kayak, mais en rafting ça aurait été un peu fade. Le défilé de montagnes est impressionnant, et nous passons près des stations de ski argentines aux pylônes jaunes et des stations chiliennes aux pylônes blanc. Un résumé de la différence entre ces deux pays. La frontière se situe sur un col à 2700m, et il y a une file de un kilomètre de voitures. Un argentin nous dira qu’il faut 45min en hiver et 4h en été pour passer. Heureusement les bus ont leur propre file. Le contrôle douanier ressemble à une reconnaissance de suspects : on nous amène dans une salle où se trouve deux rangées de tables devant lesquelles nous devons nous aligner, chacun ayant son sacs posés devant soi. Cette fois-ci l’agent chargé du contrôle est plus stricte : lorsque nous lui disons que nous avons une cuillère en bois et un collier de graines, au lieu de rire comme sa collègue de San Pedro d’Atacama, elle nous demande si les graines sont bien perforées et si les cuillères en bois sont brutes ou travaillées.

Une fois passé le col, le décor est beaucoup plus vert : les Andes sont une vrai barrière à nuages. Après être passé par Vina del Mar, une sorte de Marbella du Pacifique, nous arrivons dans la brume de Valparaiso.

Mendoza, la ruta de los vinos y el carnicero con mirada de asesino

En Mendoza nos alojamos un hostal de la cadena Hostel Suites. Era la primera vez que estábamos en el hostal de una franquicia y nos dejó un poco impresionados : cinco plantas, aire acondciionado en las habitaciones, el 100% de los empleados hablaban inglés, proponían actividades de aventura a diario con precios fuera de lo razonable, realizaban actividades de sociabilización dentro del hostal todos los días también , pero la cocina era minúscula. Había argentinos, pero sobre todo había americanos jovencitos y ricachones que se gastaban 99 dólares en hablar durante unos minutos por el móvil con sus padres en USA. El hostal en si tenía todo lo que se podía pedir, pero era demasiado impersonal y le faltaba encanto.

Mendoza es una ciudad bonita, pero muy calurosa. Nos tuvimos que adaptar al ritmo local y siguiendo el consejo muy sabio de mi madre « allá donde fueres haz lo que vieres » aprovechamos para echarnos la siesta al igual que los mendocinos. Visitábamos un poco por la mañana y otro poco por la tarde y luego aprovechábamos el movimiento de la vida nocturna en bares y restaurantes de Mendoza.

Vistamos bonitas plazas, como la de España, parques gigantes y nos hicimos amiguitos de algunos chilenos que estaban haciendo slackline en un parque. Estos chilenos no perdían oportunidad para hacer negocio y, aprovechando que había mucho curioso alrededor suyo, pusieron un cartel diciendo que se aceptaban propinas. ¡No me imagino haciendo lo mismo a los slackliners de la Costa Azul !

En la zona de Mendoza lo interesante son las rutas del vino y lo que tienen de especial es que se hacen en bici. Nosotros elegimos ir a Maipú, una pequeña localidad a unos 40 kilómetros de Mendoza, porque podíamos organizarlo en transporte público y por nuestra cuenta. Son muchas las agencias en Mendoza que ofrecen este tour por 160ARS (22.40EUR) por persona, pero si lo haces de forma autónoma sale a unos 40 ARS (5.60EUR) por persona (bus de ida/vuelta y alquiler de bici) más el precio de las bodegas que quieras visitar. Realmente contratar el tour no merece la pena porque el valor añadido de su servicio no es mucho.

Llegamos a Maipú y alquilamos las bicicletas en CocoBikes, 30 ARS (4.20EUR) por todo el día. Nos habían dicho que la ruta era plana y que no había cuestas, por lo que no había que ponerse muy quisquillosos con la elección de las bicis. Al principio queríamos una bicicleta en tándem, pero dado que no había, la novedad de esta ocasión fue que Fred eligió un bicicleta con sistema de frenado holandés. Estas bicicletas no tienen los frenos en el manillar, sino que para frenar hay que pedalear en el sentido contrario al habitual. Supongo que en condiciones normales no hay problema para calcular distancia/velocidad de frenado, pero con algunos vinos encima, este sistema y la falta de práctica, Fred me embistió al hacer un alto en el camino. Creo que el sistema holandés no es muy práctico para estos casos, donde el alcohol anda de por medio :).

En CocoBikes nos dieron un mapa con todos los puntos interesantes de la ruta : bodegas, museos, fábricas de cerveza artesanal, tiendas de degustación de chocolate, almazaras, restaurantes, etc. Había la posibilidad de realizar unas quince visitas en diez kilómetros de ruta. ¿Por qué lo llaman ruta del vino cuando en realidad deberían llamarlo « ruta de los gourmets »?

Empezamos nuestra visita en la bodega-museo Rutini. Nos habían dicho que merecía la pena, aunque era un poco cara. Pagamos los 50ARS (7.00EUR) por persona y la sorpresa fue que el importe del billete se podía utilizar íntegro para hacer compras de productos en la tienda de la bodega :). ¡Nos íbamos a poner finos a vino ! La visita comenzó con nosotros dos solos a los doce en punto, pero poco a poco se fueron uniendo más visitantes. Como algunos turistas eran extranjeros, la visita se hizo en inglés y español, por lo que fue un poco larga, acabando casi a las dos de la tarde.

