Mi estadía en Melbourne había acabado y era hora de seguir mi recorrido por el sureste australiano. Me despedí de las amistades que había hecho en Melbourne y nos deseamos suerte para el futuro.
El siguiente destino era hacer el trayecto entre Melbourne y Adelaide por la mítica Great Ocean Road, pasando por el parque nacional de The Grampians por el camino. Como no me gusta conducir y, menos sola, decidí que la mejor opción era contratar un tour (425AUD (301.75EUR)). Así fue cómo me embarqué en una aventura de tres días con Groovy Grape Gateways, un compañía de lo más simpática que no decepcionó.
Llegado el día, me levanté a las seis para acudir a mi cita en el centro de Melbourne. Allí nos esperaba Amy, nuestra guía. Amy tenía veintiseis años, era australiana, mochilera de pro y estaba llena de energía. Yo estaba expectante por ver con qué gente me tocaba en el grupo y por suerte había de todo. Desde un estudiante alemán de diecinueve años, pasando por treintañeros y parejas de jubilados con espíritu muy muy joven 🙂 Casi todos estaban de vaciones durante períodos largos, otros habían ido a Australia para mejorar su inglés, otros estaban allí por una boda, otros porque habían ido a visitar a su nieto recién nacido,etc, etc. La mayoría europeos del norte, a excepción de una israelí y una pareja de americanos que estaban también de vuelta al mundo durante dos años. Lo bueno es que rompimos el hielo casi a los cinco minutos de estar en el autobús, gracias a un juego que propuso Amy. Sólo diré que la mayoría de los presentes llevaba la ropa interior negra, y hasta aquí puedo leer…
El programa de tres días estaba bastante cargado, pero es que había muchas cosas que hacer. A groso modo:
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Día 1:Visita de la ciudad del surf, visita del faro, ver a los koalas en “acción”, visitar algunas de las playas de GOR y acabar el día comiendo unos fish and chips y viendo el atardecer en los doce apóstoles.
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Día 2: Visita de sitios geológicos con historia, visita de una fábrica de queso, visita del museo aborígen, paseo por The Grampians y expedición nocturna para ver canguros.
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Día 3: Visita de las cataratas McKenzee, conducir durante 600 kilómetros y llegada a Adelaida sobre las seis de la tarde.
Día 1:
Empezamos el día en la ciudad del surf, donde se puede encontrar todo el material para practicar el deporte rey.
Las marcas surferas más conocidas, como Billabong o Rip Curl, nacieron en Australia. Empezaron como pequeñas empresas locales, donde se intentaba mejorar la calidad de las tablas recibidas desde Hawai. Poco a poco consiguieron tablas de buena calidad y adpatadas al tipo de olas en Australia, diferentes de las de Hawai. Se forjaron muy buena reputación entre los locales, pero poco a poco la noticia se fue extendiendo y cada vez recibían más encargos del exterior. Es así cómo pasaron de un pequeño negocio local a una multinacional.
Yo pensaba que íbamos a visitar una fábrica de tablas de surf, pero una vez allí me enteré que toda la producción estaba deslocalizada en Asia y que no sólo había tiendas donde comprar material a buen precio. Me pareció un poco decepcionante y como no quería una tabla de surf, me fui con alguna gente a la playa donde “empezó todo”: Apollo Bay.
Luego Amy condujo durante unos cuantos kilómetros y nos fue contando la historia de la Great Ocean Road. Es la carretera costera en la región de Victoria y tiene 243 kilómetros. Se construyó a mano y cada mes conseguían hacer unos tres kilómetros, así que ya podeis imaginar lo que tardaron… La particulariad de esta carretera es que fue contruída por los soldados que volvieron de la primera guerra mundial, por lo que es el memorial más largo del mundo.
Antes de la comida, paramos para bañarnos en algunas de las playas y visitamos el faro.La comida consistía normalmente enun picnic con ensalada, fruta y algún tipo de carne. Había que echar una mano a Amy, porque todo era bastante básico y había que cortar, pelar, preparar,… así que unos días unos y otros días otros echábamos una mano. Este tipo de comida ligera se agradecía mucho, ya que era lo ideal para las temperaturas elevadas que teníamos. Así la digestión no era muy pesada.
