Intentamos huir del mal tiempo yendo hacia el norte de Christchruch, pero la lluvia nos pilló de completo. Durante veinticuatro horas ininterrumpidas llovió en Kaikura, imposibilitando cualquier actividad exterior. Como ya era costumbre en estos casos, decidimos que lo mejor sería refugiarse en algún museo o exposición o cine. Esta vez elegimos visitar la Casa Fyffe donde pudimos conocer cómo se desarrolló la caza de ballenas desde la llegada de los maoríes hasta la colonización de los europeos.
La casa Fyffe utilizó huesos de ballena como base para su cimentación y sirvió como alojamiento para tres familias distintas. La casa se construyó en pleno boom de la industria ballenera, allá por 1842, ya que era mucho más barato salir a cazar en barca y tratar la captura en la playa, que desarrollar todo el proceso en un barco en alta mar.
Para cazar una ballena con barca, varios pescadores tenían que ponerse de acuerdo. En el primer bote se avistaba la ballena, luego se arponeaba a la ballena desde lejos, el siguiente paso era tirar de la cuerda del arpón para acercar la ballena a la barca y por último un pescador clavaba una lanza en sus pulmones hasta matarla. En este proceso, varias barcas tenían que estar atadas juntas y los marineros debían remar con fuerza para que la ballena arponeada no los llevara mar a dentro. Una vez el animal estaba en la playa, el equipo de tierra empezaba a extraer la carne y el aceite.
Cuando el tiempo amainó un poco, pudimos ir a dar un paseo por la zona costera de Kaikoura. El paisaje era impresionante, porque se podían ver campos de trigales amarillos con montañas nevadas de fondo. Durante este paseo nos encontramos algunos animalillos de lo más simpáticos, como este erizo.
La zona de Kaikora es conocida, además de las ballenas, por los lobos marinos. Ya habíamos tenido la ocasión de cruzarnos con estos animales en La Patagonia Argentina. Allí habíamos tenido que ir expresamente a buscarlos, pero en Kaikoura los encuentramos en el parking al lado de tu coche directamente. Si te acercabas un poco, te miraban y si no les interesabas mucho seguían durmiendo sin inmutarse.
En Nueva Zelanda viven cuatro millones de personas, pero hay un total de veinte ovejas por personas, así que habíamos encontrado el país ideal para ver un show de ovejas. Daba la casualidad que en Kaikoura había un espectáculo en The Point, un bed&breakfast, así que decidimos ir a verlo.
Pete, dueño de las ovejas y el hostal, nos explicó muchos detalles sobre la cría de ovejas. Para poder tener ingresos suficientes de esta actividad ganadera hay que tener muchísimas ovejas, porque sólo se las puede esquilar dos veces al año y con su lana se consigue 18 dólares por oveja. Los ganaderos neozelandeses han ido cruzando razas para conseguir amortizar las ovejas al máximo, utilizandolas para lana y carne. Pete también nos dio algunos datos sobre los esquiladores profesionales, como que esquilan unas 600 ovejas durante una jornada laboral. Haciendo cálculos esto es una oveja por minuto. Por último, pudimos comprobar mediante el tacto los distinto tipos de lanas y nos dieron algunas nociones sobre precios y calidades
Durante el espectáculo algunos animales “famosos” hicieron aparición como corderillos recién nacidos, un carnero con una cornamenta espectacular o los perros ovejeros. Me gustaría hacer una mención especial a los perros, ya que ese día aprendimos que el entrenamiento de este tipo de perros dura más de dos años y que cuestan una fortuna. Supongo que cuando el rebaño es muy grande la inversión merece la pena, y más después de ver que los perros reaccionaban como flechas a la mínima orden.
Dejamos atrás Kaikoura y pusimos rumbo hacia la provincia vecina, Marlborough. Hicimos noche en un cámping en la Bahía de los Monos y por la mañana, antes de salir hacia Picton, dimos un paseo por la zona.
En Picton nos acercamos al i-Site para que nos aconsejaran sobre el Queen Charlotte Track, una caminata que discurría por el fiordo del mismo nombre. En esta oficina de turismo nos dieron este mapa y con el mismo decidimos que haríamos sólo la parte gratuita entre Anakiwa y Te Mahia Saddle. Recorreríamos 11 kilómetros de ida y 11 de vuelta y dejaríamos la furgoneta aparcada en el parking público de Anakiwa.
La caminata fue muy fácil y bonita. La mayor parte transcurrió a la sombra y en algunos puntos había playas en las que bañarse, aunque el agua estaba bastante fresquita. El fiordo se podía ver casi en su totalidad, pero mejor verlo en foto .)