La guía nos explicó muchas cosas, como por ejemplo los inicios vinitícolas en Sudamérica  Los primeros colonos trajeron con ellos semillas de uva y estas dieron lugar a una variedad llamada « criolla ». La uva criolla era muy buena y grande para comer, pero proporcionaba un vino mediocre, similar al vino de mesa europeo. Años después, los inmigrantes italianos y franceses trajeron cepas europeas como Cabernet-Sauvignon, Merlot, Syrah… Trajeron cepas y no semillas porque las semillas de uva eran genéticamente inestables y, además de eso, también importaron material y técnicas de cultivo. A partir de ese momento hubo una explosión en la industria del vino sudamericana.

La bodega Rutini era familiar hasta la venta a una sociedad multinacional. De hecho, casi todas las bodegas argentinas comparten ese punto en común : hubo un ancestro que fundó la bodega, luego la gestión pasó a manos de sus hijos y después sus nietos decidieron venderla. En el fondo es un poco lógico, porque al haber tantos herederos es difícil que todos se pongan de acuerdo para gestionar la empresa o vender sus acciones a sus familiares. Rutini tenía la producción dividida en dos lugares : la bodega de la visita era para la fabricación de vinos tempranos y para realizar investigación y poseían otra bodega y terrenos más grandes para producir vinos de gama alta. Rutini sólo producía el 30% de la uva necesaria para la producción de sus vinos y el 70% restante lo compraban a terceros. La guía nos dijo que la bodega Rutini producía más de un millón de botellas de vino al año y que la mayoría se exportaba a países como Estados Unidos, Canadá, Japón y China.

Cuando la guía nos instruyó sobre los procesos de producción, nos dimos cuenta de que Argentina sigue todavía los dictaminados europeos y que no ha desarrollado su propia vía. Por ejemplo, nos contó que para los vinos tardíos envuelven cada racimo en bolsas de plástico e inyectan agua para humidificar el ambiente alrededor de la uva. Esto es porque el otoño en la zona de Mendoza es muy seco, pero ¿no deberían desarrollar un vino acorde con las condiciones climáticas propias en vez de intentar emular el clima francés o italiano? No soy una experta, pero quizé obtendrían un vino que sería la seña e identidad de Argentina.

La bodega Rutini también posee el mayor museo de piezas vinitícolas de Sudamérica. Había un lagar tradicional, que consistía en un pellejo de buey tensado en una estructura de madera. Las uvas se echaban, luego se las pisaba y el vino caía por el rabo del buey.

 

La visita de la bodega concluyó con la cata de dos vinos : uno blanco y otro tinto. Los vinos blancos no me apasionan, sobre todo porque los sulfitos me dan dolor de cabeza, pero el tinto era excelente. Casi todos los vinos que yo había probado hasta el momento eran de los varietales Cabernet-Sauvignon o Merlot, pero aquí pude catar un Syrah y no estaba mal. Acabamos comprando dos botellas con el importe de la entrada y pusimos rumbo a otra bodega.

El efecto del alcohol se dejaban sentir en la bici y el calor tampoco ayudaba mucho a despejarse. Como era tarde y no queríamos beber más vino sin haber comido antes, pedaleamos durante siete kilómetros hasta la bodega-restaurante DiTomasso.

DiTomasso nos sorprendió con un menú muy italiano : yo pedí una ensalada de tomates y mozzarella y Fred unos canelones rellenos con espinacas y ricotta. Además, se podía caminar libremente entre los viñedos y hacer picnics. Después de la comida hicimos nuestra segunda cata del día : un vino blanco, dos tintos y un licor cuya receta era familiar. Lo bueno, o malo, de la degustaciones mendocinas era que las copas estaban llenas casi a medias. ¡Eso hacía casi dos copas de vino por cata !

Salimos muy « contentos » de la cata y nos fuimos a tomar el aire. Nos encontramos con una pareja franco-española que también estaba viajando. Charlamos largo y tendido y nos dieron muchísimos consejos, porque su viaje de un año estaba ya casi finalizando. La verdad es que me hizo mucha ilusión, porque no había encontrado muchos españoles en casi dos meses y medio de viaje. Sienta bien hablar con un compatriota de vez en cuando :).¡Lo mejor de todo es que ellos sí habían conseguido alquilar un támdem !

Entre unas cosas y otras se nos había hecho casi la hora de entregar las bicis, las siete, y aunque sólo habíamos visitado dos bodegas y no habíamos sido « muy productivos » en cuanto a organización de visitas, estábamos muy contentos con lo visto.

Al día siguiente pusimos rumbo en transporte público a Potrerillos, a unos 30 kilómetros de Mendoza, donde se concentraban todos los establecimientos de rafting de la zona. Estuvimos en varias agencias en Mendonza y como dudábamos que fuera un buen lugar para hacer rafting en esa época del año, utilizamos dos escenarios distintos :

  • Escenario 1 : « Hola, es la primera vez que hago rafting y me da un poco de miedo, ¿lleva mucha agua el río y el rafting es movidito ? » La respuesta era siempre que el río estaba en nivel 2 y que el rafting era tranquilo.
  • Escenario 2 : « Hola, he hecho varias veces rafting y quiero tener sensaciones fuertes, ¿lleva mucha agua el río y el rafting es movidito ? » La respuesta era siempre que el río estaba entre nivel 3 y 4 y que el rafting era de aventura

No había forma de saber quién decia la verdad y, ante la imposibilidad de conocer el nivel, decidimos ir a Potrerillos a verlo por nosotros mismos.