Por la tarde ¡por fin fuimos a ver los koalas! Llevaba quince días en Australia y no había visto ninguno todavía. Amy conocía el lugar perfecto para ver a estos animalitos y allí nos llevó. Entre las ramas de eucaliptos pudimos ver a los Moflis colgados. Los koalas son animales muy muy perezosos y duermen de media dieciocho horas al día. Esto es porque tienen la disgestión muy pesada, así que pasan su día ingeriendo hojas de eucalipto y durmiendo. Vimos alguno despierto y moviéndose, así que nos consideramos muy muy afortunados 🙂 Son tan vagos, que no bajan de un eucalipto hasta que no se han comido todas las hojas, lo que causa la muerte del árbol. Cuando el árbol muere, bajan de él y se suben a otro. Así indefinidamente. Los australianos han tenido que tomar cartas en el asunto y han decidio poner unos plásticos en los troncos de los eucaliptos para que los koalas no puedan subir a los que se están regenerando. Además, mientras que los koalas duermen, los cambia de árbol sin que se den cuenta.
Amy nos explicó algunas particularidades de los koalas. Son animales territoriales y las hembras tienen una cría cada año. La preñez de las hembras sólo dura 35 días, pero los koalas nacen con un tamaño diminuto, sólo dos centímetros. Permanecen en la bolsa de la madre hasta que están listos para salir al exterior. El sistema reproductor de los koalas hembras es bastante particular, tienen dos vaginas.
De cualquier manera, a mí me parecieron unos animales encantadores y taaaaaan moooonos que me hubiera llevado uno a casa.
Seguimos nuestro camino por la Great Ocean Road hasta llegar a los Doce Apóstoles. El paisaje de los Doce Apóstoles es lo que encontramos en todas las cartas postales cuando hablamos de Australia. Es el arquetipo de paisaje australiano: una zona costera de acantilados y arrecifes de belleza espectacular, pero peligroso al mismo tiempo. Los Doce Apóstoles, que no son doce sino siete, son unos pilares verticales y enormes de sedimentos.
El mejor momento para verlos, es el atardecer, así que Amy nos preparó una sorpresa. ¡Tenía previsto un picnic en la playa con fish and chips! ¿Qué más se podía pedir?
Día 2:
El segundo día empezó a las siete de la mañana. Todo el mundo se quejaba que qué duro era ser turista, pero nadie dijo que fuera fácil 🙂 Con el fresquito de la mañana, fuimos a ver algunas curiosidades geológicas a lo largo de la Great Ocean Road. Empezamos con el Razorback (la cuchilla), que está abocado a desaparecer por la erosión. Cada catorce segundos, una ola golpea la base de esta formación y por lo tanto su desgaste es muy grande.
Luego seguimos por una zona muy conocida por los marinos y navegantes, Sheepwreck Coast (la costa rompebarcos), ya que más de un barco ha naufragado. Hay dos problemas mayores: las brumas y las corrientes. Además, una vez que el barco ha naufragado, los tripulantes y el pasaje no tienen muchas oportunidades de sobrevivir, ya que en la zona no hay playas, sólo acantilados de más de treinta metros. Sin embargo, Amy nos contó una historia que acabó con final más o menos feliz.
Hubo una vez un barco que venía desde Inglaterra con nuevos colonos como pasaje. Habían hecho una tediosa travesía de seis meses para recorrer la distancia que separaba Brighton de Sydney. Ya estaban a menos de dos días de distancia de Sydney, por lo que decidieron celebrarlo por todo lo alto. Lo que no sabían era que la corriente marina iba a llevarles directos hacia los acantilados y que las brumas les impediría verlos hasta el último momento. La tragedia sucedió y todo el pasaje se encontró a merced de las olas en las frías aguas australianas. Casi todos perecieron, pero hubo un niño que, por casualidad, llegó a la única playa que había en kilómetros.Esta playa está completamente escondida en una cala muy pequeña. El niño se recuperó un poco y decidió volver al sitio del naufragio para intentar salvar a alguien más. Rescató a una niña de su edad, más o menos, y ambos volvieron a la playa. Pasaron la noche y al día siguiente escalaron parte de los acantilados para salir de allí. Llegados a este punto de la historia, esperábamos que Amy nos contara que los niños se habían enamorado y habían vivido felices y juntos por siempre jamás. ¡Pero no! El niño se quedó viviendo en Australia con unos tíos y la niña volvió a Inglaterra en el siguiente barco. Podría haber sido una bonita historia…
Seguimos el trayecto y el siguiente lugar fue el que llaman “London Brigde”, que también tiene su historia, pero esta vez más picantona. La historia que nos contó Amy es de primera mano, ya que su tío conocía a uno de los implicados, por lo que no pusimos en duda su veracidad.