Llegamos a Potrerillos y efectivamente el nivel de agua estaba bajo, además obtuvimos la confirmación en la oficina de turismo. En realidad no hubiera sido rafting, si no más bien un paseíto en kayak en un río tranquilo. Como el próximo bus no pasaba hasta casi siete horas después, el chico de la oficina de turismo nos aconsejó hacer una caminata hasta El Salto. El paseo no fue nada apasionante, siempre al lado o cerca de una carretera y pasamos por una zona residencial donde no había nadie y todo estaba prohibido:los quads, las motos, hacer ruido, perros sin correa, etc. Lo peor fue que se nos arrimó un perro abandonado y pasó el día entero con nosotros. Cuando cogimos el bus de regreso a Mendoza se me caía el alma a los pies dejando allí al animal. Si hay algo que odio de Chile y Argentina es la poca humanidad que tiene la gente abandonando a estos pobres animales que no tienen culpa de nada.

Después de un día de m*erd* algo bueno nos merecíamos y decidimos que nada mejor que utilizar la barbacoa de alta tecnología del hostal. ¡Nos relamíamos con sólo pensar en la carne argentina ! Fuimos a la carnicería del mercado y pedimos para hacer un asado para dos. El carnicero sacó una pieza de carne y nos dijo « Un kilo entonces ». Fred y yo nos miramos con cara de asombro y le repetimos al carnicero que era para dos y él nos dijo « Sí, claro ». Le dijimos que nosotros no podíamos comer medio kilo de carne cada uno y ¡nos tuvimos que poner a negociar con él ! Nosotros le pedimos 500 gramos para dos y al final salimos de allí ¡con 750 ! Como el trozo de carne era bastante grueso, yo le pedí que si lo podía cortar en trozos. En ese mismo instante el carnicero dejó el cuchillo al lado de la tabla, levantó la vista, y con ojos de odio me dijo : « Como mucho te abro el trozo por la mitad ». Uy, uy, uy ¡qué tensión ! Creo que había metido la pata hasta el fondo y que el carnicero se había sentido insultado. ¿Sería como si un guiri me pidiera que le hiciera una tortilla de patata con aceite de girasol o mantequilla? Le dejamos hacer y salimos de la carnicería con nuestro saquito de leña y nuestra carne (todo por 52 ARS (7.28EUR)= 7EUR). Aunque con la carne sola nos hubiera bastado para cenar, compramos algunas verduras para no tener cargo de conciencia 🙂

Como somos un desastre en potencia, no nos habíamos enterado de que en el hostal era la noche de « chorizos  gratis » por cortesía de Hostel Suites.Lo bueno es que había alguien del personal del hostal en la barbacoa y nos dio un cursillo acelerado sobre cómo preparar la carne al estilo argentino. Lo más importante, ademas de la calidad de la carne, es la parrilla en sí. No vale cualquier parrilla y en Argentina se han devanado los sesos para conseguir « la barbacoa perfecta ». La barbacoa se divide en dos espacios :

  • el primero es la « cajita » donde se enciende el fuego con la madera y que está colocada un poco en alto. Esto permite que las brasas vayan cayendo y que el fuego siga su curso
  • el segundo es la parte donde se va a asar la carne. Una vez que hay brasas, estas se extienden de manera uniforme, se coloca la carne en la parrilla y CON UNA MANIVELA se coloca la parrilla a la distancia óptima de las brasas

No sólo hay que elegir la distancia de la carne con respecto a las brasas en cada momento, si no que hay que salar la carne bastante y hacer cortes de vez en cuando para que el centro de la pieza se ase también. Encantada de la vida estuve con el resultado final : un trozo de carne bien grueso y hecho en el centro. Ya podían aprender los franceses a cocinar así la carne, porque ellos cuando cocinan un steak de ese tamaño y que lo pedimos bien hecho, esta quemado por fuera y crudo por dentro. Nos pegamos un festín de carne, vino y verduras. Al menos el día acabo mejor que empezó 🙂

Al día siguiente tomamos un bus hacia Valparaíso, Chile, para ver qué se tramaba al otro lado de la cordillera andina. 

San Juan : rien

Nous arrivons à San Juan avec plein d’idées : faire le tour des vignes et aller faire du char à voile dans la pampa. Mais le tour des vignes ne peut se faire qu’en voiture, et la seule personne louant des chars à voile, dans le village de Barréal, à 3h d’ici, ne répond ni au téléphone, ni aux e-mails. Quant à la location de voiture, sur 4 agences, seule une est ouverte (pourtant nous sommes en semaine), et c’est assez cher.

Nous nous contenterons donc de visiter la cave Graffigni, accessible en bus. Visite intéressante avec un bon guide, mais nous sommes un peu déçu par la qualité du vin lors de la dégustation. Il est à peine mieux que le vin de marque « Casa de Campo », que j’ai acheté il y quelques jours en supermarché pour 1100CLP (1.65EUR) (moins de 2€). D’ailleurs je recommande ce dernier : très bon rapport qualité prix.

Nous allons également nous baigner au lac Ullum, à 18km de San Juan, également accessible en bus (que d’ailleurs nous attendrons 2h, faute d’avoir pu obtenir les horaires corrects). Rien d’exceptionnel, mais au moins nous sommes tranquilles, croisant seulement quelques coureurs participant à un Trail dans le coin.

 

Seule bonne surprise à San Juan, notre hôtel, « San Juan Hostel », qui n’a pas une très bonne note sur hostelbookers !,com et hostelworld.com, s’avère finalement très bien, avec même un four où nous pouvons nous cuisiner une pizza.

Prochaine étape, Mendoza, à quelques heures de route.

San Juan, el pueblo de los despropósitos


Llegamos a San Juan después de 22 horas de autobús desde Jujuy. Según la guía Lonely Planet, San Juan era un buen sitio para hacer todo tipo de actividades deportivas y culturales : carrovelismo, visita de bodegas y viñedos, kitesurf en lago, etc. ¡El paraíso !

La realidad fue bastante decepcionante. Imposibilidad de comunicarse ni por email ni por teléfono con la única persona que hacia carrovelismo en Barreal (a tres horas de San Juan) durante tres días. Imposibilidad de alquilar un coche porque tres de cuatro agencias estaban cerradas, y eso que era sábado por la mañana. Imposibilidad de visitar el santuario de La Difunta Correa por no poder coordinar autobuses. Imposibilidad de hacer la ruta de los vinos en transporte público.

Fue bastante frustrante y desde luego San Juan no era conveniente para mochileros ni para gente que no disponga de un medio de transporte propio.

Lo único que pudimos hacer fue la bodega/museo Graffigna, accesible en transporte público. El guía fue muy simpático con nosotros, pero la degustación un poco decepcionante. El vino olía mejor que sabía, pero quizá fue mi falta de costumbre a la variedad de uva Syrah.

También pudimos visitar el pantano Ullum, a unos 18 kilómetros de San Juan. Tuvimos que esperar durante dos horas el autobús que nos llevara hasta allí, porque los horarios que habíamos conseguido no estaban bien. Estábamos a punto de tirar la toalla cuando el bus pasó. En la guía describían este lugar como un sitio magnífico para bañarse y con restaurantes y actividades náuticas. La realidad : un sitio donde no había nadie. Estuvimos allí durante tres horas y al menos Fred pudo bañarse tranquilo.

No todo fue malo y siempre hay que ver el vaso medio lleno. El hostal donde nos alojamos, San Juan Hostel, estaba mucho mejor de lo que esperábamos. Nos lavaron la ropa gratis 🙂 y gracias a una cocina super equipada pudimos cocinar al horno, ¡un lujazo! :). Por lo demás, mejor evitar este sitio, al menos fuera de la temporada alta y si no se tiene coche.

 

 

Simplicité volontaire

Après une nuit passé dans l’hôtel-bar « Dublin » à San Salvador de Jujuy, Martin vient nous chercher en 4×4 pour nous amener dans la réserve naturelle d’Aldea Luna. Le concept est simple : tenter de chercher l’équilibre entre les hommes et la nature.

Concrètement, c’est un couple d’argentins de Bueno Aires, qui après avoir construit un hôtel en équateur qu’ils ont fait fonctionner pendant 10ans, l’ont revendu et ont acheté un immense terrain de 900 hectares au milieu de la jungle montagneuse du nord-ouest de l’Argentine. C’est une terre plutôt fertile, bien que très argileuse, mais sa topologie montagneuse interdit toute exploitation en agriculture extensive. L’élevage y est cependant possible et le voisin de Martin et Élisabeth élève des bovins.

Sur ce terrain immense ils ont construit, sur les rares endroits à peu près plat, 5 bâtiments : leur maison, une autres maison pour Gerardo, un ami d’enfance qui les accompagne dans cette aventure, une salle-à-manger-cuisine, et 2 cabanes d’habitations pour les visiteurs. Les bâtiments sont construits avec les pierres de la rivière, amenées par camion par la piste qui existait déjà lors de l’achat du terrain. La charpente est faite avec les arbres du domaine, sauf pour certaines pièces maîtresses introuvables sur place, l’ancien propriétaire ayant vendu les plus grands arbres.

L’alimentation en eau d’irrigation est assuré par deux grands bassins en bâches qui récoltent l’eau de pluie. Quant à l’eau potable, elle vient d’une source et est stockée dans un réservoir de 1000L, avant de passer par un filtre. Toute la distribution est assurée par gravité.

Il y a quelques hectares de potager en pente, clôturé en raison des poules et du cheval. L’huile de tournesol, le vinaigre, le riz, la sauce tomates, la farine de blé, le sel et les fruits proviennent de l’extérieur. Tout le reste est cultivé sur place. En effet, l’autonomie alimentaire est difficilement atteignable, à moins d’avoir un régime très monotone. Les œufs, environ 24 pondus par jour, constituent l’unique source de protéines animales : pas de viande ici, autant pour des raisons idéologiques que pratiques.

Une vingtaine de km de sentiers de randonnée ont été défrichés dans les bois.

Le transport des marchandises est effectué en 4×4 pendant la saison sèche et en cheval pendant la saison des pluies lorsque la piste n’est plus praticable en 4×4.

Trois formules d’hébergement disponibles : sans frais en échange d’un travail matin et après-midi, ne payer qu’une partie en travaillant seulement le matin, et ne pas travailler et tout payer. Nous choisissons la formule de travail le matin. Nicolas, un allemand, et Ghazzy une américaine, qui sont là pour plusieurs mois, travaillent eux toute la journée.

Nous arrivons à l’heure du déjeuner. Au menu : tarte de légumes, et salade de betteraves, tomates, carottes et laitue. Nous apprécions ce repas qui nous change de tout ce que nous avons pu manger les deux derniers mois, et qui nous rappelle un peu nos repas à Nice où nous somme abonné à une AMAP.

L’après-midi, nous arrosons quelques épis de maïs et partons randonner dans la forêt, en compagnie des deux chiens Hugo et Ovidéo. Ça ressemble à une forêt bretonne avec un relief alpin. Et encore, nous sommes à la fin de la saison sèche, donc j’imagine que c’est encore plus vert pendant la saison des pluies.

Le reste du séjour s’écoule au rythme de la campagne auquel nous nous habituerons finalement à la fin de la semaine.

Nous apprendrons à construire un mur en pierres, à faire des confitures, à faire du pain dans une casserole en fonte, à utiliser une machette, à faire du compose à base de bouse de vache, de terre et d’herbes ; et surtout à cultiver à la manière bio. Le principe est simple : pas d’engrais, donc il faut retourner la terre et composter, pas d’herbicides, donc il faut désherber. Et sans machines c’est beaucoup de travail, je comprends maintenant pourquoi les produits bio sont si chers, et pourquoi le désherbant de Monsanto a tant de succès.

Donc en résumé, pour cultiver, 3 solutions :

  • bio sans machines : pas d’investissement et beaucoup de travail
  • bio avec machines : moins de travail mais des coûts, qu’il faut compenser en cultivant une plus grande surface
  • avec désherbant, engrais et OGM : pas grand chose à faire, mais il faut acheter ses semences chaque année, sans compter les cancers et la pollution

Sachant que les solutions bio n’empêchent pas de faire appel à la technologie, comme l’irrigation au goutte-à-goutte, les bases de données open-data, et les banques de graines.

Le couple Martin-Elisabeth est admirablement complémentaire. Lui, à la manière Argentine, plaisante tout le temps, même concernant des choses graves, et Élisabeth, qui a des origines Russes, prend les choses plus au sérieux.

La mère de Martin, qui habite à Jujuy à quelques kilomètres de là, appelle trois fois par jour, et Martin et Élisabeth devront partir en ville pour 4 jours pour s’occuper d’elle. Nous resterons avec Gerardo, avec qui malheureusement nous nous entendons moins, ce dernier n’ayant pas totalement perdu le stress de Bueno Aires.

Nous sommes à la fin de la saison sèche, du coup les douches sont rationnées à deux par semaine. Le chauffe-eau marche au bois, il faut donc s’y prendre une demi-heure en avance pour laisser à l’eau le temps de chauffer. Toutefois, l’eau est bien chaude.

Mais au milieu de la semaine, les première pluies diluviennes, annoncent la fin, d’ailleurs tardive cette année, de la saison sèche.

La nuit nous pouvons voir les lucioles volantes et clignotantes qui ressemblent à des avions volant de nuit.

Notre dernier jour tombe le jour des semences. En effet, Élisabeth utilise un « calendrier biodynamique » qui lui indique les meilleurs jours pour planter des graines en fonction du type de plante. Il prend en compte les phases de la Lune, ce qui n’est pas stupide car la Lune influence (et encore ça reste controversé) la croissante des plantes (http://fr.ekopedia.org/Calendrier_(lunaire)). Mais également la position des planètes. Je doute que le champ gravitationnel de pluton influence réellement la croissance des choux. Ce qui m’étonne, c’est que Élisabeth a les deux pieds sur terre pour tout le reste. Un des mystères de l’astrologie…

Élisabeth tient à ce que chaque volontaire plante des graines, ce que nous faisons, sans oublier de protéger ensuite les semis des oiseaux et des poules, à l’aide d’un mikado de branches autour de chacun.

Elle est rentrée le matin même, accompagnée de son fils Mathias, 16ans, et passionné de langues et cultures étrangères : ça tombe bien, avec les volontaires issus de tous les coins du monde, il a de quoi faire. Il est sociable, mais apparemment a du mal à se trouver des intérêts communs avec les autres jeunes de Jujuy.

Après une dernière photo de groupe, nous prenons le chemin du départ : 6km en descente avec nos gros sacs à dos. C’est pas loin du maximum que nous pouvons faire avec 15kg sur le dos. Ensuite 1h de bus local, qui nous rappelle ceux de Bolivie, nous ramène à Jujuy où nous passons une nuit dans l’hôtel Casa de Barro, dont le seul intérêt est la décoration très jolie. Mais l’eau chaude ne marche pas correctement, les matelas sont ultra-mous et le personnel nous demande de payer pour garder nos sac à dos pour l’après-midi : une première dans toute l’Amérique du Sud.

Le soir nous prenons le bus pour San Juan.

 

Aldea Luna, un reconfortante universo paralelo

 

Pernoctamos una noche en San Salvador de Jujuy a la espera de que Martín viniera a buscarnos al día siguiente para llevarnos a Aldea Luna en 4×4 y así realizar un voluntariado de una semana en una granja orgánica. En el hostal nos encontramos con una chica holandesa que había estado la semana anterior y sólo nos contó bondades sobre su experiencia. Nos pidió llevarle una carta a los habitantes de Aldea Luna y nosotros aceptamos de buen agrado :).

Aldea Luna estaba a unas dos horas de Jujuy en autobús colectivo y a una hora y cuarto en 4×4. Sólo había un colectivo por la mañana para llegar a Aldea Luna y otro por la tarde para ir hasta Jujuy. El colectivo paraba en la carretera de tierra principal y luego había que subir a pie durante una hora y cuarto unos cuatro kilómetros.

El concepto en Aldea Luna era simple: buscar el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Aldea Luna fue fundada hace siete años por Martín y Elisabeth, una pareja argentino-uruguaya. Ambos emprendieron su aventura hace mucho tiempo y emigraron de Buenos Aires a Ecuador, donde construyeron un hostal en la montaña. Trabajaron muy duro para levantarlo y mantenerlo, tuvieron a su hijo Matías, pero al cabo de un tiempo se dieron cuenta de que necesitaban cambiar de modo de vida. Vendieron el hostal en Ecuador y decidieron trasladarse a Argentina, donde compraron un terreno de 900 hectáreas. Pudieron comprar tanto terreno porque, para empezar, era muy abrupto y, para seguir, no era tan fértil como en las pampas.

La idea era recuperar los ecosistemas dañados y convertir la mayor parte de las 900 hectáreas en una reserva natural. El bosque de las fincas vecinas estaba desapareciendo porque sus dueños estaban cortando los árboles para vender la madera, así que la idea parecía más que buena. Además de la reserva, habría una pequeña parte para la agricultura, para los animales y también para sus viviendas y la de los voluntarios.

Empezaron desde cero completamente y el primer paso fue construir ellos mismos las cabañas para el comedor-cocina común, su casa y la de los voluntarios. El material que se utilizó fue cantos rodados, que consiguieron en el río cercano, y madera, aunque algunas piezas tuvieron que comprarlas. Estas cabañas estaban ubicadas en los únicos sitios que estaban más o menos planos y cerca de la entrada de la reserva. El agua que abastecía las cabañas para las duchas y otros usos generales, provenía de la lluvia almacenada en un bidón de 1000 litros. El agua de consumo provenía de un manantial y estaba filtrada y clorada. Dado que la cantidad de agua era limitada, las duchas estaban racionadas a dos por semana.

 

En la zona habitada había cuatro huertos. Dos de los huertos se construyeron mediante terrazas y los otros dos estaban inclinados. En ellos se había plantado todo tipo de verduras : lechugas, calabacines (o zapallos italianos como los llaman en Argentina), remolachas, zanahorias, cebollas, plantas aromáticas, sésamo, etc. No había demasiados arboles frutales porque, por lo visto, no es una zona muy fría y, según nos explicó Elisabeth, todos los frutales necesitan ciertas horas de frío para que den frutos.

También había un gallinero con una raza de gallinas especial : eran cluecas y ponedoras. Había unas siete-ocho gallinas por cada gallo y, en especial, había un gallo un tanto agresivo y vistoso que no dudaba en atacar a los humanos: El Uruguayo. Las gallinas solían poner unos 24 huevos al día y parte de la recolecta se vendía en Jujuy. En los días que estuvimos aprendimos mucho sobre las gallinas y, lo que más sorprendió, es que son unos animales muy delicados. Son muy sensibles a los cambios de temperatura y el calor excesivo les produce diarrea. Un método preventivo es darle agua con vinagre. También son muy sensibles a los ácaros y, durante nuestra estancia, Martín tuvo que limpiar el gallinero y ponerle unos polvos a todas la gallinas y gallos. Fue muy divertido escuchar a Martín como « se cagaba en la remierda de las gallinas », porque algunas no se dejaban atrapar :).

Además de las gallinas, también había cinco perros de lo más simpáticos, en especial Hugo, y un caballo, Moro, que servía para llevar la carga en época de lluvia cuando el 4×4 no podía cruzar el río.

La alimentación en Aldea Luna era vegetariana y la única fuente de proteínas eran los huevos. Aldea Luna era autosuficiente todo el año de verduras, pero había algunos productos, como la harina, el arroz, la pasta, el vinagre, la fruta, etc que se conseguían en el exterior.

El vegetarianismo era por convicción de sus fundadores, pero también por necesidad ya que no había frigorífico. La electricidad se proveía mediante cuatro placas solares y sólo generaban lo suficiente para alumbrar por las noches, tener la radio/mp3 encendida 24 horas y para recargar baterías mediante un cargador de coche. Cuando se necesitaba utilizar algún electrodoméstico o poner la música con altavoces para alguna fiesta, entonces, había que encender el generador.

Aldea Luna era autosuficiente en cuanto a comida, electricidad y agua, pero Martín y Elisabeth necesitaban cooperación económica del exterior para poder mantener esta forma de vida. Como cualquier familia, tenían gastos de la vida corriente : mantener un coche, pagar las clases de francés de su hijo, pagar impuestos locales por su finca, etc. Idearon la forma de conseguir dinero y transmitir su ideal de vida al mundo : aceptar turistas y voluntarios en su reserva natural. Hay tres formas de visitar Aldea Luna :

  • Como turista normal donde se paga el alojamiento y la comida.

  • Como voluntario donde sólo se trabaja medio día y la tarde es libre. En ese caso, te ganas la comida « con el sudor de tu frente » y sólo hay que pagar el alojamiento.

  • Como WWOOFER donde trabajas todo el día y Martin y Elisabeth proveen comida y alojamiento.

Ellos prefieren la segunda o tercera opción, porque permite impregnarse mejor del ambiente en Aldea Luna y mostrar a la gente su forma de hacer las cosas.

El primer día llegamos a la hora de la comida y la mesa ya estaba puesta : pastel de verduras con ensalada de lechuga, tomates y zanahorias. Encantados de la vida estábamos por comer verduras crudas, uno de mis mayores anhelos después de dos meses en Perú y Bolivia :). Durante la comida conocimos a los otros integrantes de Aldea Luna : Gerardo, un amigo de infancia de Martín que había dejado su trabajo de oficinista en Buenos Aires y se había unido a la aventura de la reserva natural, Nickolas, un alemán que con el paso de los días se volvió más hablador y que iba a hacer una estancia de cuatro meses, y Ghazzy, una estadounidense muy alegre y creadora de joyas que ya había estado de voluntaria en la granja hacía dos años.

La primera tarde nos fuimos de paseo, ya que la reserva tenía senderos que permitían visitar distintas partes. Hugo y Ovidio, dos de los perros, hicieron el honor de acompañarnos y guiarnos durante todo el camino. El bosque era impresionante y a mí me parecía que estaba en un cuento. Había lianas envueltas en musgo, árboles centenarios, riachuelos que cruzaban el camino, … ¡No me hubiera extrañado encontrar un príncipe a lomos de un caballo blanco !

Al día siguiente empezó el trabajo de verdad. Normalmente los chicos trabajaban con Martín y Gerardo en tareas mas físicas y las chicas con Elisabeth en el huerto y la cocina, de ocho a doce. Martín y Elisabeth son muy diferentes en carácter y en el trabajo, pero se notaba que Elisabeth tenía un título universitario de pedagogía porque le gustaba explicar el por qué de las cosas y cómo hacerlas de la mejor manera : era una verdadera maestra.

Elisabeth no era sólo una buena transmisora de conocimientos, si no que era también muy buena conversadora. Durante el trabajo daba tiempo a hablar de todo y de nada, de la vida en general, de nuestras experiencias, de lo que esperábamos del futuro, etc. Lo que más me gustaba del trabajo es que nadie me interrumpía, podía trabajar durante una hora concentrada en la misma tarea. ¡Era tan distinto de mi trabajo normal ! donde cada cinco minutos sonaba el teléfono, alguien venía a verme o llegaba un email, lo que hacía que me fuera imposible concentrarme por mas de diez minutos en la misma cosa.

La estancia en Aldea Luna fue muy productiva. Aprendimos a hacer un muro de piedra, a hacer mermelada, a hacer compost, a preparar el terreno para luego poder sembrar, a hacer tofu, pan y hamburguesas vegetarianas, a cubrir las plantas para que las gallinas no destrozaran el huerto, a plantar las variedades que iban bien juntas, etc. Elisabeth también me dio algunos consejos bastante útiles, entre ellos, que cuando plantara lechugas en mis cajones en el balcón que no arrancara la lechuga entera, sino que cada día arrancara las hojas más exteriores de cada lechuga para hacer mi ensalada. Así las lechugas seguirían echando hojas y tendría para más ensaladas. ¡Muy astuta !

Lo más duro y menos gratificante, sin duda, era quitar las malas hierbas. Era una batalla perdida de mano contra la naturaleza. Lo peor era la maldita grama, que estaba por todas partes y se enraizaba con mucha facilidad. La grama hacía de la tierra un bloque compacto y no dejaba que las plantas crecieran y se desarrollaran, así que había que quitarla constantemente. Fue en ese momento cuando entendimos por qué es tan cara la comida orgánica. En definitiva, sólo hay tres métodos para luchar contra las malas hierbas :

  • agricultura orgánica sin máquinas : no hay inversión que hacer, pero requiere mucho trabajo y mano de obra

  • agricultura orgánica con máquinas : el trabajo es menor, pero hay que realizar una inversión y, por tanto, hay que cultivar una superficie mayor

  • agricultura con herbicida, abono sintético y semillas OGM : productividad casi del 100%, verduras y frutos grandes, pero hay que comprar las semillas cada año porque son estériles y es nocivo para la naturaleza, el suelo y las aguas subterráneas.

La segunda tarea más dura, por el esfuerzo físico, era el compostaje. Elisabeth nos explicó el método a seguir. Había que hacer un montículo con capas alternas de tierra, estiércol e hierba. Esta mezcla tenía que estar húmeda constantemente, lo que permitiría que las bacterias y otros microorganismos se desarrollaran. El montículo iría cogiendo temperatura poco a poco por la acción de las bacterias. Cuando la mezcla estuviera a unos 70°C, había que trasladar el montículo de lugar para que la mezcla se airease. Este proceso había que repetirlo tres veces, para asegurarse de que las semillas y otros seres vivos que contuviera la mezcla estuvieran muertos. Luego se podía utilizar como abono natural para las plantas.

Las tardes las dedicábamos a pasear por la reserva o a jugar al ajedrez o a leer. ¡Por fin pude terminarme el tercer libro de Juego de Tronos! Las noches eran para jugar a un juego canadiense llamado el Toc. Unos voluntarios franceses habían construido un tablero, allá por febrero, y les habían enseñado a jugar. Desde entonces, se jugaba todas las noches. El Toc era una especie de Parchís con cartas, en vez de con dados. Era mucho más interesante que el Parchís porque, aunque tenía una parte de azar, también se podía idear estrategias y se tenía que jugar con un compañero. Formamos dos grupos, Fred y Nickolas por un lado y Ghazzy y yo por el otro. La tensión subía de noche en noche porque el nivel iba en aumento y, sobre todo, porque a Nickolas no le gustaba perder ¡ni a las chapas ! Martín utilizaba tácticas para distraer a los chicos, como tirar burbujitas de jabón o ponerse a cantar, pero nos ganaron todas las noches. Menos mal que la última ganamos nosotras, porque si no me hubiera ido con un trauma 🙁

La estadía en Aldea Luna también fue interesante porque nos permitió conocer algunos secretillos de la cultura Argentina. Por ejemplo, debatimos sobre el polémico tema de la socialización del mate. Los argentinos nunca toman mate solos, porque consideran que es una costumbre social. Elisabeth nos preguntó que si nos gustaba el mate y se echó a reír. Le dijimos que lo habíamos probado, pero que a mí no me gustaba el sabor, aunque a Fred sí. De pasada le comenté que me parecía un poco guarrería que todo el mundo compartiera la misma boquilla para beber el mate y nos dijo que justamente de eso nos quería hablar. Nos aconsejó que nunca nunca volviésemos a repetir eso delante de desconocidos, porque entonces nos tomarían por pijos y snobs. Elisabeth nos dijo que sólo hablaba de este tema con conocidos, por miedo a causar una primera mala impresión.Yo le pregunté a Elisabeth que si la gente no era consciente de que la boquilla (o bombilla, como ellos lo llaman) era un vector transmisor de enfermedades. Me dijo que la gente no lo veía así y que era un tema un poco tabú : mejor decir que no te gustaba el mate a decir que no querías compartir la bombilla con un desconocido. Ghazzy nos contó que los argentinos están moralmente obligados a compartir el mate y que ella se había encontrado en situaciones donde, en un autobús público, su vecino de asiento le había ofrecido de su mate. Ahora, Fred mira dos veces alrededor suyo cuando prepara mate ¡para no tener que compartirlo con nadie!

El último día pudimos conocer a Matías, el hijo de Martín y Elisabeth. Matias era un adolescente fuera de lo común :). Cuando sus padres decieron lanzarse en la aventura de Aldea Luna, tuvieron que negociar durante tres meses con el gobierno sobre cómo iba a ser la escolarización de Matías. Fue una batalla dura, porque la única opción que les daban era que Matías viviera en Jujuy. Obviamente, esta solución no les convenía mucho y tras mucha negociación consiguieron que Matías pudiera inscribirse a un programa de educación a distancia, aunque desde el gobierno hicieron una excepción porque ese programa sólo podía ser cursado por mayores de edad. Matías estudiaba por su cuenta el programa y una vez a la semana iba a Jujuy para ver a un profesor que le resolviera dudas y para hacer exámenes.

Uno de los días, le pregunté a Elisabeth que si Matías no echaba de menos vivir en la ciudad y estar con chicos de su edad, ya que él había vivido en Aldea Luna desde los siete años. Me dijo que ella le había hecho la misma pregunta mil veces, pero la respuesta habia sido siempre la misma : no. Me contó que al estar siempre con adultos y rodeado de voluntarios extranjeros había madurado antes de lo normal y que le había cogido el gustillo a los idiomas, historia y culturas extrajeras, por lo que no conseguía congeniar mucho con los chicos de su edad.

El último dia hicimos una foto de grupo, sin Martín porque estaba en Jujuy con su madre, y Elisabeth nos hizo un mapa indicándonos cómo llegar a pie hasta la parada del colectivo. Seis kilómetros a pie con mochilas de 15 kilos sirvieron para que las cervicales me dieran lata durante los tres días siguientes 🙁

Nos fuimos con pena, porque aunque al principio fue difícil adaptarse a un ritmo de vida completamente distinto, al final nos acostumbramos sin problemas a las dos duchas semanales, a la agujetas en el antebrazo por trabajar con la pala, a cocinar de forma simple y sabrosa, a sobrevir sin internet, etc. Hubiéramos tenido que quedarnos un poco más de tiempo. Además, la familia Aldea Luna era genial y era un lugar magnífico para poder pensar y darse cuenta de lo que de verdad era importante. Si este rinconcito del planeta era muy especial , fue gracias a la generosidad de Martín y Elisabeth, abriendo su casa y su familia a todo aquel que quisiera compartir un ideal de vida.

Posdata 1 : Fred y el kit de extracción de veneno

Perdí una apuesta con Fred. Fred había comprado en Francia un kit para extraer veneno en caso de picadura de serpiente (pensando en Australia). El kit consistía en una jeringa con boquillas adaptables para hacer el vacío alrededor de la picadura y así extraer el veneno hacia la superficie. Yo vaticiné que iba a ser una compra estúpida porque no serviría para nada, pero me equivoqué. Una de las noches, un escorpión picó en el pie a Ghazzy y Fred sacó todo orgulloso su kit. Sacaron el veneno y parece ser que el artefacto funcionó bien. Desde aquí pido mil disculpas a mi querido compañero de viaje por mi incomprensión e incredulidad.

Posdata 2 : Cómo hacer mermelada de naranja.

1.- Comprar las naranjas evitando las que son grandes y brillantes, porque a estas les han puesto cera. Si es posible, comprar naranjas de categoría 2, porque no han sido tan tratadas y son más baratas.

2.- Separar unas cuantas naranjas con la piel sin muchas imperfecciones y el resto pelarlas quitando la cáscara y la parte blanca.

3.- Rallar las naranjas peladas en un cuenco y quitar los pipos del zumo/puré

4.- Aplicar un pelador de patatas a las naranjas « bonitas » y extraer trocitos finos de cáscara. Cortar estos trozos en trocitos más pequeños. Al resto de la naranja se le puede aplicar los pasos 2 y 3.

5.- Pelar una manzana, rallarla y añadirla al zumo/puré de naranjas. La manzana contiene peptina y va a ayudar en la solidificación de la mermelada.

6.- Exprimir un limón y añadirlo al zumo/puré de naranjas. Uno de los mayores problemas de las conservas es la botulina, pero añadiendo limón hacemos que la acidez de la mezcla suba (PH más bajo) y así evitamos que el botulismo aparezca en nuestra mermelada.

7.- Añadir al zumo/puré los trocitos de cáscara de naranja

8.- Pesar el zumo/puré de naranjas y añadir 600 gramos de azúcar por cada kilo de fruta.

9.- Poner la mezcla a cocer a fuego medio hasta que eche a hervir y luego solidifique. Este paso suele tardar unas tres horas

10.- Esterilizar los frascos y las tapas que se van a utilizar para conservar la mermelada. Poner los botes y las tapas en agua hirviendo durante al menos 20-30 minutos y secarlos en el horno q temperatura alta.

11.- Rellenar los botes esterilizados con la mermelada, pero no hasta el borde. Hay que dejar un poco de espacio para poder hacer el vacío.

12.-Cerrar los botes y dejar una pequeña apertura, que es por donde va a salir el aire. Poner los botes en agua hirviendo, con cuidado de que no entre agua dentro del frasco, y dejarlo ahí durante otros 20 minutos.

13.- Sacar los botes y ponerlos boca abajo. Comprobar luego que el vacío se ha hecho dentro del frasco (la tapadera tiene que estar ligeramente hacia el exterior en el medio)

14.- La mermelada está lista y se conserva durante unos seis meses 🙂

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