La zona de Melbourne tiene muy buenas playas y cuando el día está soleado da mucha pereza ir a trabajar. Es por eso, que muchos empleados utilizan el comodín de “estoy malo” para poder pasar el día tostándose al sol. Uno de esos días, hubo una pareja que llamó a sus respectivos jefes y les dijeron que estaban malos, por lo que tenían vía libre para pasar un marvilloso día en GOR. Llegaron al London Bridge y tuvieron la idea de cruzar el puente de piedra y pasar al lado de la roca que quedaba oculto a la vista de todo el mundo. Allí se pusieron con sus temas privados y cuando estaban en plena faena, el puente se derrumbó. Alguien vio lo que había sucedido y llamó a la policía y a los periódicos. En cuestión de minutos, había un helicóptero con cámaras sobrevolando el lugar par grabar el suceso. Allí se encontraron con la pareja, que obviamente estaba atrapada. La policía tuvo que sacarlos de allí y los periódicos publicaron sus fotos y nombres. Y ¿cuál es la parte picantona de la historia? ¡Pues que los dos estaban casados, pero no eran precisamente matrimonio! Esto les costó un divorcio, pero a día de hoy viven como una feliz pareja. Palabra del tío de Amy. Amén.
El día no había acabado todavía y quedaba por ver el museo aborigen y dar un paseo por los Grampians. El museo aborigen contaba la historia de los aborígenes australianos y las atrocidades que los europeos hicieron con ellos. Por ejemplo, por los años sesenta, el gobierno australiano se dio cuenta de que los aborígenes no estaban muy integrados y que ocupaban los escalafones más bajos de la sociedad. El nivel de educación era muy bajo entre los aborígenes, por lo que el gobierno pensó que si su nivel educativo aumentaba, entonces su integración sería mayor. A priori, no era una mala idea, pero el problema vino con su ejecucción. Alguien del gobierno tuvo una “magnífica” idea, que consistía en hacer centros especiales para los niños aborígenes. Pasaron por las tribus y echaron un vistazo para elegir entre los niños más “blancos”, ya que según ellos, tendrían más posibilidades de integrarse. Entonces, un día que los niños estaban jugando, una furgoneta del gobierno pasó y secuestró a esos niños. Eran niños robados y pasaron su infancia y parte de su juventud separados de sus familias, con el trauma que conlleva. Esta es una de las muchas historias que se pueden encontrar en este museo. No hay ninguna foto del mismo, ya que está completamente prohibido hacer fotos de aborígenes o todo lo relacionado con ellos.
Salimos del museo rezongando, ya que se estaba muy bien con el aire acondicionado y fuera había unos 38 grados, pero ¡la vida del turista no es fácil! La siguiente actividad del programa era dar un paseíto por los Grampiens. ¡Creo que en mi vida he pasado más calor! y eso que nací en Plasencia y el verano placentino es tela… Vale que sólo fue una hora, vale que las vistas compensaban, pero ¿había que estar caminando a las cuatro de la tarde con 38 grados? ¡Eso era completamente inhumano! Ya sabeis cuál es la parte de la excursión que menos me gustó..
El día acabó con la expedición nocturna para ver canguros. Como durante el día hacía calor, los canguros sólo se dejaban ver a partir del atardecer, por lo que por la noche era el momento ideal para verlos.
Día 3:
El último día no fue de emociones fuertes. Había que recorrer con la furgo la distancia entre Los Grampians y Adelaide, que eran unos 600 kilómetros. Al menos, nos levantamos pronto y fuimos a ver las cataratas McKenzee. El paseo fue agradable , porque hacía fresquito, y el camino estaba bien señalizado.
Seis horas de coche y sobre las seis de la tarde estábamos en Adelaide. Me despedí de la guía, Amy, y del grupo con mucha pena, porque habían sido tres días geniales.
De Adelaide sólo diré que es una ciudad muy señorial,que dos días bastan para verla y que si vas en verano y en fin de semana encontrarás por lo menos unas diez bodas distintas. Aquí dejo algunas fotos: